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jmolaizola sj @jmolaizola
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Aquel día, llegó a Nazaret una noticia que le iba a dar la vuelta a su historia. Una noticia decidida mucho antes, en un lugar lejano, por alguien que no pensaba en rostros concretos, sino en números, en censos, en datos. Un censo, un plazo, una urgencia...
Ella, joven, incierta, le miró. Creía que solo faltaban unas semanas. ¿Qué hacer? Él, también joven, también inseguro, trató de animarla. «Si salimos pronto, tal vez estemos de vuelta para que nazca en casa»
Ellos no lo sabían, pero en aquel momento, lejos, una caravana emprendía la marcha, un día más. Venían de lejos, siguiendo una estrella, desde hacía meses.
En Jerusalén, un rey hacía sus cálculos, pensando en esto del censo. “¿Cómo podré aprovecharlo para fortalecer mi poder?” Triste obsesión de los que todo lo viven en primera persona.
Era aquel un día de alegrías, más auténticas porque no eran fáciles. La alegría de unos padres primerizos esperando pese a la inquietud, o la alegría impaciente de unos buscadores en camino.
Esa noche, en los márgenes, fuera de las murallas, un poco fuera de todo, un pastor, como cada noche, procura protegerse del frío de fuera (pero lo tiene más difícil con el frío de dentro). Hace tiempo que olvidó rezar a un Dios silencioso.
Amanece en Nazaret. El día después de saber. Siempre hay un día después. Y es al amanecer cuando las sombras parecen más fuertes.
Hay preocupación y discusiones en familia ¿Qué hacer? ¿Esperar a que nazca o salir cuanto antes? ¿Hay margen? ¿Cuando partir? Incertidumbres que, compartidas, se llevan mejor.
Nunca parece el mejor momento cuando todas las decisiones implican riesgos.
En el templo, un anciano mira alrededor. Como cada día. Una promesa “no morirás sin ver al Mesías”, sostiene su espera, ya de años. A veces duda, pero, ¿quien puede construir su vida solo sobre certezas?
¿Quién puede construir su vida solo sobre certezas?
Al acabar el día, fuera de los muros, el pastor, una noche más, pregunta al silencio: “¿por qué?”
En un hogar de Nazaret, preocupado por el futuro, un hombre joven, abrumado por responsabilidades nuevas y por un viaje imprevisto pregunta al Dios que le habla en sueños: “¿Por qué?”
La muchacha del Adviento, esa noche, también afronta algunos temores, pero en una oración silenciosa recuerda: “Hágase”
El «Hágase» de entonces se va convirtiendo en pasos concretos ahora. Es la palabra que va tomando cuerpo.
Hágase Señor, tu sueño eterno. Hágase tu vida en nuestro barro.
En la casa de Nazaret hay nerviosismo. Ana no deja de entrar, con cualquier excusa. «Pero, ¿a dónde vas a ir en ese estado?» Lanza miradas de reproche a José, como si esto del censo fuera culpa suya. Él calla. María le guiña el ojo y se ríe. El hágase también es esto.
Simeón espera en el templo. Otro día más. No se rinde. El hágase también es esto.
Mientras, en Jerusalén, Herodes, ajeno a todo, sigue jugando su juego de poder y ambición con los romanos.
Y es que también hay «hágase» perversos. Hágase la guerra, o el vacío; la burla, o el desprecio; el miedo o la crueldad. O no se haga nada bueno.
Estado de la cuestión: José y María, descontando los días. Los magos, avanzando tras una estrella. Herodes, encerrado (como actitud vital). El pastor, otra noche al raso, sintiéndose olvidado por un Dios silencioso. En Roma el emperador celebra una fiesta.
- José, ¿y si nace de camino?
- No tengas miedo
- No.
Ambos intentan mitigar el nerviosismo, aunque no pueden evitar la inquietud.
He ahí nuestro sino. La tensión, tan vital, entre el nido y el vuelo. Entre seguridad y riesgo. Entre saber e incertidumbre.
- No podemos esperar más o ya no podré. Y tenemos que ir.
- ¿Estás segura?
- Sí.
- Entonces, nos vamos mañana.
La acaricia, y callan.
