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#CosasQuePasanEnLaGuardia #60. 9 am. Ingresa una paciente a los gritos por su “dolor de vesícula”. Cenó tres choripanes pese a que –hace ya medio año– le explicaron que tenía piedras y le indicaron que hiciera dieta. La reviso. Se le palpa la vesícula distendida. (+)
(-)Salen laboratorio, suero y ecografía. Se ve la pared de la vesícula inflamada y probablemente requiera internación y cirugía. Le estoy explicando eso cuando veo a la Colo –una de mis compañeras– tambalearse en el pasillo. Se apoya en la mesada y se queda así unos segundos. (+)
(-) Asomo la cabeza desde el consultorio.
–¿Estás bien? –le pregunto.
–Sí. No es nada. Debe ser porque no desayuné.
Me acerco y le apoyo la mano en la muñeca para evaluar su pulso. Se siente algo débil. (+)
(-) Le ofrezco acompañarla al estar médico –temo que se caiga en el camino– y prepararle algo con azúcar.
–No es necesario. Ya se me pasó –asegura.
La recorro con la mirada. Su cara está menos pálida, es cierto, aunque es tan blanca que no puedo saber bien. (+)
(-) Igual le sugiero que termine con lo que está atendiendo y coma algo. Asiente y sigue con lo suyo. Yo le explico a la mujer de los choripanes lo que encontré hasta ahora y cómo vamos a proseguir, le indico medicación para el dolor para que le pasen por el suero (+)
(-) y llamo a un señor con EPOC que respira horrendo. El hombre deja un halo de olor a cigarrillo en su camino. Satura tan mal como esperaba. Lo pongo a nebulizar, pido que le preparen un corticoide para pasar endovenoso y lo interrogo. (+)
(-) Asegura que no fuma hace meses, que el olor es de la gente que va por la calle con el cigarrillo prendido y le tira el humo encima. Evito la discusión acerca de tremenda mentira –tiene olor hasta en la cara– y le escucho la espalda. Es un concierto de heavy metal. (+)
(-) La enfermera viene con el corticoide y le pido que también le saque sangre. Le explico al hombre acerca de las tres nebulizaciones que le tengo que hacer y de la placa que le vamos a sacar.
–Sí, ya sé, señorita, yo sé cómo es todo esto más que usté –contesta.
(+)
(-)
–Doctora –lo corrijo–. ¿Viene muy seguido a la guardia por su EPOC?
–Todas las semanas.
–Ah –contesto prolongando la A–. ¿Y al neumonólogo fue?
–Demasiado. Sé más que él también.
–Claro, me imagino. ¿Y usa la medicación que le mandó?
(+)
(-)
–No puedo. Ése se cree que soy millonario yo, ¿vio? Me manda cosas caras.
Le pregunto cuáles. No sabe. Le digo que podemos hacer unos trámites para que lo vaya a buscar a alguna salita o a otros lugares que se ocupan de eso.
(+)
(-)
–Ahí hay que ir como a las cinco de la mañana –se queja–. Llegás y ya no hay más, te dicen. “Volvé otro día”, siempre es “volvé otro día”. Yo no puedo dejar de trabajar para que me tomen el pelo. Tengo cuatro bocas que llenar, señorita.
(+)
(-)
No lo corrijo esta vez. Le prometo tratar de conseguirle algo y salgo a llamar al que sigue. No está. Estoy por llamar al próximo cuando veo que la Colo casi se cae en el pasillo. Uno de los enfermeros la ataja justo. Me acerco y la sentamos en una de las sillas.
(+)
(-)
–¿Desayunaste? –le pregunto.
Desplaza la cabeza –de forma repetida– para un costado y para el otro.
–Ya se me pasa –dice y se ríe–. Es una sonsera.
Trata de levantarse. La empujo con las manos sobre los hombros hasta que se sienta de nuevo.
–Te quedás ahí –le ordeno.
