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Impresiones sobre cinco de las más importantes revoluciones e insurrecciones de la Europa de los siglos XVII-XVIII (revoluciones burguesas en los Países Bajos e Inglaterra, insurrecciones y rebeliones en Portugal, Cataluña, Sicilia, Nápoles, Francia y Rusia).
La referencia principal utilizada para el hilo es la gran obra "Revoluciones y rebeliones de la Europa moderna", de Forster, Greene, Smit, Stone, Elliott, Mousnier y Raeff.
Obra cargada de prejuicios usuales entre cierta historiografía, pero que, sobre todo, brinda un material potente para el estudio de las primeras revoluciones e insurrecciones burguesas, cuyo poso quedará en el acervo del primer ciclo revolucionario mundial inaugurado por Octubre.
Y es de gran interés para poder profundizar en algunos de los episodios más importantes relativos a rebeliones populares, campesinas y de las fracciones dominantes feudales en decadencia, además de los embriones de los futuros conflictos nacionales (revuelta catalana).
Revoluciones como las de los Países Bajos e Inglaterra son los dos grandes episodios históricos que sirven de base para el ciclo revolucionario burgués que formalmente comienza en las Trece Colonias norteamericanas, pero que realmente abre la Revolución francesa en 1789.
No comentaré nada sobre el episodio francés, pues la literatura es ingente. Si a alguien le interesa, aquí se toca el tema (), tomando como fuentes algunos de los más importantes historiadores, sobre todo francófonos (Vilar, Parain, Soboul, Hincker, etc.).
Más que conocer al dedillo qué pasó en cada episodio concreto de convulsión sociopolítica (la Fronda francesa, la revuelta catalana, la rebelión de Pugachov...), lo más importante es comprender el hilo que conecta todos estos procesos con la dinámica de la revolución burguesa.
Sobre este particular, no puedo dejar de recomendar el primer epígrafe ("El significado histórico del Viento del Este") del artículo principal de Línea Proletaria (reconstitucion.net/Documentos/LP_…) dedicado a la Gran Revolución Cultural Proletaria en China.
Tanto Smit como Stone coinciden en considerar las revoluciones de los Países Bajos y de Inglaterra como grandes revoluciones nacionales, burguesas. Pero hay diferencias notables entre el caso holandés y el inglés.
En los Países Bajos, a mediados del s. XVII aún no se han desarrollado las condiciones económico-sociales y políticas para la construcción de un marco nacional desarrollado, al contrario que en Inglaterra.
El mapa social, de clases, es muy abigarrado en los Países Bajos (más aún que en Inglaterra); prima el particularismo provincial y —lo que no es menos importante— no existe, al menos al mismo nivel que en Inglaterra, una fuerza ideológica propulsora de una revolución radical.
Esa fuerza ideológico-religiosa la encontrarán las fuerzas revolucionarias holandesas en la forma de anticatolicismo, banderín de enganche para la ruptura de la sujeción política a la Monarquía hispánica.
En el país de Cromwell, a mediados del s. XVII sí existe un cuerpo político cada vez más unificado, expresión de los intereses emergentes de la nueva clase burguesa. Hay, además (y esto lo resaltan Forster y Greene con ahínco), una potente ideología revolucionaria.
Si, desde el punto de vista político, en los Países Bajos los revolucionarios cuentan con los estados provinciales, en Inglaterra disponen del Parlamento. Al calor de la expansión del modo de producción burgués, tanto en un país como en otro emerge una nueva concepción del mundo.
En el caso holandés, la rebelión contra la Monarquía hispánica es indisociable de lo que Forster y Greene denominan "el ideal de los Países Bajos como una república capitalista y burguesa con una personalidad nacional fuertemente marcada y muy mercantil". Esto es clave.
Para mí este es uno de los aspectos más notables de la Revolución holandesa: la confirmación histórica del principio básico del marxismo, en lo relativo a la cuestión nacional, de que el mercado es la primera escuela nacionalista para la burguesía (el mismo patrón para Cataluña).
Para Pirenne o Wittman, el levantamiento holandés contra el Imperio español responde en última instancia a las necesidades creadas por una economía capitalista en expansión y la formación de una poderosa burguesía, que necesita la existencia de un Estado nacional propio.
La conciencia nacional holandesa, como expresión ideológica de las nuevas fuerzas económico-sociales, juega un rol crucial. Los Estados Generales no pueden desempeñar el mismo papel que el Parlamento inglés; en los Países Bajos cada ciudad es en la práctica una entidad autónoma.
El mapa de clase cambia sensiblemente en cada ciudad o provincia. Ámsterdam y toda la provincia de Holanda, Gante y Amberes en Flandes... En Gante se produce una rebelión seria en 1536-1540 por un problema fiscal. Una constante histórica en Europa: las revueltas antifiscales.
