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¡¡¡Atención!!!

Sigue a este tuit una #RistraDeTuits en la que habrán, cómo no, húsares, tesoros, un gasto excesivo de pólvoras y cosas del comer y del beber.

Espero que os guste.

¿Vamos allá? ¡Seguidme!

🔽🔽🔽
Nos remontamos hasta 1683, cuando sucedió el Gran Sitio de Viena. Mehmet IV envió al gran visir Kara Mustafá al frente de un ejército de 200.000 hombres (tirando bajo) para darle una paliza a los Haubsburgos y amenazar a toda la cristiandad, comerse Europa con patatas, etc.
El emperador Leopoldo I, en un alarde de estrategia y valentía, abandonó Viena en plan pies para qué os quiero y se instaló en Linz. Dejó Viena a cargo del gobernador Starhemberg y unos 13.000 hombres. Viena tenía entonces 35.000 habitantes.

Pintaban bastos para Viena.
Los turcos iniciaron el sitio con mucho gasto de pólvoras. Llevaban consigo un impresionante tren de artillería: 50 cañones pesados, 120 basiliscos, dos docenas de morteros y culebrinas... Así que concentraron la artillería apuntando a un punto de las murallas y...
¡BUM! ¡BUM! ¡BUM!

La artillería otomana comenzó a disparar, y la vienesa (130 cañones, poca broma) respondió.

Los cañones más grandes disparaban balas de hasta 40 kg de peso, pero tenían que acercarse a menos de 1 km para acertarle a algo.

Pólvora, pólvora, ¡venga pólvora!
Sin embargo, el arma secreta del ejército otomano no era la artillería (que menudos cañones), sino las minas. El gran visir contaba entre sus filas con no menos de 16.000 zapadores, considerados los mejores del mundo.

¿Sabéis cómo funciona una mina?

Se excava un túnel...
Cuando la galería llega a la altura de la muralla enemiga, se amontonan explosivos o material inflamable. Se enciende la mecha, se tapona la mina y se sale corriendo de ahí. (Se sale corriendo antes de taponar la mina, claro).
Entonces...
La idea era que la explosión de la mina abría una brecha en las murallas y entonces se procedía a un asalto.

Viena resultó muy dura de pelar. Reventaron muchas minas y avanzaron las trincheras, pero los vieneses no se rendían.
Cuenta la leyenda que un día estaba un panadero vienés haciendo pan en su sótano cuando oyó unos ruiditos en la pared...

(En verdad, el gobernador creó un ejército de auscultadores que se pasaron todo el sitio con la oreja pegada a las paredes de los sótanos).
Gracias a los atentos panaderos y su fina oreja, los vieneses pudieron hacer una contramina, que es una galería que lleva a la galería del enemigo. Cuando se encontraban, se sucedían tremendas batallas a oscuras, terribles, os lo podéis imaginar.
Se dice que en recuerdo de esa alerta los panaderos vieneses crearon un bollo que llamaron... atención...

[Redoble de tambores. Emoción. Pausa tensa.]

¡¡¡CROISSANT!!!

(La @RAEinforma dice que mejor cruasán, que suena parecido).
¿Por qué "croissant"?

"Croissant" quiere decir "creciente" y se refiere a la luna.

Ahora fijaos: ¿cuál es el símbolo del Imperio Otomano, de la Sublime Puerta?

¡Exacto!
Sigue contando la leyenda que el croissant tuvo mucho éxito y que los vieneses salían a comérselo en lo alto de la muralla, a la vista de los turcos, por puro cachondeo.

Era un decir que no nos rendimos, jódete.
Ni que decir tiene que a los turcos no les hizo ninguna gracia el cachondeo vienés. Ninguna.

