La lucha por la legitimidad siempre importa en política. Ahora bien, no perdamos de vista que el chavismo decidió asumir costos enormes en ese sentido desde que se anuló la vía al referéndum de 2016. Desde entonces, la prioridad absoluta es el control por la fuerza.
Las posibilidades de éxito de esa apuesta son mayores en un mundo en el que el multilateralismo está cediendo terreno ante la Realpolitik. Más aun cuando los vínculos internacionales del chavismo con actores autocráticos o subversivos están ya plenamente consolidados.
La reconversión económica de Venezuela (su dimensión clandestina crece sin parar ante los límites que imponen sanciones foráneas; así lo ha decidido el chavismo) refleja la disposición de atrincherarse y resistir ante las democracias con el apoyo de Rusia y otros socios externos.
En semejante contexto, no deben sorprender los medios totalitarios (unos dirán fascistas, otros comunistas, o autoritarios) que siempre ha empleado el chavismo para ejercer control de las instituciones y de la población. Al revés: dichos medios siguen reflejando su naturaleza.
En resumen, la disputa política se ha ido situando cada vez más en la lucha por el control del uso de la fuerza y en la disposición para emplearla. Los demás mecanismos (institucionales, legales, etc.) están sometidos a esa circunstancia previa.