Ana riñe a José, como si lo del censo fuera cosa suya. Este mira a Joaquín, buscando apoyo, pero el suegro le hace un gesto de “a mí no me líes”. María interviene “mamá, déjalo tranquilo”. Desde luego, esto de Dios-con-nosotros va a ser hacerse uno de tantos.
En Roma, Augusto pasa otra jornada firmando leyes, decretos y disposiciones que afectan a vidas distantes de modo inesperado. Como siempre
Encarnación es hacerse persona entre preocupaciones cotidianas
El pastor tiene una sensación extraña. Se vuelve, como cada noche, al Dios silencioso, pero hoy tiene la inexplicable sensación de una presencia; una promesa; un “confía”
Al fin, ese mediodía y tras muchas vacilaciones, llega el momento de partir. «Serán tres o cuatro días de marcha» «Todo irá bien, mamá». Caras de preocupación y de ternura...
Ana se planta delante de José. Le mira como enfadada. Parece que va a reprocharle por última vez esto del censo. Pero al ver el semblante preocupado del muchacho que intenta aparentar firmeza, algo se quiebra en ella. Le abraza con fuerza. «Cuidaros mucho, hijo», le susurra.
Y así se alejan. Queriendo parecer seguros. Intentando no preocupar a los que quedan atrás. Confiando en que el nacimiento no se adelante. A la intemperie.
A cientos de kilómetros otra caravana sigue su marcha, tras una estrella. Cada día un poco más cerca.
Así es la vida. Tal vez, sin nosotros saberlo, nuestros pasos nos estén acercando a quien puede cambiarlo todo, a un encuentro revelador, una amistad única, un amor profundo, un maestro excepcional...
Van con el dinero justo. Hoy han dormido en una posada, pero no están seguros de si podrán permitírselo muchas noches. Avanzan más despacio de lo que les gustaría.
El primer rato del camino es silencioso. Así como de noche todo parece posible, al amanecer, a menudo te caen encima todos los miedos y las dificultades.
En Jerusalén, avisan a Herodes de que una caravana peculiar se viene acercando. «No parecen comerciantes, más bien reyes». Ante esa afirmación se pone nervioso y envía mensajeros. «Que vengan por aquí»
La inseguridad vuelve suspicaces a quienes tendrían que ser libres.
Estado de la cuestión: María y José, segunda noche en la posada, ahorros menguando. Herodes, ansioso por los magos. Estos, acampados cerca de Jerusalén. El pastor, de nuevo anhelando la voz del Dios silencioso. En Roma el emperador duerme.
Otra mañana, tercer día en marcha. El camino empieza a generar pequeñas rutinas. Charla con otros que se desplazan, silencios cómodos entre ellos, miradas que bastan para decir “necesito descansar”, “ánimo”, “todo saldrá bien”
En camino. Donde hay días de «no puedo más», y días de «puedo con todo». La verdad es que casi siempre puedes más, pero no con todo.
En camino. Donde a veces te sientes solo, por más gente que te rodee. Y otras veces, aunque no haya nadie cerca, sabes que no vas solo.
En camino. Donde el clima importa. E importa el albergue, y el agua, y el alimento; y hay que seguir, porque hay que llegar. Y por eso los problemas son más reales que imaginarios.
Hay bullicio y nervios en el palacio de Herodes cuando llega la caravana de Oriente. El rey recibe a los magos. «Descansad ahora, amigos. Más tarde cenaremos. Me gusta saber lo que ocurre en mi reino»
«Me gusta saber lo que ocurre en mi reino». Hay frases que pueden contener preocupación, interés genuino, amenaza velada, temor, engaño, o una verdad a medias. O todo a la vez. He ahí el poder del lenguaje.
Cena opípara en palacio. Herodes trata de sonsacar a los magos. Al oír que hablan de otro rey se inquieta. Cena austera en otra posada. No está la bolsa para muchos gastos. Cena silenciosa a la sombra de las murallas. Los pastores hablan poco.
Inquietud de un rey, pobreza de una pareja, soledad de un pastor. Extraño modo de estar viniendo de un Dios que todo lo vuelve del revés
Les preocupa que nazca en el camino. Aún hay un día hasta Belén. Van cada vez más despacio, pero intentan mostrar confianza.
Herodes sigue sonsacando a esos extraños magos. Que si la estrella, que quién será ese rey misterioso, que si estoy pensando en ir con vosotros para adorarlo yo también...
