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#CosasQuePasanEnLaGuardia #58. Guardia extenuante. Tres horas antes del pase de la noche. Queda una sola camilla libre. Mis compañeros están todos atendiendo, pidiendo estudios y presentándoles pacientes a los clínicos. (+)
(-) Uno fue al laboratorio a preguntar por unos resultados que no aparecen. Miro la lista. Al lado del apellido del paciente que sigue –donde va el diagnóstico– dice “todo”. Camino a lo del orientador y le pregunto qué quiso poner. (+)
(-)
–Es que tiene muchas cosas. Tos, le falta el aire, diarrea, una infección en las piernas… TODO.
–Pero por qué de eso consulta?
–Por todo.
Me agarran unas ganas tremendas de prenderme un cigarrillo. Hace seis meses que dejé. (+)
(-) En su lugar, me muerdo la uña del pulgar derecho y me la arranco (la del izquierdo me la mordí tan mal que me tuve que poner un pedazo de gasa con cinta porque cada cosa que toco me arranca una que otra lágrima). La saco de mi boca con disimulo y la tiro al tacho. (+)
(-) Trato de no pensar en si toqué algún picaporte o camilla desde la última vez que me lavé las manos. Vuelvo al consultorio y hago pasar al señor todo. Lo traen entre varios y tres pasan con él; dos hombres y una mujer. (+)
(-) Los dos primeros –que me informan que son los hermanos– lo sostienen por los costados. Son grandotes, pero no como él. Creo que nunca vi a nadie de su tamaño. Su peso me resulta incalculable. A cada paso que da, parece que se va a caer. (+)
(-) Dudo de la capacidad de sus hermanos para sostenerlo. Les pido que lo suban a la camilla. Él niega.
–No van a poder. A demás si me acuesto no me voy a poder levantar –dice separando las palabras por inhalaciones cortas y rápidas y exhalaciones similares.
(+)
(-) Lo que transmite su explicación es algo que mi cerebro no logra dimensionar. Ahí interviene la mujer, que se presenta como su esposa. Me cuenta que él no se acuesta nunca. Duerme sentado y apoya los brazos y la cabeza sobre una almohada que pone encima de una mesa. (+)
(-) Relata que, un tiempo atrás, lo hacía semi-sentado en la cama con muchas almohadas, hasta que le resultó cada vez más difícil respirar. Él me mira desde su posición apenas reclinada hacia atrás con ambas manos apoyadas en la camilla de la que parece que se va a resbalar. (+)
(-) No es muy alto, por lo que sus glúteos no logran reposar sobre la camilla. No creo que vaya a aguantar mucho más en esa posición. Me pide una silla. No tengo. No hay sillas en los consultorios de guardia.(+)
(-) Le ruego a unos enfermeros –que están en su momento de descanso– que me ayuden a conseguir una y sigo interrogándolo. Lo noto cada vez más fatigado. Apenas logra decirme que se quiere morir. Se me estruja todo por dentro. (+)
(-)
–Por favor, amor, basta. Te pido que basta con eso –le dice la mujer entre lágrimas.
Recién ahí noto que ya viene con el maquillaje corrido. Le pongo el saturómetro en el dedo y voy a buscar una máscara de oxígeno. Se la coloco (+)
(-) y justo entra el enfermero con una de esas sillas que tienen rueditas y asiento acolchonado. La arrastra a través de la puerta, con la vista puesta en el respaldo y una sonrisa que seguro se debe a lo increíble de la silla que consiguió (no tenemos de esas en la guardia).(+)
(-)Me mira, ve al paciente y se queda quieto, casi como congelado. Niego con un movimiento de cabeza lo más sutil que puedo. Los hermanos se me unen. La mujer llora más fuerte. El paciente amplifica mi gesto y el enfermero se va con la silla. (+)
(-) Quiero decirle que me la preste un rato para mí. Me duelen los pies, las pantorrillas y hasta el traste de lo que caminé hasta ahora. Miro otra vez al paciente y ya no me duele nada.