Al ser incapaz la Monarquía hispánica de dar cumplimiento a las necesidades de la pujante burguesía de los Países Bajos, los poderes locales se convierten en cuerpos políticos autónomos, con necesidades progresivamente incompatibles con la estructura del Imperio español.
Smit recuerda una máxima que es una ley universal y general de la Revolución Proletaria Mundial: todo poder que no se expande termina sucumbiendo. En 1558 los Estados Generales de los Países Bajos manifiestan una unidad de acción que dejará huella. Problemas fiscales de nuevo.
Como para todo proceso revolucionario (el holandés inclusive), recuerda Smit, la "existencia de ideologías innovadoras" es uno de los "criterios decisivos para toda revolución sociopolítica". ¡Ya ha llegado más lejos un historiador burgués que la mayoría de los sindi-comunistas!
La profundidad y minuciosidad con que Smit analiza los intereses de cada clase o fracción de clase en los Países Bajos recuerda a los análisis de Marx sobre las luchas de clases en Francia o Gran Bretaña. Cada actor tiene —o no— motivos para alzarse contra la Monarquía hispánica.
Como sucederá casi un siglo después en Cataluña, la rebelión de los Países Bajos de 1566 mostrará a las claras lo limitado de toda revolución burguesa, que desde su nacimiento, incluso en la Revolución francesa, cortocircuita y sofoca todo intento de revolución de los explotados.
Aunque el episodio holandés es del s. XVI y no del XVII, casi todos los cataclismos más destacados se dan en el XVII (de ahí el título del hilo). Por eso es importante también la revolución de los Países Bajos como precursora, en gran medida, de todo un ciclo de revoluciones.
Los artesanos y proletarios que se alzan en 1566 sufren la que quizá es una de las grandes primeras deserciones de la burguesía (y de una parte de la nobleza). Ante la radicalidad de la revuelta, las clases acomodadas holandesas allanan la represión brutal del duque de Alba.
En el corazón de la Monarquía hispánica, una vez integrado Portugal, el desarrollo centrífugo tan característico de España, algo explicado por Marx, provocará constantes pulsiones periféricas, siendo la más destacada en esa época la revuelta catalana y la secesión portuguesa.
La década de los 40 es especialmente turbulenta dentro de España (y en el periferia imperial europea, siciliano-napolitana). 1640: rebelión catalana, independencia de Portugal e incluso conspiración separatista en Andalucía; 1647-48: levantamientos populares en Sicilia y Nápoles.
Al contrario que en Francia, una constante histórica de muchas de las rebeliones e insurrecciones en España es su carácter periférico. "No hay una Fronda en Madrid", afirma J. H. Elliott.
La rebelión portuguesa de 1640 es la que mayores efectos políticos efectivos tiene seguramente, pero es el episodio catalán el más relevante por lo que prefigura con posterioridad. El problema catalán devendrá el principal problema político del Estado español en muchos momentos.
Las revueltas de Nápoles y Sicilia son importantes en el sentido de son las únicas que casi son la manifestación exclusiva de descontento de las clases explotadas, y porque muestran la crisis irreversible de la Corona española en el marco de la Guerra de los Treinta Años.
Es la primavera catalana de 1640 la más interesante por ser un ejemplo precioso del desarrollo político del Estado español. En Cataluña, donde ya existe un elemento cultural-lingüístico propio que será clave para el posterior desarrollo nacional, la revuelta es interclasista.
En la rebelión catalana participan elementos de casi todas las clases. Elliott, uno de los autores que más ha estudiado el contencioso catalán, demuestra cómo los rebeldes catalanes son conscientes de que los Países Bajos ya le han abierto el camino con anterioridad.
Proceso dilatado de distanciamiento de un amplio sector de las clases dominantes catalanas respecto a la Corona española, clave para que una rebelión pueda triunfar en esa época. Las clases explotadas son necesariamente subalternas en las rebeliones de ese periodo histórico.
Como prueba de la debilidad del poder real fuera de muchos territorios más o menos alejados de Castilla, las muchedumbres, incluso en Cataluña, se alzan contra el "mal gobierno", mientras dan vivas al rey. Hay un vacío de poder simbólico que llena "la patria" catalana (Elliott).
El proceso no está exento de idealizaciones y mixtificaciones (como en todo nacionalismo, empezando por el español). Pero el distanciamiento de Cataluña respecto al poder central es un hecho. Con Felipe III, afirma Elliott, "el Gobierno central se bate en retirada".
La progresiva influencia de la Diputació catalana y la importancia del catalán y de lo catalán, como elementos diferenciadores (aún no como para hablar de naciones modernas plenamente configuradas en el sentido marxista), alimentan y expanden la atmósfera de malestar nacional.