Ya está Herodes, y en él todos los Herodes de la historia, intrigando, trampeando, sonsacando, enmascarando la mala voluntad con medias verdades.
Mira, Herodes. A veces lo más lúcido es reconocer que uno no puede, no sabe, no está a la altura... Y aprender a admirar la grandeza ajena.
Esa víspera la noche es más fría.
Ana, en Nazaret, reza en silencio, pensando en su hija María. ¿Dónde estará? ¿Cómo estará? El amor no sabe no preocuparse
El amor no sabe no preocuparse
Uno de los magos, desde la terraza del palacio, mira a la oscuridad, y pregunta: «¿dónde estás?»
Cuando se echan a dormir, ella le dice que no cree que pase de mañana. Él la tranquiliza. «Ya verás cómo en Belén hay sitio». Hoy no tienen.
El mundo se va aquietando, sin siquiera sospechar que mañana cambiará todo.
Ha tratado de ocultárselo durante las últimas leguas para no preocuparle de más, pero en cuanto ven Belén de lejos le dice: «José, ya viene».
¿Podemos alojarnos aquí?
- Hoy no.
- Aquí no.
- Por solo ese dinero no.
- Está todo lleno
- Si hubierais avisado antes...
Ahí está el eterno ciclo de los «descomplicados», mirando para otro lado, sobrevolando problemas ajenos...
Es casi la hora de comer y aún no han encontrado sitio. Muchas buenas palabras, eso sí...
Entonces, un ofrecimiento.
«Podéis quedaros en ese viejo establo. Aún aguanta una parte del tejado. Aunque hay que limpiarlo un poco». Una mezcla de alivio y gratitud inunda a la pareja. Cuando no tienes nada, un chamizo se vuelve palacio.
Adecentan un poco el espacio. Los dos intentan aparentar seguridad para no preocupar al otro, pero ¿cómo sentirla? Ella nota que es la hora. Él no sabe cómo ayudar. No tienen a nadie más.
Al fin, ella se echa en un lecho de paja. Su respiración se tranquiliza y cierra un poco los ojos. José no sabe qué hacer. Sale, y entonces su angustia se convierte en llanto.
Llora sin hacer ruido. Por todo lo que no entiende. Por un sueño que ahora parece lejano. Por miedo. Por amor. Por sentirse incapaz de ayudar. Por ver a María tan vulnerable...
Y entonces llega una vecina. «Alguien me ha dicho cómo estáis. Puedo ayudar en el parto. ¿Dónde está tu mujer?». José siente tanto alivio que al fin rompe en sollozos, y abraza a esa inesperada comadrona. Ella, maternal, comprende que es solo un muchacho. Y ríe con ternura.
Pasan las horas. Hace frío pese al fuego y el calor de los animales. La mujer dice a María que ya casi. Ella se muerde los labios.
José le agarra la mano, que ella aprieta mientras respira fuerte. La comadrona le enjuga el rostro. La luz del día se ha ido.
Y es que hacerse Dios con nosotros pasa por nacer, por la espera, el esfuerzo, la incertidumbre y la vulnerabilidad.
En ese momento, no muy lejos, un pastor mira al cielo y reza una oración silenciosa: "Ven". Un mago mira a la estrella que hoy brilla más y pregunta: "¿Dónde estás?" Simeón, en su casa, vuelve a escuchar la promesa: "Confía". Ana, lejos, bendice a los suyos "Que Dios os cuide"
Y entonces, de repente, el dolor da paso a la vida. Y un sonido diferente, primero, hermoso, llena el establo. ¡La Palabra se ha hecho llanto!
La Palabra se ha hecho llanto. Y tiempo. Se ha hecho historia. Se ha hecho niño. Luego se hará caricia, enseñanza, parábola, bienaventuranza y silencio.
Navidad.
En los márgenes, el Dios silencioso al fin habla. Su voz es canto. El pastor escucha y se pone en marcha.
La estrella se detiene. Los magos se acercan. Hay luces que muestran caminos.
Y en un instante único, al fin convergen todos esos pasos: la mujer del hágase. El hombre de los sueños. El pastor del margen. Los buscadores De Dios. Todos alrededor de un niño. Dios-con-nosotros
Gracias.
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