(+)
(-) Le pido al enfermero que la vigile mientras llamo un camillero. Aparece bastante más rápido de lo habitual y la llevamos a una de nuestras habitaciones, donde la obligo a acostarse. Le tomo la presión. Está algo baja y su pulso, acelerado. Satura bien, por suerte. (+)
(-) Busco el aparato para hacerle un test de azúcar en sangre. No lo encuentro. Robo uno de otro servicio. No anda.
–Ni te molestes –interrumpe–. Seguro que en cuanto desayune me voy a sentir bien.
Tiene cierta lógica lo que dice, así que le ordeno que me espere, (+)
(-) devuelvo de una corrida el aparato robado y le preparo un mate cocido con mucha azúcar. Veo que uno de los varones está comiendo un alfajor y lo invito a donar la mitad a la causa. Lo corta y me lo da con un "me debés uno". No le contesto. (+)
(-) Le llevo todo a la colo y la miro hasta que se lo come. Sonríe y enseguida se le borra el gesto. Se agarra la panza. No pasan ni cinco minutos que lo vomita en el piso de la habitación. Me salpica la parte baja del ambo. La refriego contra la cama para no hacerla sentir mal.+
(-) Igual me ve y se disculpa.
–No pasa nada –le digo–, pero vos no estás para estar atendiendo. ¿Por qué no te vas a tu casa y te pedís médico?
–Porque soy suplente. No puedo –contesta resignada.
(+)
(-) Me quedo callada, rumiando la bronca de que, pese a que cubra todos los agujeros y viva de reemplazo en reemplazo, no tenga derecho a tomarse licencia la única vez que la necesita. Debe notarse bastante en mi cara lo que estoy pensando, (+)
(-) porque enseguida agrega que no pasa nada y que ya se siente mejor. Sonríe para hacérmelo creer, pero en cuanto trata de levantarse se va para un costado y casi se cae. La obligo a acostarse y le insisto en que se vaya, que yo hablo con el jefe y que la cubrimos entre todos(+)
(-) No quiere. No nos quiere dejar con uno menos, y además dice que le da miedo por las auditorías, porque si cae una le pueden levantar un sumario por no estar, y agrega que, con su suerte, seguro caen. Veo que va a ser imposible convencerla, así que cambio de estrategia. (+)
(-) Le pido que –al menos– me deje inyectarle algo para los vómitos y que se quede un rato acostada hasta que se le pase. Debe realmente sentirse muy mal, porque acepta enseguida y se pone en posición fetal. Salgo a buscar las cosas y me cruzo con el señor del EPOC (+)
(-) que se está escapando del consultorio. La flaca –otra de nuestras compañeras– justo sale del consultorio de al lado. La freno, le cuento brevemente lo que pasó y le pido que por favor le aplique la intramuscular a la colo mientras persigo al paciente (+)
(-) que se nota que respira un poco mejor, aunque no lo del todo. Me dice que el enfermero ya lo nebulizó las tres veces y que se tiene que ir a trabajar.
Da unos pasos más y frena porque le falta el aire.
–¿En qué trabaja? Yo le hago un certificado –le ofrezco.
(+)
(-)
–Eso no me sirve a mí. Usté no entiende –contesta mientras amaga a arrancar de vuelta la caminata.
–Entiendo que usted no está muy bien todavía, y si me da un rato más, capaz que logro hacer que se sienta mejor.
(+)
(-)
–Es que hoy no vendí nada –me dice mientras me muestra su bolso lleno de paquetes de pañuelos de papel.
–Mire qué justo. Acá hay un montón resfriados. ¿Seguro que no se puede quedar un rato? –insisto.
(+)
(-)
Se queda callado y apoya la mano derecha contra la pared encorvando la espalda hacia afuera. Baja la cabeza y respira hondo. Ahí mismo le levanto la remera y le escucho la espalda. Sigue silbando bastante. Me saco el estetoscopio y le acomodo la remera.