Las necesidades económicas de la Corona española, producto de las guerras en las que España está embarcada, empeoran la situación con las medidas del duque de Olivares. En los 20 hay pánico a que este implante "un rey, una ley, una moneda".
Ya en 1637 hay conatos de levantamientos en Portugal contra las exacciones fiscales del Gobierno español. El grueso de las clases dirigentes y de las clases populares de Cataluña se distancia cada vez más del Gobierno central. Hay una "gentry" catalana cada vez más separada.
La chispa se prende en Cataluña por el comportamiento del ejército español allí desplegado. Seis meses después, aprovechando la situación, fuerzas capitaneadas por el duque de Braganza hacen efectiva la independencia de Portugal.
En un primer momento, la primavera catalana es una explosión fundamentalmente popular. Las clases dominantes catalanas —lo que también es una constante histórica dentro y fuera del Estado español— no dudarán en sofocar la radicalización de la insurrección de sus "compatriotas".
Muy agudamente señala Elliott que las precondiciones para las revueltas napolitana y siciliana son la miseria, mientras que para las portuguesa y catalana son la relativa prosperidad, con el telón de fondo de una máquina estatal-imperial cada vez más oxidada.
Más clara que la holandesa en su condición de revolución burguesa —aunque muy limitada con respecto a la francesa— es la Revolución inglesa, que para Tawney, Hill o Engels es realmente la primera revolución burguesa.
Stone define su alcance: "No es una crisis dentro de la sociedad, sino (...) dentro del régimen (...) revolución política con efectos sociales potenciales, pero frustrados (...) la Revolución francesa es una revolución política con consecuencias sociales en parte realizadas".
Solo el partido de los Niveladores (Levellers) aparece como vanguardia, impotente, de las clases explotadas, que saben que "el fondo de la última guerra entre el rey y vosotros" es "una lucha para decidir cuál de los dos" ejercerá "el poder supremo sobre nosotros".
En realidad, lo más destacado de la Revolución inglesa es el conjunto de desajustes y conflictos entre las distintas clases dominantes, como pasará en la Fronda francesa y en gran medida en la rebelión rusa de Pugachov.
De ahí el rol de la Cámara de los Comunes frente al poder real. De un lado, "yeomen" rurales, clases medias urbanas y obreros manufactureros; de otro, aristocracia terrateniente y oligarquía mercantil urbana. Pero el centro de los antagonismos se da entre las clases explotadoras.
Curiosamente, hoy también sucede en casi todos los países del mundo que el centro de las contradicciones se sitúa en el tablero de juego de la burguesía. La clase subalterna, el proletariado, está completamente ausente como consecuencia de la derrota histórica sufrida en Octubre.
Como último comentario respecto al vendaval inglés, Stone destaca también el rol preponderante de la ideología revolucionaria. Y es que lo que "caracteriza a la Revolución inglesa es el contenido intelectual de los diversos programas y actuaciones de la oposición tras 1640".
Idéntica conflagración de intereses en el seno de las clases opresoras tiene lugar en la Fronda (1648-1653), paradigma de rebelión policlasista, básicamente antifiscal (contra la Hacienda real), pero que, a diferencia de España, tiene su epicentro en París.
En la insurrección de la Fronda francesa intervienen campesinos, artesanos, mercaderes, funcionarios agraviados, elementos nobiliarios (grandes, gentilhombres) e incluso príncipes, además de organismos colectivos como provincias y municipios, con intereses propios.
Hay nobles que instan a los campesinos a la revuelta, y aun les protegen de la represión de los ejércitos reales. El elemento central de la convulsión no es, como en España, la ausencia de poder fuerte en la periferia, sino una estructura estatal-fiscal demasiado gravosa.
Por último, la rebelión popular dirigida por Pugachov en 1773-4 tiene semejanzas y diferencias respecto a las otras revoluciones e insurrecciones en Europa. El principal parecido es el aumento intolerable de la carga fiscal como detonador del proceso insurreccional armado.
En un grado aún mayor que en la España habsbúrgica, la rebelión de Pugachov responde a la dificultad del Estado ruso por acompasar el incipiente desarrollo protocapitalista y su presencia en regiones de una inmensidad física sin parangón en el resto de Europa y del mundo.
De ahí que la rebelión estalle fundamentalmente en el Volga medio y en las llanuras entre los Urales y el Caspio, y que los cosacos, bashkires o kalmukos, en un sentido o en otro, jueguen un papel determinante en la insurrección.
Aunque Raeff no acepta considerar la rebelión de Pugachov como una guerra campesina (así lo ha sostenido casi toda la historiografía soviética), en su última fase sí lo es.
Sin embargo, es innegable que la revuelta tiene un claro componente de defensa de un orden económico-político "natural", sin mediaciones para con la persona del zar y sin cuestionar en ningún momento el rol de la nobleza, la Iglesia o el propio Estado.