Aunque recuerdo que en la pastelería turca hay un bollo, antepasado del croissant, el ay çöreği. Seguramente el croissant se inspiró en él. O no. No se sabe muy bien.
Fuera bromas. Viena estaba a punto, a punto, a puntito, de venirse abajo. Pero Leopoldo, el emperador austríaco, envió a un ejército para rescatar a los vieneses al mando del duque de Lorena y del rey polaco, Juan Sobieski.

Y cómo no, Sobieski se llevó consigo a los húsares.
Eran los famosos húsares alados, así llamados porque llevaban a la espalda una especie de alas con plumas de águila. Eran casi invencibles, el terror de sus enemigos.

A diferencia de los húsares húngaros, el húsar típico, llevaban coraza y casco.
La batalla de Kahlenberg duró ¡¡¡12 horas!!! 77.000 contra 200.000.

Viena estuvo a punto, a puntito de caer. Una hora más tarde y no lo cuentan. Los turcos habían abierto una brecha y a duras penas se pudo impedir que la atravesaran.

Se sucedieron escenas heroicas y esas cosas.
El campamento turco estaba custodiado por las tropas de élite del gran visir, los jenízaros, un contingente de solaks (infantería) y su mejor caballería (los spahis).

Un bosque inacabable de tiendas de campaña.

Parecía que se había llegado a un empate.

Entonces...
¡La leyenda! Después de tantas horas de batalla, Sobieski en persona (y mira que era gordo el tipo) se puso a la cabeza de los húsares alados y organizó una carga de caballería que puso fin a la batalla. ¡Por la Virgen María! ¡Por Dios y por Juan (el rey)! gritaban los húsares.
Fue espectacular. Ahí se acabó el sitio de Viena. Ahí se fue abajo el plan de invadir el centro de Europa que tenía el sultán en mente. Meses después, el gran visir fue estrangulado con una bufanda de seda (una bella tradición turca) por orden del sultán.
En 1883 regalaron este cuadro al Vaticano, de Jan Matejko, donde se ve al rey Juan Sobieski que envía una carta al papa donde dice haber salvado a Roma de los turcos (sic). "Ha sido obra de Dios, no mía", decía. "Él elevará tu nombre a la gloria", respondió el pelota de turno.
La gloria está muy bien, pero el botín no estuvo nada mal. Los polacos se hicieron con más de 800.000 monedas de oro en la tienda del gran visir, "que parecía más un palacio, lleno de toda clase de tesoros y joyas". Se llevaron hasta el jabón del baño.
Pero ¿qué más había en la tienda del gran visir?

¡Sacos y sacos de café!

¿Café? ¿Y eso qué es?
A ver, que el café ya era conocido en Occidente, pero no era muy apreciado. Venecia comerciaba con café ya en el siglo XVI, pero se consideraba que el café tenía un gusto horrible y a la turca, ni os cuento. Así que cuando los polacos probaron el café...
Entonces se produjo el milagro. Marco d'Aviano, un predicador capuchino, enviado del papá a Viena, tuvo la genial idea de echarle leche al café.

¡Se había inventado el café con leche! Más concretamente, el capuccino.

Marco d'Aviano fue beatificado en 2003. Qué menos.
Gracias a esa genialidad, el primer café europeo lo abrió en Viena un polaco, un tal Kulczycki. Los italianos presumen de haber "inventado" el café porque Marco d'Aviano era italiano y porque la cafetería más antigua de Europa en servicio es el Florian, de Venecia (1720). Pero...
Sí, es verdad, los franceses (mejor, los parisinos) presumen de haber inventado el croissant, pero eso fue porque a finales del siglo XIX se instalaron en París unos panaderos vieneses. Allí (es verdad) se perfeccionó la receta y luego se extendió el croissant por todo el mundo.
Así que, amigas y amigos, cuando desayunéis un café con leche con un cruasán sabed que tenéis mucho que agradecer al oído de los panaderos vieneses, a los húsares polacos y a un monje capuchino que tuvo una idea genial.

Muchas gracias por leerme. Buen provecho.
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