En la puerta del shock room todos tenemos las mismas caras. (+)
–Va a necesitar que le explique –contesta la señora–. Son sordos ellos.
La médica mira al nene.
–Yo vi todo, le puedo contar –agrega él.
Los aleja un poco del caos e inicia el interrogatorio mientras el médico de ambulancia apoya a la nena en la camilla. (+)
Se me estruja el estómago.
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–Vos quedate tranquilo que está con un montón de doctores que van a hacer todo para que estés bien –le dice con dulzura la pediatra–. ¿Sabés qué podés hacer vos para cuidarla?
–¿Qué? –pregunta el nene y noto la alegría en su voz por sentir que va a poder ayudar.
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–Necesito que me cuentes todo lo que pasó así buscamos la mejor forma para que se mejore rápido.
Alguien cierra las puertas y ya no escucho más. Me concentro en lo que pasa acá. La mamá no se separa de al lado de su nena.
–Ayuda –dice casi sin pronunciar la Y, como puede.(+
Creo que no llora por el shock. Tiene los ojos inyectados. Repite el pedido reiteradamente. El padre desplaza su mirada de forma intermitente entre la nena, los médicos y su mujer. Tiene las manos para adelante, sin saber bien qué hacer con ellas. Le tiemblan. (+)
El neurocirujano se acerca a la cabeza de la paciente. (+)
–No entró –larga.
Se me caen las lágrimas mientras tiro la cabeza para atrás y largo un montón de aire otra vez. Alguien aplaude. Los enfermeros abandonan los sueros. Dos de ellas se abrazan.
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–Mi trabajo acá ya está –dice el emergentólogo y se saca los guantes.
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Comunicarles a los padres cómo tienen que curarla y cuándo la tienen que llevar a sacarle los puntos resulta difícil, casi imposible. La pediatra se me anticipa y se acerca con la tía para que haga de intérprete. Al ver que ya terminé, la hace pasar.(+)
–Todo bien –me dice la pediatra.
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–¿Qué es? –pregunta el nene poniéndose delante de su hermana.
–No sé, fijate –le contesto apoyando las cajas encima de la camilla sobre la que la pediatra lo ayudó a sentarse.
La nena espía desde los brazos de la mamá.
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La nena, en cuanto ve el contenido, estira los brazos hacia la camilla. La madre la ayuda a sentarse.
–¿Vos creés que tu hermanita pueda comer algo de esto? ¿Qué opinás como hermano mayor? –le pregunto.
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–Creo que se lo ganó –dice–. Pero un poquito para que no le haga mal y yo le guardo el resto.
–Me parece bien –le contesto.
La nena dice “dame” y manotea una caja. Los miro fascinada revolverlas y cambiar golosinas entre ellos.
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–No te vayas, doctora –es la voz del nene.
Lo miro y voy para donde están.
–Mi hermana y yo le decimos gracias –me larga.
Les doy un beso en el cachete y –esta vez– a la nena no le da vergüenza. (+)