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Lo habéis tenido muy claro!! Con un 51% habéis elegido un NUEVO RELATO. Así que ahí vamos!! OS INVITO AL LUPANAR DE POMPEYA DE LA MANO DE LA PROSTITUTA DRAUCA #AmorEnTiemposDeRoma
#Drauca #Pompeya #antiguaroma #Lupanar ABRIMOS HILO!!
El sol saboreaba en su agonía sus últimos instantes de vida y en el sangrante cielo del atardecer, teñido de un incipiente luto, comenzaba a vislumbrarse el perfil somnoliento de las estrellas y una luna llorosa, escondida tras nubes grises que amenazaban tormentas de verano
Sin embargo, la vida no se detenía por ello en las estrechas y serpenteantes calles de Pompeya.
Entre resbaladizas y desgastadas piedras del pavimento crecía con esfuerzo una blanca flor olvidada; a lo lejos maullaba con estrépito un sarnoso gato callejero; aullaba el metálico cierre de los comercios, suspendido en un infinito lamento; y la ciudad dormida seguía despierta
En la entrada al lupanar se amontonaban los clientes y la vieja de siempre permanecía sentada en ella con su horrible sonrisa desdentada y la arrugada mano extendida, inclinando la despejada cabeza cuando algún hombre con desprecio y asco depositaba en su palma callosa una moneda
Drauca la conocía más de lo deseado. De noche, aquella vieja funcionaba como alcahueta, vigilanta y cobradora de tasas. De día, se prostituía en los cementerios por una miseria, para esos desesperados que nada podían permitirse mejor que ella.
La vieja aún creía que el proxeneta la liberaría tarde o temprano, a ella o a sus hijas, que agotadas gemían a sus espaldas con el que posiblemente fuera el décimo-octavo o décimo-noveno cliente del día.
Drauca, por fortuna o bien por desgracia, estaba temporalmente retirada del servicio: ya no había ningún hombre que quisiera disfrutar de su cuerpo con el embarazo tan avanzado. Muy pronto-una eternidad en es lugar-, acabaría siendo esa vieja y el fruto de su vientre, una fulana.
No había tenido valor para preguntar que ocurriría con su bebé si nacía varón. Siempre hay cosas en esta vida que es mejor no saber, aunque solo sea para aplazar aún un tiempo el sufrimiento que produce conocerlas, mientras los miedos se acumulan demasiado adentro.
Había llegado a aquella ciudad inmunda hacía seis veranos, en la bodega de un barco. El tiempo que pasó allí dentro, lo desconocía; la ruta seguida, la ignoraba...con semejantes conocimientos, jamás regresaría a casa.
Tampoco quería: no tenía el valor necesario de presentarse ante sus padres y revelarlos las cosas indignas que se había visto obligada a hacer
Hubo un tiempo que las hacía de buena gana, cuando, como la vieja, creía en la promesa del proxeneta aún sabiendo que eran falsas, con la desesperación del que busca hallar un sentido, un objetivo, a su vida. Ahora había vuelto a llorar cuando un bruto la poseía, como una novata
Todos sus pensamientos se concentraban en la vida que crecía en sus entrañas, como la nutría cada día de sentimientos que creyó olvidados, perdidos, entre sábanas sucias, sudores cálidos y rostros que se confundían. En la posibilidad de alcanzar un nuevo comienzo, un renacer puro
Sabía lo que tenía que hacer y conocía las consecuencias: en el mejor caso la muerte; en el peor, regresar al lupanar y conocer la ira del proxeneta. No le importaba asumir riesgos. No tenía miedo: era mejor vivir un solo instante de libertad que una eternidad de esclavitud
Solo padecía ansía. El día del parto se acercaba y el tiempo se agotaba. Aún así se forzó a seguir esperando junto a la ventana, a pesar de los pies hinchados y las piernas cansadas.
Medianoche: Los gritos y golpes del proxeneta echaron a los últimos rezagados; la vieja, con un bostezo, cerró la puerta de entrada; las putas, sin voz, se durmieron en las mismas camas donde trabajaban. Drauca, arrebujada en el suelo, fingió que las imitaba.
Permanecía alerta atenta al alegre tintineo del dinero al ser contado, la respiración dificultosa de la anciana, la suave cadencia de los pasos de los guardias que vigilaban la mercancía agotada, la risa borracha del proxeneta o sus profundos ronquidos y sus largos resoplidos
Solo entonces, los miembros entumecidos y el corazón desbocado, se decidió Drauca por fin a moverse. Con extremo cuidado, se confió a la noche huyendo por la última de las ventanas
Temblaba al sentir la diminuta cornisa bajo sus pies descalzos y rezaba con intensidad para que el peso de su vientre no la desestabilizara, para que el sudor frío de su espalda no la arrastrara al abismo que se asemejaba a la calzada. Bajo sus pies bebía en la acera un guardia
Tentada estuvo de escupir al desgraciado recordando las veces que para adiestrarla la había violado. Decidió, al fin, no mirarle mucho tiempo. Su hijo, su huida, su supervivencia, debían ser sus únicos pensamientos; ya buscaría como borrar de su cuerpo y mente los malos recuerdos
Tanteó buscando la esquina del edificio; apenas podía alcanzarla con la yema de los dedos. "Un instante de valor, basta" se repitió a sí misma, y antes de que se diera cuenta había doblado la esquina y sentía las caricias liberadoras de las sucias tejas de la casa vecina.