En suma, todas las grandes revoluciones e insurrecciones de la Europa moderna analizadas, desde el s. XVI hasta el s. XVIII, constituyen la antesala necesaria del ciclo revolucionario burgués que, en su vertiente más radical al menos, tiene a Francia como primer gran escenario.
Lo que tiene mayor interés, en todo caso, es conectar todas estas sacudidas sociopolíticas con el desarrollo lento pero inexorable de la criatura revolucionaria burguesa, que muy pronto se convertirá en el verdugo contrarrevolucionario, hasta hoy, del proletariado.
La burguesía tiene pronto la oportunidad de demostrar lo que dura su espíritu revolucionario. Francia es el mejor exponente. El proletariado, al ser el elemento auxiliar de izquierda de la burguesía revolucionaria, necesitaba un mayor despliegue para ser una fuerza independiente.
Momento históricamente necesario, pero que traerá consecuencias de enorme calado para el desarrollo del proletariado como clase para sí, revolucionaria. Es el entrelazamiento histórico de las revoluciones burguesas y proletarias. Octubre es testigo.
Y el proletariado revolucionario, una vez reconstituido, ¿demostrará en el futuro que puede ser, esta vez de manera definitiva, una fuerza revolucionaria, independiente por completo de la burguesía (primero, en su ideología)? No lo dirá "la historia", sino quienes la hacemos.
Para quien esté interesado en leer el hilo en forma de artículo (y quien no lo haya abandonado, aburrido, al tercer tuit):

threadreaderapp.com/thread/1176845…
Detalle formal, sin mucha importancia, pero que veo necesario aclarar: se alude a cinco revoluciones/insurrecciones, y no ocho, porque Portugal, Cataluña, Sicilia y Nápoles quedan encuadradas en ese momento dentro de la estructura de la Monarquía hispánica de los Habsburgo.
Una pequeña errata detectada, aunque seguramente se vea claramente sin necesidad de señalarlo: donde figura aquí s. XVII, debe figurar, lógicamente, "s. XVI". Sobra un palito pues.

Algo en lo que se repara leyendo a historiadores burgueses, pero serios, es que las críticas que realizan a (supuestos) marxistas en lo historiográfico no van dirigidas contra el marxismo (revolucionario), sino contra las visiones economicistas que se hacen pasar por marxistas.
Es un problema del que deberá "expiarse" el propio marxismo, no los enemigos de clase. Y es lógico teniendo en cuenta que el comunismo revisionista, hegemónico, destroza el marxismo a base de esquematismos mecanicistas en el fondo ajenos a Marx y Engels.
Herencia legada hasta hoy. Fíjense en que no hay un solo revisionista, salvo excepciones, que a la hora de examinar una formación económico-social en un momento dado se adentre en triturar los distintos sectores o fracciones existentes dentro del conjunto de clases sociales.
De ahí su incapacidad para penetrar en la complejidad de conflictos como el catalán. Como para pedirles que distingan los intereses parcialmente distintos de la pequeña burguesía, la mediana, el gran capital, la aristocracia obrera, las masas hondas... Metafísicamente imposible.
Ontológicamente, su déficit dialéctico les imposibilita comprehender la concatenación de intereses y fuerzas en pugna, las particularidades de lo universal y la universalidad de lo particular en la materia social. Donde hay desarrollo en espiral, ellos ven esquemas lineales.
Desde el punto de vista político-concreto, los intereses de clase reales y objetivos, más allá de las apetencias o posiciones particulares, subjetivas, de cada cual, impiden al oportunismo plantear con coherencia la existencia fundamental de la aristocracia obrera, por ejemplo.
Teniendo en cuenta que el oportunismo representa los intereses de la fracción burguesa de la clase obrera (Lenin lo repitió unas doscientas veces, por si no quedaba claro), admitir el papel y significación de tal fracción es reconocer que uno mismo es parte del problema.
Por eso no verán, salvo de manera incoherente, abstracta y aislada (y aun en este caso es raro cuantitativamente), ni una sola declaración del socialchovinismo en todas sus variantes en que mencionen siquiera a la aristocracia obrera como puntal básico del Estado imperialista.
Recordatorio para los que no se desprenden del marxismo de cartón-piedra, economicista: puedes ocupar el escalafón más bajo de la cadena productiva, ser un obrero sobrexplotado o del ejército de reserva, y aun así defender la ideología y el programa de la aristocracia obrera.
"¡Pero cómo voy a ser parte ideológico-política del proyecto socialreformista de la aristocracia obrera, si [inserte su posición socio-productiva actual, aunque en nada importe, pudiendo dramatizarse con alguna referencia digna de un guion de Loach, León de Aranoa o Dardenne]"!
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