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--Que vas con retraso.
--Sí, ya, pero voy, ¿no?
--¡Estás tardando!
--Chist, que empiezo... Luces, cámara... ¡acción!

Con todos ustedes, la #RistraDeTuits del traje del Emperador.

--Pero ¿no iba desnudo?
--Ese emperador, no, joder. El otro.
--Ah.
A ver, que el Emperador no es ni podía ser otro que Napoleón Bonaparte. ¿Que no me conocéis?

Para hablar de los trajes de Napoleón, convendría conocer un poco la evolución de su físico a lo largo del tiempo.

Aquí tenéis un resumen orientativo.
Aunque quizá un grabador francés, Auguste Raffet, lo dibuja mejor que yo.

A la izquierda, el general Bonaparte en Italia, en 1796.
A la derecha, ya Emperador y echándole el ojo a Rusia.

Ha echado tripita, ¿eh?
Lo cierto es que los comienzos de Bonaparte fueron difíciles. Una familia numerosa y sin un duro, exiliados de Córcega... En aquella época, los oficiales tenían que pagarse el uniforme con su paga y Napoleón, además, alimentar a su familia. Sus trajes lo notaron.
En fin... Después del sitio de Tolón, Napoleón ascendió como la espuma, le dieron el mando del Ejército de Italia y allí que voy.

Pero, ¿quién era Napoleón? Un don nadie, un desconocido, un arribista... Los generales en Italia no lo conocían de nada, como quien dice.
El general Kellerman (padre, que el hijo también salió general) describió al general Bonaparte como un tipo al que te encuentras en un callejón oscuro y sales corriendo. Delgado, con un rostro cetrino, una melena (muy revolucionaria) desordenada... y unos brillantes ojos grises.
Se diría, leyendo a Kellerman, que hacía juego con el Ejército de Italia, diezmado, mal equipado, superado por el enemigo, acostumbrado a la derrota, hambriento...

Pero ¡qué pronto cambiaron de opinión!
Napoleón apareció en escena con un vestuario de general revolucionario a tutiplén, con plumas en el bicornio, faja tricolor, bordados dorados sobre azul oscuro, todo lujo deslumbrante. Quería ser visto y que no cupiera duda de quién era el gallo en ese gallinero.
Pero ese gallito jovenzuelo tan cargado de plumas resultó ser el general que convirtió el Ejército de Italia en una máquina de ganar batallas. En la batalla del puente de Arcole cobró fama entre la tropa por agarrar una bandera y hacerse el héroe, que de poco no lo matan.
Gros pintó la escena en 1801. Fijaos en los bordados del uniforme de un general francés de la época. Ese lujo no tenía igual en otros ejércitos europeos y presuponía valor y arrojo ante el enemigo. Los generales necesitaban ser vistos y servir de ejemplo. Eran héroes, ídolos.
Sin necesidad de hacer la pelota y en plan un poco más realista (no mucho), Vernet pintó la misma escena.

Por si os interesa, no consiguieron cruzar el puente, pero aquí nació la leyenda napoleónica.
Luego vino Egipto. Seguía con su papel de gallo del corral, vistiendo con ostentación, peinándose la pelambrera, con el sombrero lleno de plumas y tal.
Aunque ya asomaba el político. Para congraciarse con el pueblo turco (i.e., egipcio), quiso vestir como un jeque y presentarse delante de todos con turbante, camisa, bombachos, túnica et al.

No os cuento las risas del Estado Mayor. Qué cachondeo.

Nunca más lo intentó.
Regresó de Egipto, dio un golpe sobre la mesa (un golpe de Estado) y se inició el Consulado, donde ascendió de Cónsul a Primer Cónsul y, plebiscito mediante, a Cónsul Vitalicio. Aquí mando yo y todos me quieren y os voy a dar un Código Civil de rechupete. Esa época.
Mandó que le hicieran un uniforme de Cónsul, muy elegante y que le favorecía mucho (sic), de color rojo. Aunque era de muy excelente confección, ya no necesitaba alardear de nada para que todos supieran que él era quien mandaba.

Aquí os lo pinta Ingres, como él sabía.
Fijaos: ya se ha cortado el pelo. ¡La alopecia comenzaba a dar señales de vida! Seguía delgado, pero ya no pasaba hambre.