Intentó caminar sobre los tejados sin hacer ruido. Se alejó rápido. Lo más fácil se había cumplido; estaba lejos y estaba fuera. Pero aún tenía que lograr cruzar las murallas y sus vigiladas puertas antes de que el sol revelara a todos su marcha.
Hasta encontrar la forma de hacerlo, se detuvo a recuperar el aliento y a disfrutar del preciso instante en el que todo se considera posible, en el que se concibe un futuro y se recuperan las creencias que por el aciago presente se habían desterrado, resentida, como gilipolleces
Saboreó la cegadora de la libertad, tan hermosa y maravillosa que paraliza de amor, de temor, de incredulidad y de espanto, y lloró otra vez con arrebatadora intensidad, aunque esta vez de felicidad.
En su interior, su hijo bailaba y reía contra la calidez de su columna cansada.
Nada mejor y más fácil que recurrir al oficio. El guardia que vigilaba las puertas aceptó gustoso el trato, si bien puso grandes reparos en que debiera cumplirlo una mujer embarazada. Por un momento, creyó que todo estaba perdido y casi la domina el pánico.
Menos mal que en lupanar había aprendido demasiadas formas diversas de complacer a un hombre. Se odió y se despreció de nuevo hasta casi rallar la locura
Por ello, mientras cruzaba las murallas de Pompeya limpiándose de la boca las huellas de su último hombre, se juró a sí misma que jamás volvería a humillarse de aquella forma ahora que por fin gozaba de libertad.
Apenas había caminado unos pasos cuando el sol comenzó a arder tras el recio perfil majestuoso del monte Vesubio, pero la vía que conducía a la población vecina de Herculano ya se poblaba de viajeros presurosos y carromatos con mercancías.
Pronto, también el proxeneta se despertaría y percibiría su ausencia: debía buscar un refugio pronto. No tardó en hallarlo en las tumbas que dormitaban cubiertas de polvo y olvido a ambos lados de la calzada
Escogió como nuevo hogar la más anciana y abandonada, a fin de evitar visitas inoportunas de parientes afligidos, y allí se dispuso a esperar el momento oportuno para continuar camino a ninguna parte. Su bebé, en cambio, no tenía tanta paciencia
A mediodía, pugnaba por salir de su vientre con fuerza, sin importar los intentos desesperados para contenerlo en su interior hasta que los hombres del amo hubiera cesado de preguntar por ella a cada transeúnte, mendigo, puta, asesino, ladrón, criminal y viajero de ese cementerio
Hubo de tragarse su sufrimiento y los gritos de ayuda que escalaban con dolor por su garganta y dar a luz sin ayuda en la morada de los muertos, en la tumba sucia y abandonada junto a un nido de ratas, una podrida ofrenda y observada por los murciélagos que hibernaban en el techo
Solo tuvo tiempo de cortar el cordón umbilical con la boca antes de desmayarse por el esfuerzo.
Despertó, al caer la noche, por el llanto del recién nacido. Instintivamente, le apoyó contra su pecho y el bebé bebió con avidez de ambos senos. Cesó entonces su llanto y comenzó el de su madre, sacudida por violentos espasmos de felicidad y de alegría
Durante horas, quedó paralizada de ternura mirando los miembros del diminuto ser que dormitaba entre sus brazos, como entreabría la boca como si mamara o movía los brazos molestos cuando Drauca besaba su carita redonda o la fuerza con la que ya cogía su dedo con la mano rechoncha
La llamó Arria, como la dueña de la tumba que había profanado; en el silencio pidió disculpas a su espíritu por algo que no lamentaba; en cambio, temía su ira.
Mejor sería buscar agua para purificar la sepultura y lavar a la criatura, y algo de comida que ofrecer a la difunta como disculpas y también para alimentarse ella.
Se levantó con dificultad del suelo de tierra. Sorprendida por el repentino movimiento y el frío de la noche en el cementerio, la niña lloró de nuevo. Aterrada por la idea de ser descubiertas por quienes pueblan las tumbas, tanto vivos como muertos, se forzó por tranquilizarla
Pareció calmarse solo con el latir de su corazón y la suave mecedora de sus brazos. Halló lo que buscaba en una tumba cercana, entre presentes a los muertos y la lluvia, pero también una túnica con la que darse nueva identidad y vino con el que celebrar que por fin tenía familia
Regresó a su nuevo hogar arrastrándose, sin fuerzas ni resuello. La hemorragia se reanudó. Era la primera vez que paría, pero era obvio que el sangrado no era una buena noticia. Pidió disculpas a la difunta por no cumplir su palabra antes de desmayarse en el interior de la tumba.
Y con esto CERRAMOS HILO!!... Por ahora

MAÑANA SEGUNDA PARTE!! Que pasará con Drauca y su hija Arria??
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