El saturómetro marca una saturación que espero que no sea real. (+)
(-) Refriego un poco el dedo del paciente por si está demasiado frío y se lo vuelvo a poner. Le escucho la espalda. Apenas me llega su respiración. Dudo si es por el panículo de grasa que amortigua el sonido o si está incluso peor de lo que se lo ve. (+)
(-) El saturómetro marca otra vez un número incompatible con la vida humana. Decido no creerle. El hombre se agarra el pecho con la mano en forma de garra. Intento tomarle la presión. El manguito del tensiómetro no le cierra. Le tomo el pulso. (+)
(-) Su corazón late cuando se le da la gana, completamente irregular. Corro a buscar el aparato para –al menos– hacerle un electro. Las pinzas no le entran en las manos ni en los pies y los chupetes se le despegan. Busco bastante algodón con alcohol, cinta (+)
(-)y se lo hago con todo pegado a la piel. Sale como se puede. Se lo llevo al cardiólogo. Me dice que le ponga una vía y le saque un laboratorio con enzimas cardíacas, que en un rato lo viene a ver. Hago las órdenes y busco al enfermero más capaz de los que está. (+)
(-) Le pido que ponga toda su voluntad para ponerle la vía y le prometo facturas a cambio. Acepta y dice que le gustan de crema pastelera. Voy con él. Prueba tres veces sin lograrlo. Llama a una compañera. Ella tampoco puede. Traigo al emergentólogo. Ni él lo logra. (+)
(-) De paso me aclara que todavía no está para emergento. Le pido a los cirujanos que le pongan una vía central y piden un coagulograma. Le pincho ambas muñecas tratando de sacarle sangre arterial. Nada. No me queda otra que acostarlo para probar de sacarle de la ingle. (+)
(-) Le pido ayuda a los hermanos y a los enfermeros y entre todos lo acostamos. No entra del todo en la camilla. Los hermanos lo sostienen desde el costado. Viene un compañero a darme una mano. Entre los dos, tras un par de pinchazos más, logramos sacarle sangre. (+)
(-) Le pido perdón al paciente durante y después de cada uno. Baja la cabeza, resignado. Me apuro al laboratorio y les ruego que me procesen rápido las muestras. Me dicen que en menos de una hora, imposible. Bajo. El paciente está parado otra vez, apoyado contra la camilla. (+)
(-) Está pálido y se agarra la panza. Uno de los enfermeros consigue una cajonera baja y ancha y le ofrece que se siente encima. Parte de sus glúteos se chorrean por los costados, pero está mejor que parado. Se recuesta contra la pared. (+)
(-)
–Basta. Por favor, basta –dice y cruza ambas manos por delante de su cuerpo de forma horizontal una y otra vez.
–No –le grita la mujer–. Basta nada.
Lo empuja con desesperación. Lo sacude por los hombros y le agarra la cabeza con ambas manos.
(+)
(-)
–No basta, me escuchaste?
Él no le contesta. Ella lo abraza. Uno de los hermanos cierra los ojos; el otro se va del consultorio a la sala de espera. Le pregunto a la mujer hace cuánto que viene así.
(+)
(-) Me cuenta que hace unos meses que se empezó a dejar estar, que empezó con hongos en la parte baja de la panza, después con infecciones en las piernas, que ella lo arrastró a la guardia, pero los tratamientos no lo curaban del todo, (+)
(-) que hace quince días se sumó el tema de la tos y ahora también tiene diarrea, que él no quería venir, que dice que se quiere morir y, como ellos no lo piensan dejar, lo trajeron a la fuerza. (+)
(-) Le pongo la mano en el hombro en señal de que la entiendo, o al menos de que la acompaño. Le pido que me ayude a levantarle el pantalón para mirarle las piernas. Las tiene rojas, con montañas y surcos, húmedas de lo que sale a través de varias lastimaduras (+)
(-) que tiene tanto en la superficie como en los recovecos. Además, tiene úlceras en los tobillos. Tiemblo de solo pensar en cómo tendrá los pies. Le sacamos las zapatillas que usa desatadas. No lleva medias. Aprieto las fosas nasales. La mujer se disculpa con los ojos. (+)
(-) Los pies son dos empanadas. Tiene hongos entre los dedos y también en las uñas que están gruesas y demasiado largas. Le acomodamos la ropa y le reviso la panza como puedo; volver a acostarlo en esa camilla tan finita no es una opción, necesita una cama. (+)
(-) Le duele cada zona que le palpo, aunque trato de evitar las áreas de piel lastimada.
