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HOY OS PROPONGO ALGO NUEVO!!! No es otro hilo sobre datos históricos ni ninguna biografía. En este breve relato, OS INVITO A TOMAR ASIENTO Y ASISTIR "EN DIRECTO" A UNA NAUMAQUIA EN EL CAMPO DE MARTE #ancientrome #antiguaroma #GladiadorSevero #Naumaquia ABRIMOS HILO, CIUDADANOS!!!
A través de un estrecho ventanuco a ras del suelo, entre pies y piedra, contempló con algo de tristeza y una infinita nostalgia el perfil achacoso y consumido del anfiteatro de Statilio Tauro en el Campo de Marte. En él ya había malgastado sus mejores años.
Ahora el César Nerón había decidido abandonarlo a una larga agonía, vacío de todo espectáculo que unos setenta y cuatro años antes diera razón a su vida, cuando el divino Augusto aún caminaba sobre la tierra.
Mientras en sus cercanías había edificado un nuevo anfiteatro de madera, imponente, orgulloso, en cuyas entrañas estaba atrapado, como siempre en una larga espera: aquel día de agosto del consulado de Lucio Pisón y el segundo para Nerón tendría al fin lugar los juegos inaugurales
Durante días, heraldos de voz melodiosa habían anunciado el evento a todas horas por las calles de Roma y por los municipios y ciudades más próximas; cartelas de madera, con los detalles de lo que pronto ocurriría, habían pendido durante semanas de las columnatas de los foros
...y en las paredes de varias casas y en numerosas tumbas de los cementerios, los pintores contratados junto a los aficionados habían garabateado el lugar, la fecha, los tipos de espectáculo y hasta las sorpresas que recibirían quienes acudieran.
Tanto esfuerzo dio su fruto pues días antes a iniciarse los juegos el anuncio de una novedad en ellos atrajo a Roma a una muchedumbre tal que duplicó su población. Los alojamientos quedaron repletos y muchos ganaron dinero realquilando las habitaciones ya atestadas de sus insulae
La mayoría de los recién llegados sin embargo acabaron durmiendo en las calles aprovechando el buen tiempo. Bajo las arcadas de templos y edificios públicos se veían mantas y personas con ropas remendadas; otros levantaban tiendas de campaña en las encrucijadas, bajo los altares.
El día de la inauguración la ciudad quedó desierta, zona improvisada de lucha entre las cohortes urbanas y los ladrones que aprovechan tanta ausencia. El resto vociferante y ansioso fue incapaz de esperar a la primera luz del alba para congregarse ante las puertas del anfiteatro
Libertos, mujeres, esclavos y extranjeros se confundieron en un intrincado remolino de golpes, empujones y patadas, desesperados por las mejores plazas en la galería superior pese a que allí el calor es intenso aún con el velarium puesto y se está condenado a ver de pie el evento
Poco pareció importarles este y otros detalles: ni siquiera volvieron la vista atrás para ver a quienes en la aglomeración habían muerto por asfixia y aplastados, y, temerosos de perder el sitio logrado, muchos se habían llevado la comida y hasta orinales.
Aún corrían escaleras arriba mientras el resto de espectadores, todos con ciudadanía, subían tranquilamente y transitaban con asombro las oscuras galerías, pues tienen derecho a un asiento reservado en el anfiteatro, consignado en las piezas que, con pasión, aferran en sus manos
A su paso, pinturas de brillantes colores adornan las paredes: un despliegue de lascivas diosas, dioses fuertes y valientes héroes sobre los que ya habían garabateado con un punzón, toscos dibujos de gladiadores, bestiarii, combates, animales, insultos, el anuncio de un negocio..
Bajo su sombra podían verse toda clase de tenderetes, que venden recuerdos y el programa de los juegos o bien alquilan mullidos cojines para las nalgas sensibles; a su lado, pequeñas mesas de apuestas se camuflaban, más o menos, entre los puestos de comida rápida y bebidas frías
Mientras los mendigos con las manos extendidas relatan sus muchos males y las fulanas aguardan bajo las arcadas una sola llamada, divertidas por las correrías de los niños que roban las bolsas de monedas a los pobres distraídos y huyen a la carrera.
Las voces de los comerciantes, anunciando con toda la potencia posible las mil y una excelencias de sus productos, apenas logran hacerse oír sobre la algarabía de compradores y espectadores que buscan sus sitios.
