Thread by @PhilAMellows

Este artículo, que enlazo al final, me gustó en su día especialmente, pese a ser, de alguna manera, doloroso. Y no es difícil reconocerse. Pero quizá da algunas claves para el uso de las RRSS. A mí en su momento (creo) que me fue bien. Resumo algunas ideas del texto.

En los últimos años, existe gran preocupación por el tiempo que pasamos en nuestros dispositivos conectados a la web y los efectos que eso podría tener en nuestro cerebro.

Un cambio que ha pasado desapercibido: la forma en que las noticias ocupan un lugar central en nuestro sentido subjetivo de la realidad, llegando a sentir políticas o crisis internacionales más reales y cercanas que la concreta de familias, vecindarios o lugares de trabajo.

No es sólo una cuestión de horas pegadas a la pantalla, sino que a muchos les ha alterado la forma de estar en el mundo de tal manera que las noticias ya no son un telón de fondo en nuestras vidas, sino el drama principal.

El periodista del NYT, Kristof lamenta, por citar un ejemplo, la “adicción a Trump” de su círculo social. "Cócteles, TV, mesa...todo lo que hablamos es sobre Trump”. Extensible a Brexit u otros temas.

Pero el eclipse de Trump al resto de noticias no es la condición previa para esta adicción. La otra es el eclipse del resto de la vida por los dramas de las noticias.

El profundo cambio que hemos experimentado no se debe sólo al hecho de que las noticias estén hoy disponibles a todas horas. Surge de la sensación mucho más nueva de participar activamente en ellas a través de las RRSS.

Si alguien está cabreado con el Brexit, por ejemplo, puede estarlo a todas horas: encuentras nuevos datos irritantes sobre el Brexit, oportunidades para desahogarte con el Brexit, etc. Es, de alguna manera, el paraíso de la indignación.

El simple hecho de poder hacer clic, de acuerdo con tus intereses (y sesgos) a través de una fuente sin fin de actualizaciones, comentarios, bromas, análisis, etc. se siente como una forma de participación en las noticias, a diferencia del consumo pasivo de otros tiempos.

Sin embargo, esta nueva relación no es una buena receta para dar mayor sensación de felicidad.

Vivir con tu mente perpetuamente en el mundo de las noticias, expuesto a la mendacidad y sufrimiento de todo un planeta, arremetiendo contra eventos demasiado vastos para que cualquier individuo los altere, es sentir algo parecido a “una sensación de pánico y pérdida de control”.

La creciente colonización de nuestro sentido de la realidad por “eventos actuales” también ha visto el surgimiento de un extraño imperativo moral nuevo: una norma social que sostiene que ignorar las noticias, o no otorgarle preeminencia en nuestras vidas es irresponsable.

La idea que se extiende es que los ciudadanos democráticos responsables son aquellos que se esfuerzan por mantenerse informados. Si no estás indignado, no estás prestando atención. Sin embargo, hay un problema con esta actitud, aparte del impacto con nuestra felicidad personal.

Hay razones para creer que una sociedad en la que tantas personas están tan profundamente involucradas en los dramas emocionales de las noticias está lejos de la personificación de una democracia ideal, más bien al contrario.

La idea de que estar preocupado incesantemente por las noticias podría ser una forma útil de derrotar cualquier fascismo, objetivo político loable o llámenle como quieran es extremadamente poco convincente.

Ha conseguido instalarse la creencia (no de forma casual, añado yo) de que desvincularse en cierta medida de los asuntos que se presentan como actuales merece la acusación de egoísmo.

Solíamos vivir en un mundo en el que la información era escasa , pero ahora la información es esencialmente ilimitada, y lo que escasea es el suministro de atención.

A medida que los avances tecnológicos facilitaron la distribución de noticias, comenzó otro tipo de inversión: la atención del lector, no la información, se convirtió en el producto verdaderamente valioso.

El nuevo modelo de negocio, vender un "papel" por menos de lo que cuesta producir, empaquetarlo con historias espeluznantes y ganar dinero con los espacios para los anunciantes. Están comprando, efectivamente, el acceso a la atención de los lectores.

Y un smartphone con Facebook o Twitter, diseñado para absorber los pequeños focos de atención restantes, el tren, la cama, el baño, etc. al tiempo que controla cada clic y recorrido por la red, representa el apogeo de esta tendencia.

Las plataformas utilizan las vastas cantidades de datos así generados para garantizar que veas exactamente el tipo de contenido con el que personas como tú no pueden resistirse a participar.

Este uso de los datos para adaptar el contenido de forma algorítmica es la fuerza que impulsa la capacidad adictiva de la tecnología digital. El crecimiento de las compañías de software dependen del recurso finito de la atención. Su supervivencia depende de que usted se enganche.

Los nuevos incentivos favorecen la “política de carreras de caballos” y los temas de guerra cultural, diseñados para confirmar los prejuicios existentes de los lectores.

Los imperativos comerciales ni tan solo requieren que una historia sea cierta, siempre que sea convincente: las noticias falsas no son un aberración, sino la conclusión lógica de la economía de los medios.

La creencia de que estamos moralmente obligados a permanecer conectados, que el nivel de compromiso e inversión emocional es la única forma de mantenerse informado sobre el estado del mundo, comienza a parecerse mucho a una coartada para nuestra adicción a los dispositivos.

Cuando “prestas atención”, según J. Williams, exempleado de Google, pagas con todas las cosas a las que pudiste haber asistido, con la conversación sincera que pudiste haber tenido con tu hijo, con el sueño que no dormiste, etc. El recurso que se está agotando es tu vida.

Tal vez haya sentido la presión ridícula pero perceptible, en las redes sociales, para emitir una opinión sobre cada desastre natural, muerte de una celebridad...como si el silencio pudiera ser interpretado como insensible falta de preocupación.

Cuando interactuar con las noticias es una cuestión de fe, la idea de desvincularse suena como una herejía. Pero puede ser una herejía que requerimos con urgencia, y no solo para nuestra cordura personal, sino también para la salud democrática.

Parece claro que lo que está haciendo internet es erosionar los límites entre las esferas públicas y privadas, lo que dificulta la conversación mesurada y el consenso, volviendo gradualmente la política imposible.

Los algoritmos de las redes sociales nos clasifican de manera invisible en comunidades cada vez más separadas de personas cada vez más similares. Pensad en ello. Poco o nada bueno puede salir de algo así.

Esta es una situación propicia para la explotación por parte de los demagogos, quienes entienden que su poder reside en convertir la vida en un campo de batalla dividido en líneas políticas, maximizando así el dominio de la atención pública.

En fin, hagamos un uso de las redes, en la medida que se pueda, responsable. Me incluyo. Y valoremos nuestra atención. Es el bien más preciado para nosotros y valioso para los mercaderes. Utilizan y utilizarán lo legal e ilegal para hacerse con ella.

Y fin de la chapa. El autor del artículo lo explica bastante mejor y más bonito. Por cuestión de economía del espacio he prescindido de pasajes que están bien, recomiendo y dan (más) sentido al post. Por cierto, el autor, Oliver Burkeman. Ahí lo dejo 👇
theguardian.com/news/2019/may/…