(+)
(-)
–Media hora –contesta y gira hacia los consultorios.
Lo acompaño –frenando cada dos o tres pasos– hasta que llegamos. Lo siento, le paso otro corticoide y lo pongo a nebulizar mientras le prometo preguntar quiénes quieren pañuelitos. (+)
(-) Esboza una media sonrisa y le veo los dientes amarillentos. Voy al estar y hago una vaquita ente mis compañeros. Vuelvo con trescientos pesos y un inhalador de vent0lín que le conseguí en la farmacia. Le prometo que si viene pasado mañana –que me toca guardia de nuevo– (+)
(-) le traigo el remedio que le falta, que creo tener muestras en casa.
–Gracias, señorita, usté sí que es de las buenas. A mí todos me nebulizan y me mandan a la calle otra vez, y nosotros vivimos en la calle pero somos personas igual.
(+)
(-) Pienso en si vive en la calle con las cuatro bocas que alimenta y se me paran los pelos de los brazos. La saliva me queda atravesada en la garganta. Trato de consolarme con que tal vez ellos viven en una casa de la que lo echaron por fumar tanto –como si eso fuera consuelo–,+
(-) o que tal vez ni hay cuatro bocas y se las inventó para darme lástima. Los pelos siguen en el mismo lugar. Lo imagino vendiendo pañuelos en el semáforo y a cuatro nenes chiquitos acostados sobre un cartón en la vereda repitiendo que tienen hambre. (+)
(-) Aprieto las muelas, cierro los ojos unos segundos, los abro y le acaricio la espalda mientras apago la nebulización que acaba de terminar. Abre el bolso para darme los pañuelos. Le hago señas de que no es necesario. (+)
(-) Me mira con cara de que no entiende y me pregunto hace cuánto que nadie le regala nada. Me dan ganas de abrazarlo, pero justo llega el camillero con la silla y se lo lleva a rayos. Estoy por llamar a otro paciente cuando aparece la flaca y me pide que la acompañe urgente.(+)
(-) La sigo hasta la habitación donde dejé a la colo. Ella está vomitando y tiene el ambo manchado con sangre entre las piernas. Llora. Le acaricio la cabeza –con la misma mano que le acaricié la espalda al señor del EPOC– y le pregunto qué pasa. (+)
(-) Insiste en que nada, que ya se le va a pasar. Las lágrimas no dejan de caerle por las mejillas. Se las seco y noto que está algo caliente. Trato de ponerle un termómetro; me saca. Le pregunto si le vino recién y le ofrezco una toallita. La flaca sacude la cabeza (+)
(-) en forma horizontal. La colo niega y llora más fuerte.
–Espérenme acá –dice la flaca y sale.
Yo no entiendo nada. Trato otra vez de ponerle el termómetro a la Colo y me dice que no joda. El que use ese término, ella, que habla como abuela, me preocupa. (+)
(-) Pienso igual que no tengo dudas de que tiene fiebre y me reto a mí misma que fiebre solo es 38° o más marcados por el termómetro. La miro. Cierra los ojos y sigue llorando. Me quedo callada y le acaricio la cabeza de nuevo. (+)
(-) Al rato entra la flaca con un ambo arlequín que consiguió prestado de quirófano y una silla de ruedas de esas que nunca encontramos por ningún lado
–Vamos a Eco –sentencia.
Le acerca el ambo a la Colo para que se cambie. Yo busco una toallita y se la entrego también. (+)
(-) Le hago un “qué está pasando?” con la mirada a la flaca y me hace un rulito con el índice en señal de que después me cuenta. Mientras la Colo se pone el ambo limpio, la otra se asoma y ve que no haya nadie en el camino. Vamos para Eco con la Colo que trata de no llorar. (+)
(-) Mi cabeza está llena de preguntas. Llegamos y está la más copada de imágenes.
–No digo nada –le asegura a la Colo.
Ella vuelve a estallar en lágrimas. La abrazamos y después le damos la espalda para que se ponga la bata.