El espectáculo que se abrió ante sus ojos mereció sin duda la larga y cansada espera. Una sinfonía de túnicas de colores comenzaba a extenderse por las gradas, acentuada o mitigada por la larga sombra de un velarium azul celeste salpicado de estrellas y planetas tejidas con sedas
Bajo ellos, sin saberlo, se hallaba una complicada red subterránea de conductos, canales y esclusas que conectaba el anfiteatro con el río Tíber y que había permitido inundar a voluntad el recinto, donde aguardaban, todavía inocentes, dos flotas
Cada flota estaba compuesta de doce embarcaciones, cada una con un total de 6.000 remeros que esperaban en una plácida deriva la inminente llegada de 3.000 combatientes.
El público más avezado reconoció birremes y trirremes, construidos con maderas nobles y pintados de intensos azules, rojos y blancos. Conservaban el nombre solo por el diverso tamaño de su eslora pues por la capacidad del recinto se habían reducido el tamaño de las embarcaciones
Se habían impermeabilizado las paredes con negra brea para intentar evitar fugas de agua, color que contrastaba con el inmaculado mármol del pódium adornado de mosaicos y las brillantes togas de sus ocupantes, o con el pórfido rosa y las guirnaldas de rosas que revestían el palco
Mientras el color y el bullicio reinaban en la superficie, la situación era distinta bajo las gradas. En las oscuras galerías los gladiadores siempre guardan silencio cuando visten las protecciones y toman las armas entregados unos a oraciones a Némesis y otros a sus pensamientos
Es algo que pocos saben: para enfrentarse a la muerte son necesarias fortaleza física, gran habilidad, mayor destreza, pero sobre todo una mente libre de cargas, convencida y preparada para la tarea.
Aquel día algo había cambiado y esos hombres a media voz intercambiaban comentarios, maldiciones, consejos de una utilidad más que dudosa: nadie estaba feliz de cambiar la firmeza de una conocida arena por la inestabilidad bamboleante de unas desconocidas tablas de barco mojadas
Severo prestaba atención y callaba, si bien su preocupación era la posición del sol: luchar con la luz en los ojos podía suponer la leve diferencia entre volver a casa o conocer la profundidad de la tierra, aunque su reflejo en el agua y las armaduras iba a dificultar esquivarla
Sus reflexiones se disiparon como bruma cuando un conocido se acercó a él para desearle suerte: un gruñido y un mal gesto le disuadieron de pronunciar palabra. El resto ni siquiera pretendió intentarlo. Continuó Severo ejercitándose antes de la batalla en un rincón de la armería
Sus compañeros le temían y eso era algo bueno cuando tenía que enfrentarse a ellos, pero el resto del tiempo una parte de él se lamentaba en su cuerpo Porque él no siempre fue así, ni siempre fue su oficio la sangre.
Severo era en realidad panadero, antiguo dueño de un pequeño negocio en las laderas del Esquilino. Las hogazas le habían permitido a él, sus padres, abuelos, y hasta donde queda memoria, vivir holgadamente en el segundo piso de la tahona, incluso permitirse a veces algún capricho
Hasta que dos calles más allá abrió otro horno con precios irrisorios y comenzó a perder clientes; redujo su margen de beneficios, pero no regresaron.
Desesperado por cubrir gastos y una reforma que volviera a colocar su tahona en lo más alto, arriesgó mucho en las apuestas del circo, pero él no supo juzgar con acierto la calidad de los carros o la velocidad de los caballos
Debiendo mucho dinero, recurrió a prestamistas y sus abusivos intereses le sumieron en la ruina. Su única solución sería venderse a un lanista como gladiador de contrato, declarar su conformidad ante un tribuno de la plebe y descender al rango de esclavos
Los 2.000 sestercios que recibió apenas lograron pagar algunas deudas; deudas que seguían engullendo todas sus primas por combate impidiéndole ahorrar para cuando regresara a la libertad. Aún soñaba con volver a ser panadero un día en cualquier lugar que no conociera su pasado.
Aquel día, al contrario que los anteriores, no lucharía solo contra un igual. Habían dividido a los combatientes en dos grupos de igual número y los habían obligado a vestir de diversa forma, con atuendo de llamativo colorido y gran riqueza
Interrogándole a un guardia amigo suyo que se había enriquecido sobremanera apostando por él cuando luchaba en la arena, supo que Nerón deseaba recrear una batalla naval entre griegos y persas para dar más realismo a la naumaquia.
Severo se sentía ridículo e incómodo con su armadura nueva. Como retiarius no estaba acostumbrado a luchar con una puesta: las grebas en las piernas ralentizaban su marcha, el casco disminuía su campo de visión y capacidad de reacción y la coraza le dificultaba los movimientos.
Por si fuera poco, le habían sustituido el tridente por una espada y la red de pescador por un escudo que solo le estorbaba. Cuanto más pensaba en la batalla naval de ese día, más empeoraba su humor, más se enfurecía.