Pienso que el orientador tenía razón con lo de TODO; no sé por dónde arrancar con él. Le pido unas placas sin demasiada esperanza. Los camilleros vienen con una silla de ruedas (+)
(-) y un tubo de oxígeno que no sé de dónde sacaron.El paciente no entra en la silla, se nota a un kilómetro. Vuelven con una camilla. Lo llevan con los hermanos agarrándolo de los costados. Le hacen las placas tres veces. No se ve nada. (+)
(-) En el tomógrafo no se puede meter a alguien tan pesado. Probamos de ver algo en ecografía. Tampoco da resultados. Le quiero pegar a la pared. En vez de eso, me arranco la uña del índice derecho y le pido a una de las de imágenes si me regala un pucho. Lo guardo.(+)
(-) Volvemos al consultorio. Al rato llega la primera parte de sus análisis. Nunca vi tantos glóbulos blancos juntos en alguien que no tuviera una leucemia. Además, tiene una infección urinaria. Hablo con los clínicos. Les cuento el caso sin demasiadas expectativas. (+)
(-) Les hablo de su falta de aire, de la infección urinaria, de la diarrea, del dolor de panza, de las piernas podridas y de su obesidad tan extrema que vuelve imposible hacerle más estudios.
–Creo que no va a salir de esta –concluyo con la voz temblorosa.
(+)
(-) Aprieto las muelas para no llorar; no quiero las burlas de nadie. Uno de ellos se apiada de mí:
–Está bien. Apenas saquen al óbito de cama seis y limpien, lo pasás ahí.
Lo abrazo. Se queda quieto en su lugar. (+)
(-) Lo suelto y apuro a todos los responsables de llevar al óbito a la morgue. Hago correr también a los de limpieza y a los enfermeros. No consigo a los camilleros para pasarlo, pero sí una camilla. Le pido ayuda a mis compañeros y a sus hermanos. (+)
(-) Entre todos lo subimos y corremos al estar de clínica; no tenemos tubo de oxígeno. La mujer se apura al lado nuestro y no le suelta la mano. Llegamos. Lo pasamos a la cama y mis compañeros se van a seguir atendiendo. (+)
(-) Yo le pongo la máscara de oxígeno, le levanto la cabecera y me voy a buscar el coagulograma para que los cirujanos le pongan la vía. Vienen. Lo pinchan por todos lados, incluso guiados por ecografía, pero sus venas se escapan. Al intento número cuatro, uno lo logra. (+)
(-) Todos lo aplauden. La mujer y los hermanos lo abrazan –apenas termina– como si ya lo hubiera salvado. Le rezo para adentro a mi abuela y al resto de mis ancestros para que lo cuiden y curen. Los clínicos le ponen un combo bestial de antibióticos, diuréticos, (+)
(-) lo nebulizan, le curan las piernas. Yo paso, entre paciente y paciente que atiendo en los consultorios, para ver si mejora un poco. En una de esas me agarra la mano y me dice gracias. Le digo que no hay de qué, que le ponga garra, (+)
(-) que cuando salga hay mucho que se puede hacer para que esté mejor. Cierra los ojos y repite el “gracias”. Me voy a atender. La guardia se vuelve nefasta y no logro volver a verlo hasta antes de tirarme un rato. Sigue ahí, no mucho mejor, pero por lo menos no está peor. (+)
(-) Me acuesto y en el medio de la noche algo adentro mío me despierta. Trato de volver a dormirme. Me resulta imposible. Me levanto, me sirvo un vaso de agua y voy para la sala de clínica. En la puerta, la mujer y los hermanos están llorando. (+)
(-) Me acerco y les doy el pésame. Ella me abraza. Dice que gracias por todo. Le devuelvo el abrazo. Cuando se termina me voy para la entrada de ambulancias. Salgo, me prendo el cigarrillo que conseguí más temprano, doy una pitada y lloro yo también.
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