(+)
(-) La ecografía es transvaginal. Se acuesta y la de imágenes le pregunta si está lista. Asiente.
No entiendo lo que veo la pantalla. Tampoco pregunto. La de imágenes saca el transductor desde adentro de la Colo, le saca el preservativo que lo recubre, lo limpia y la mira. (+)
(-)
–Hay material, pero nada de latido. Te deberías hacer ver por gineco –le dice.
La Colo llora otra vez.
–¿Querés que llamemos al Pampa? –le pregunto refiriéndome a su novio.
Estoy terminando de pronunciar la oración cuando me percato de que la flaca niega (+)
(-) con un intento de disimulo. La Colo se desarma en llanto. La abrazamos entre todas otra vez.
Sin saber bien qué está pasando, aunque haciéndome cierta idea en la cabeza, le prometo que todo va a estar bien. Cuando se calma, me ofrezco a llevarla a gineco. (+)
(-)
–Acá no –contesta–. Derivame por la obra social.
Entiendo que para que elija una opción tan mala –porque nuestra obra social es bastante de terror–, mis sospechas deben ser ciertas. No hablo más. Preparo los papeles de derivación y me ocupo de que salga rápido (+)
(-) mientras la flaca se queda con la Colo en la habitación.
Al jefe le digo que es algo en el ovario y que ella no confía en el servicio de ginecología de acá. No le resulta raro. Trato de conseguir reemplazo para acompañarla. Es imposible. Le pido a él de ir un rato y volver.+
(-) Me dice que la guardia no puede quedar con dos menos. Llamo a otra amiga nuestra que vive cerca y en quince minutos está acá. Viene la ambulancia y se llevan a la Colo.
El Pampa aparece más tarde por la guardia, recién termina de operar. (+)
(-) Se acerca por atrás a una de las enfermeras y le agarra el culo. Me quedo mirando fijo, esperando que la chica le meta un cachetazo. En vez de eso, le da un beso.
Llamo a nuestra amiga que se fue con la Colo. Dice que la metieron a quirófano. (+)
(-) Hablamos de todo menos de lo que está pasando.
–Va a estar bien –le digo más que nada tratando de autoconvencerme.
–Seguro –responde ella igual.
Vuelvo a los consultorios. Quiero comprarle todos los pañuelitos al señor del EPOC para sentirme mejor. (+)
(-) El suero que tenía puesto cuelga arriba de la camilla sobre la que reposa la placa. El vecino de consultorio me dice que se lo arrancó y se fue, que dijo que tenía que irse a trabajar. Miro la radiografía. Está horrible. Busco su laboratorio. Está igual. (+)
(-) La de la vesícula también se escapó. Salgo a la entrada de ambulancias y me prendo un pucho. Lo apago con fuerza contra el piso y sigo apretándolo y pisoteándolo como si fuera una cucaracha. Prendo otro. La flaca me busca para el pase y lo dejo por la mitad. (+)
(-) A los dos días llego a la guardia y le aviso al orientador que va a venir el señor del EPOC a buscar el remedio que le traje, que por favor me avise. Asiente. En el estar todos chusmean sobre el caso de la Colo. Los hago callar con que lo que importa es que ella está bien.(+)
(-) Algunos me hacen caso. Otros, murmuran que no sea mala onda. Pregunto todo el día por el señor del EPOC. No viene. Vamos a comer. Hay fideos con tuco. La salsa me hace acordar al ambo manchado de la Colo. Dejo la comida por la mitad, me disculpo y me escapo al pasillo. (+)
(-) Bajo corriendo por la escalera. Paso por la guardia por si apareció el hombre de los pañuelitos. Nada. Salgo. Me prendo un pucho. En cada exhalación largo un poco de bronca. Meto la mano izquierda en el bolsillo de la campera por el frío. (+)
(-) Encuentro el remedio que le traje a ese señor. Termino ese cigarrillo y me prendo uno más.
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