–¿Estás bien? –le pregunto.
–Sí. No es nada. Debe ser porque no desayuné.
Me acerco y le apoyo la mano en la muñeca para evaluar su pulso. Se siente algo débil. (+)
–No es necesario. Ya se me pasó –asegura.
La recorro con la mirada. Su cara está menos pálida, es cierto, aunque es tan blanca que no puedo saber bien. (+)
–Sí, ya sé, señorita, yo sé cómo es todo esto más que usté –contesta.
(+)
–Doctora –lo corrijo–. ¿Viene muy seguido a la guardia por su EPOC?
–Todas las semanas.
–Ah –contesto prolongando la A–. ¿Y al neumonólogo fue?
–Demasiado. Sé más que él también.
–Claro, me imagino. ¿Y usa la medicación que le mandó?
(+)
–No puedo. Ése se cree que soy millonario yo, ¿vio? Me manda cosas caras.
Le pregunto cuáles. No sabe. Le digo que podemos hacer unos trámites para que lo vaya a buscar a alguna salita o a otros lugares que se ocupan de eso.
(+)
–Ahí hay que ir como a las cinco de la mañana –se queja–. Llegás y ya no hay más, te dicen. “Volvé otro día”, siempre es “volvé otro día”. Yo no puedo dejar de trabajar para que me tomen el pelo. Tengo cuatro bocas que llenar, señorita.
(+)
No lo corrijo esta vez. Le prometo tratar de conseguirle algo y salgo a llamar al que sigue. No está. Estoy por llamar al próximo cuando veo que la Colo casi se cae en el pasillo. Uno de los enfermeros la ataja justo. Me acerco y la sentamos en una de las sillas.
(+)
–¿Desayunaste? –le pregunto.
Desplaza la cabeza –de forma repetida– para un costado y para el otro.
–Ya se me pasa –dice y se ríe–. Es una sonsera.
Trata de levantarse. La empujo con las manos sobre los hombros hasta que se sienta de nuevo.
–Te quedás ahí –le ordeno.
(+)
–Ni te molestes –interrumpe–. Seguro que en cuanto desayune me voy a sentir bien.
Tiene cierta lógica lo que dice, así que le ordeno que me espere, (+)
–No pasa nada –le digo–, pero vos no estás para estar atendiendo. ¿Por qué no te vas a tu casa y te pedís médico?
–Porque soy suplente. No puedo –contesta resignada.
(+)
Da unos pasos más y frena porque le falta el aire.
–¿En qué trabaja? Yo le hago un certificado –le ofrezco.
(+)
–Eso no me sirve a mí. Usté no entiende –contesta mientras amaga a arrancar de vuelta la caminata.
–Entiendo que usted no está muy bien todavía, y si me da un rato más, capaz que logro hacer que se sienta mejor.
(+)
–Es que hoy no vendí nada –me dice mientras me muestra su bolso lleno de paquetes de pañuelos de papel.
–Mire qué justo. Acá hay un montón resfriados. ¿Seguro que no se puede quedar un rato? –insisto.
(+)
Se queda callado y apoya la mano derecha contra la pared encorvando la espalda hacia afuera. Baja la cabeza y respira hondo. Ahí mismo le levanto la remera y le escucho la espalda. Sigue silbando bastante. Me saco el estetoscopio y le acomodo la remera.
(+)
–Media hora –contesta y gira hacia los consultorios.
Lo acompaño –frenando cada dos o tres pasos– hasta que llegamos. Lo siento, le paso otro corticoide y lo pongo a nebulizar mientras le prometo preguntar quiénes quieren pañuelitos. (+)
–Gracias, señorita, usté sí que es de las buenas. A mí todos me nebulizan y me mandan a la calle otra vez, y nosotros vivimos en la calle pero somos personas igual.
(+)
–Espérenme acá –dice la flaca y sale.
Yo no entiendo nada. Trato otra vez de ponerle el termómetro a la Colo y me dice que no joda. El que use ese término, ella, que habla como abuela, me preocupa. (+)
–Vamos a Eco –sentencia.
Le acerca el ambo a la Colo para que se cambie. Yo busco una toallita y se la entrego también. (+)
–No digo nada –le asegura a la Colo.
Ella vuelve a estallar en lágrimas. La abrazamos y después le damos la espalda para que se ponga la bata.
(+)
No entiendo lo que veo la pantalla. Tampoco pregunto. La de imágenes saca el transductor desde adentro de la Colo, le saca el preservativo que lo recubre, lo limpia y la mira. (+)
–Hay material, pero nada de latido. Te deberías hacer ver por gineco –le dice.
La Colo llora otra vez.
–¿Querés que llamemos al Pampa? –le pregunto refiriéndome a su novio.
Estoy terminando de pronunciar la oración cuando me percato de que la flaca niega (+)
Sin saber bien qué está pasando, aunque haciéndome cierta idea en la cabeza, le prometo que todo va a estar bien. Cuando se calma, me ofrezco a llevarla a gineco. (+)
–Acá no –contesta–. Derivame por la obra social.
Entiendo que para que elija una opción tan mala –porque nuestra obra social es bastante de terror–, mis sospechas deben ser ciertas. No hablo más. Preparo los papeles de derivación y me ocupo de que salga rápido (+)
Al jefe le digo que es algo en el ovario y que ella no confía en el servicio de ginecología de acá. No le resulta raro. Trato de conseguir reemplazo para acompañarla. Es imposible. Le pido a él de ir un rato y volver.+
El Pampa aparece más tarde por la guardia, recién termina de operar. (+)
Llamo a nuestra amiga que se fue con la Colo. Dice que la metieron a quirófano. (+)
–Va a estar bien –le digo más que nada tratando de autoconvencerme.
–Seguro –responde ella igual.
Vuelvo a los consultorios. Quiero comprarle todos los pañuelitos al señor del EPOC para sentirme mejor. (+)