En esta época, y durante todo el tiempo que siguió en lo más alto, un criado se encargaba de estrenar sus zapatos, para que se dieran y no le hicieran daño.
Sí, se cortó el pelo, y por eso mismo, los viejos gruñones (les grognards, los soldados veteranos) le llamaban el Peladito o la Linterna China. El mote de Petit Sargent es posterior.

En campaña abandonó el lujo del uniforme de un general y adoptó el que todos conocéis.
El bicornio, el sobretodo gris... Por debajo, el uniforme de paseo (sin más adorno que alguna ocasional medalla) de un coronel o bien de los Cazadores a Caballo (verde) o bien de los Granaderos de la Guardia Imperial (azul), y botas de montar.
Y comenzó a echar tripa.
Y ahora llega un cuadro impresionante, pintado por Ingres para lucir en el Salón del Trono del Reino de Italia, todo un manifiesto político, lleno, llenísimo, de detalles de todo tipo. Doy fe: es impresionante, porque impresiona, que lo he visto en persona.

Pero, a la vez...
¿No tiene un punto cómico?

Claro, visto ahora sí que lo tiene. Siempre se me escapa una sonrisa cuando lo veo, pero ¡ojo! Ésta es la majestad de un Emperador, con todos los símbolos del poder en su sitio. Es un cuadro que se empieza a examinar y no se acaba, tantos detalles.
Las águilas imperiales, las abejas bordadas en oro, la balanza de la Justicia, los cetros... No hay rincón de este lienzo que no tenga una razón de ser y que no sea un símbolo de poder, tradición y grandeza.
El escudo de armas del Emperador os dará algunas pistas para interpretar el cuadro.

Añado que la espada imita a una carolingia que acababan de encontrar en la tumba de no sé qué rey-emperador.

Lo de Carlomagno se convirtió en una obsesión.

De ahí, la abeja de Napoleón.
En tiempos de Carlomagno, la cigarra representaba la inmortalidad y era símbolo de la realeza imperial. Ojo, la CIGARRA.

Así que cuando Napoleón dijo una abeja, alguién le dijo que no, que cigarra.

Pero se quedó la abeja, industriosa, disciplinada, trabajadora y provechosa.
Encontraréis abejas en todas partes. La parafernalia napoleónica está llena de abejas. Es su símbolo y, en cierto modo, su ideal político.

Por supuesto, el águila.

También hubo discusiones sobre el cetro, pero hablaremos de ellas otro día.
Otro cuadro de muy fuerte carga simbólica y política lo pintó David en 1812 y aparece Napoleón en su Oficina Imperial en el traje de paseo o diario (de coronel de Cazadores a Caballo de la Guardia Imperial), sin botas.
La silla donde reposa la espada (señal de paz) recuerda al trono imperial (adjunto imagen). El reloj marca una hora de madrugada y un botón del puño está desbrochado, el traje un poco arrugado, la mesa llena de papeles (el Código Civil entre ellos). Ha trabajado hasta muy tarde.
En resumen, David pinta a un Emperador que ya echa barriga después de haber despachado numerosos asuntos de Estado, que ha colgado la espada (todavía no había iniciado la campaña de Rusia) y que ha hecho y hace grandes cosas para los franceses.

Pelotas como David quisiera yo.
Pero llegó Rusia, Leipzig, Elba, los Cien Días, Waterloo (jodío Wellington) y... Santa Helena.

Napoleón se dedicó a dictar sus memorias y cuidar del huerto. Dicen que llegó a enumerar cien razones por las que tenía que haber ganado en Waterloo, mientras cultivaba calabacines.
Gordo y ya enfermo, vestía con comodidad. Se protegía del sol con un sombrero de paja de ala ancha y vestía cómodas camisas de lino o algodón.

Cuando murió, eso sí, lo vistieron como solemos imaginarlo, con el vestido de coronel que se convirtió en su seña de identidad.
Y aquí lo dejo. Más que un traje del Emperador, os he enseñado unos cuántos, pero sólo un poquito. ¡Hay tanto que decir en este asunto...!

Espero que os haya gustado.

Muchas gracias por leerme, de verdad.
Perdón, lapsus. De coronel de los Granaderos de la Guardia Imperial. Que es azul.

¡Qué despiste!
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