Había cosas que le molestaban: la lucha de un gladiador es un duelo en que la supervivencia depende de la habilidad y el entrenamiento; en esa locura debía confiar su vida, por contra, a la tripulación de un barco que no conocía y que dudaba mucho que supiera qué es lo que hacía
Soldados, gladiadores y marineros habían de subir a las naves, en definitiva, profesionales entrenado para aquello, pero por desgracia eran los menos
Abundaban esclavos y condenados a muerte, elegidos para rellenar huecos y cuya aportación al espectáculo se reducía a una ciega desesperación por la supervivencia -que podía embotar sus sentidos en vez de hacerles ganar destreza-, y una muerte sangrienta en los primeros momentos
Peor destino aguardaba a los 6.000 remeros, que se hundirían con esas naves sin poder siquiera tener la posibilidad de plantear defensa.
También esta vez fue sacado abruptamente de sus pensamientos, en esa ocasión con una notificación: el César Nerón se encontraba por fin en su palco rodeado en exclusiva de sus favoritos
Entre las tablas de madera se introducían hasta los combatientes los gritos que su llegada había arrancado veloz al pueblo, denunciando subidas de precios, abusivos impuestos o lo caro del pan, insultando a la amante Popea o llamando a la madre Agripina o la esposa Octavia
No tendrían tiempo de gritarle; los tambores tronaron, las trompetas sonaron, y las embarcaciones, a medida que las tropas embarcaban, se agrupaban en compacta formación de batalla para saludar a Nerón.
Después, con nueva fanfarria, se inició el evento. Dadas sus victorias y su fama, se le había otorgado a Severo el mando de una de las flotas Intentaron inculcarle básicas tácticas navales de batalla y la distribución de las naves, pero Severo, abrumado, se había desentendido
Sería un marinero quién tomara parte de las decisiones que saldrían de su boca, permaneciendo a su lado inseparable toda la naumaquia
Junto a él, en la proa, disfrutó Severo de la imagen del pueblo vociferante, el mismo al que aborreció y ahora amaba porque sabía con sus gargantas, latiendo al unísono, hacerle sentir inmortal por un instante, antes de caer en la cuenta de su propia y ridícula insignificancia.
Sumergido en tales sentimientos apenas vio pasar las primeras escaramuzas, movimientos aleatorios sin importancia destinados solamente a familiarizarse con la nave, acompañados por amenazas que cruzaban el agua como leves susurros con dificultad audibles.
Pronto la flota persa, impetuosa, optó por atacar de frente, en formación de cuña, pero Severo, al ver esto, eligió dividir sus fuerzas en dos para y rodearles; la orden era después arrinconarles contra el muro y masacrarles.
El tambor y la flauta retumbaban en las entrañas de la nave como cien truenos en la tormenta, marcando el ritmo a los remeros de manos encallecidas, mientras el contramaestre, con voz estridente, repetía las órdenes con increíble potencia y la tripulación de cubierta corría
Su nave invistió al contrario con el espolón de hierro de la proa. Un clamor de placer surgió de las gradas. La maniobra había tenido éxito y la nave arietada se hundió sin la necesidad de hacer nada más; borbotones surgieron de las aguas con los últimos estertores de cada caído
Aún se escuchaban los gritos agónicos de los más fuertes entre las risas del público cuando ya habían encontrado el siguiente objetivo. En ese caso la maniobra de su espolón fracasó, pues la nave contraria supo esquivarlo con un rápido viraje inesperado.
Voces de asombro. Antes de que pudiera recuperarse, los griegos de Severo se dispusieron a pasar por encima de los remos persas que, forzados hacia atrás, aplastaron a los remeros contra sus bancos de madera y dejaron así inutilizada su galera
En tal estado, fue mucho más sencillo que en el primer caso aguijonearla con el espolón y verla hundirse. Amargas exclamaciones de quienes habían perdido sus apuestas o habían optado por el bando persa, se entremezclaban con alaridos de deleite de los seguidores de los griegos.
