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–Fue solo un trago entonces? –pregunto con cierto alivio.
–Fue más de medio vaso. Casi un vaso entero –contesta.
Pienso en qué largos que son sus tragos y me pregunto si yo tardaría tanto en notar el gusto a lavandina.
–Pero lo escupió apenas se dio cuenta. Eso es bueno.
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–Escupí el final del vaso. Si no, seguro estaría muerta –dice haciendo una cruz en el aire que nos separa con los dedos de la mano estirados .
Vuelve a agarrarse el cuello y a respirar de forma agitada. Tose. Es una tos seca casi inexistente. (+)
–Qué pasó esta vez, señora? –le dice el más grande.
Yo lo miro sin entender demasiado.
–Le pusieron veneno para ratas en la comida? Le incendiaron el escritorio? –continúa el oficial.
La mujer lo mira con odio. Se queda callada. Lo interrumpo.
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–Disculpe, oficial. Lo llamé porque mi paciente quiere hacer una denuncia.
–Como siempre –contesta él.
Mi vista va de él a ella ida y vuelta.
–Alguno sería tan amable de explicarme qué está pasando?
–Nada –dice la mujer y tose otra vez–. Lo mejor va a ser que me vaya.
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Le pido que no lo haga, que se quede si no se siente bien, que necesito tenerla en observación y, si los síntomas empeoran, hacerle una endoscopía.
Niega persistentemente, tanto con la cabeza como con la voz. Arranca en un tono bajo y va subiendo. (+)
–Siempre hace lo mismo –me dice–. Denuncia de que la trataron de matar y es mentira. Está loca.
–Y cómo saben qué es mentira?
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–Es que todos los análisis siempre le dan bien, los estudios, y en su trabajo también nos lo dicen. No la pueden echar porque está hace demasiados años, si no, lo harían dijo el jefe.
Me quedo pensando y le pido que por favor la próxima no intervenga como lo hizo (+)
Lo hablo con mis compañeros y confirman que sí, que la mujer es conocida en el hospital por consultas reiteradas por supuestos intentos de asesinato en su trabajo.
–Para la próxima ya sabés –se ríe una de las chicas.
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–Es un segundo –me dice con tono casi de súplica.
–Con qué la ayudo? –le pregunto mientras me acerco.
–Sólo quería mostrarle pruebas de que no estoy loca ni invento nada.
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–Me dejaron internada –explica–. Y ya hice la denuncia otra vez.
Yo no puedo dejar de leer el papel. Me lo saca de las manos y se va. Helada como estoy voy al estar y busco a mis compañeros. Les cuento lo sucedido.
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–No puede ser. Vos no la viste tan mal, o sí? –me pregunta uno que es terapista.
–No –contesto.
–Seguro que salió de acá, se fue a su casa y se preparó un licuado de agua con lavandina –se ríe.
A mí el asunto me queda resonando en la cabeza por días.