A poca distancia de su proa, otra nave enemiga a abatir. Para que no decayera el interés por la lucha, Severo escogió dejar caer el corvus, gran viga con un gancho en su extremo, que, hundiéndose con estrépito en la madera, enganchó ambos barcos y les permitió iniciar el abordaje
Nuevas aclamaciones tras el retumbar de tambores. Los torpes tropezaron con las velas recogidas en la cubierta y con el cordaje y fueron rematados en el suelo sin ni siquiera haber desenvainado la espada, entre ellos, al timonel
Severo luchó con valor y destreza a pesar de la bamboleante cubierta. Su cuerpo tenía decenas de muescas de otras tantas batallas y su brazo, pese a añorar su tridente, supo sostener otra clase de arma. Pero su destino no sería conocer la muerte del gladiador mediante el hierro
Un certero golpe de escudo por la espalda, de un cobarde al que no vio la cara, bastó para arrojarle al agua. Otros habían corrido su misma suerte y nadaban hacia los márgenes. Severo intentó imitar sus gestos, pero solamente logró prolongar su agonía
Gritó pidiendo ayuda, una cuerda a la que asirse y con la que poder regresar al barco, pero sus súplicas fueron engullidas por las voces de otros hombres, el rítmico golpear de remos, la estridente música y los aullidos continuados del público.
Intentó acercarse a su nave, y solo logró ser golpeado por el descuido de un remero; se hubiera ahogado si la tabla de un barco hundido vino repentinamente en su ayuda.
A ella asido, logró deshacerse de ambas grebas y tampoco le supuso ningún problema arrojar el casco a las profundidades de aquel improvisado lago, pero no encontró la forma de quitarse la coraza, y finalmente, extenuado, se vio arrastrado por su peso.
El sol reflejándose sobre su cabeza en el agua turbia y una quilla serena serían las últimas imágenes borrosas que verían en la vida La muerte llegaría con veloz lentitud acompañada por el intenso craqueo de palmas, y con ella traerá una paz inabarcable y una felicidad inmensa.
Mientras todo sentimiento huía con la vida de su cuerpo, se intensificaban por el contrario los que su esposa Procne padecía, quien desde las galerías superiores había contemplado con enloquecida desesperación e impotencia el largo batallas de su marido contra el agua.
Ahora se abría paso a lo largo de escaleras y pasillos con golpes enfurecidos, con los ojos arrasados en lágrimas y la voz contenido en un infinito lamento.
Su objetivo: las entrañas de ese monstruo que había devorado a su marido, el depósito de cadáveres y enfermería, donde habría de esperar con el público rugiendo sobre su cabeza el final de la batalla y el drenaje del agua para que le devolvieran a su Severo
Se consumía el mediodía cuando el cuerpo fue pescado del grumoso fango. No fueron necesarias la intervención del Caronte con su maza o la del Hermes Psicopompo con su caduceo calentado al fuego para comprobar si estaba muerto o desvanecido, pues no se puede fingir bajo el agua.
Con un gancho clavado en su cuerpo fue arrastrado por bueyes hasta sus brazos, abotagado e hinchado por la putrefacción, la muerte y el agua Aún así cubrió su rostro con una colina de besos, expresando en muerte lo que no dijo en vida: habían discutido en la cena libera.
En torno a ella, rugía atronador el agua, desaguándose del anfiteatro para dejar paso a un nuevo espectáculo de gladiadores, y entre las tablas se colaban a partes iguales las risas, las voces y las maldiciones de quienes contemplaron con indiferencia la muerte de Severo,
Pero nada consigue allí abajo enmascarar los gritos de los heridos que comienzan a entrar por la puerta de la enfermería y el depósito ni el férreo olor agridulce de tanta sangre derramada.
Procne llora en su amargo desconsuelo, maldice entre dientes a los dioses que no la escuchan y desea, con toda la intensidad, de su dolor que el anfiteatro se derrumbe y los que gritan mueran
Se reúnen en torno a ella los gladiadores supervivientes, con sus heridas y vendas, petrificados en respetuoso silencio antes de regresar a la arena, y con ellos sus dos hijos, incapaces de derramar una sola lágrima porque no reconocen el cuerpo de la camilla como el de su padre.
Las mujeres de otros combatientes se acercan a ayudarla a amortajarle, pero Procne no deja que nadie le toque: los celos han sobrevivido a su ahogamiento.
Con paciencia, lava el cuerpo mientras devora sus lamentos de pena para que no perturben la fiesta; es su momento, los dos solos de nuevo, y, mientras le amortaja, susurra recuerdos en su oído e incluso ríe al rememorarlos.
Un beso en la frente sellará la despedida antes de que, con mano temblorosa, cubra por tres veces el rostro de su amado marido con un paño deshilachado que una vez fue blanco.
El combate de gladiadores ha finalizado y el César Nerón con los últimos rayos de luz da la orden de inundar de nuevo la arena para ofrecer a su pueblo un magnífico banquete sobre balsas de madera a la luz de las antorchas y de la luna llena.
Bajo las gradas, Procne aún sigue aferrada a la mano de su marido con los dedos fríos y cálidos entrelazados.
Y con esto CERRAMOS HILO!!

Espero que os haya gustado nuestro experimento... Y el relato, claro
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