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#CosasQuePasanEnLaGuardia #64. Es de noche. Estoy tan a mil que no sé la hora. Suena el alto parlante. Pide “Shock room preparado. Emergentólogo preparado”. Todos paramos lo que estamos haciendo –siempre que no sea algo urgente– cada vez que escuchamos un anuncio de esos. (+)
(-) Acabo de terminar de revisar a un señor con EPOC que viene siempre a la guardia –por suerte tan mal no está – y le estoy cargando una nebulización. “Pediatras preparados”, agrega la voz del altoparlante. Me tiemblan las manos y se me vuelca el líquido de la pipeta. (+)
(-) Los pelos de mis brazos se levantan a noventa grados de mi piel sin pedir permiso. Cuento rápido las gotas otra vez, le arranco la nebu, agarro un par de guantes y corro.
En la puerta del shock room todos tenemos las mismas caras. (+)
(-) En la puerta del shock room todos tenemos las mismas caras. Nadie puede siquiera pronunciar algún chiste de humor negro –esos que a veces necesitamos para largar la angustia en forma de risas– para alivianar el ambiente. Estamos todos, hasta el neurocirujano. (+)
(-) Los enfermeros revisan el carro de paro pediátrico (es distinto del de adultos por el tamaño del instrumental) para ver que no falte nada. Cuentan que los pediatras venían avisando hace rato que quedaban pocos tubos endotraqueales (de los que se usan para intubar) (+)
(-)y que sólo había de dos medidas (cuando los nenes varían muchísimo en su tamaño), que hace unos días un jefe puso a una pediatra que es una ídola a armar una lista con cantidades necesarias de cada medida, y que –por suerte– el pedido llegó ayer. (+)
(-) Me pregunto si fue suerte, qué o quién. Se abren las puertas. Entra el médico de ambulancia con una nena –de no más de cuatro años– en brazos. Tiene un toallón en la cabeza empapado en sangre. La siguen tres adultos, dos mujeres y un varón. (+)
(-) Una de ellas tiene a un nene un poco más grande agarrado de la mano. Una de los pediatras pregunta quiénes son los padres. La mujer tiene al nene de la mano señala a los otros dos. La pediatra le pide que vaya para afuera con el nene. (+)
(-)
–Va a necesitar que le explique –contesta la señora–. Son sordos ellos.
La médica mira al nene.
–Yo vi todo, le puedo contar –agrega él.
Los aleja un poco del caos e inicia el interrogatorio mientras el médico de ambulancia apoya a la nena en la camilla. (+)
(-) El nene no deja de mirar hacia la que cuenta que es su hermana menor. –Tengo que ir a cuidarla. Es mi trabajo de hermano mayor –escucho a lo lejos.
Se me estruja el estómago.
(+)
(-)
–Vos quedate tranquilo que está con un montón de doctores que van a hacer todo para que estés bien –le dice con dulzura la pediatra–. ¿Sabés qué podés hacer vos para cuidarla?
–¿Qué? –pregunta el nene y noto la alegría en su voz por sentir que va a poder ayudar.
(+)
(-)
–Necesito que me cuentes todo lo que pasó así buscamos la mejor forma para que se mejore rápido.
Alguien cierra las puertas y ya no escucho más. Me concentro en lo que pasa acá. La mamá no se separa de al lado de su nena.
–Ayuda –dice casi sin pronunciar la Y, como puede.(+
(-)
Creo que no llora por el shock. Tiene los ojos inyectados. Repite el pedido reiteradamente. El padre desplaza su mirada de forma intermitente entre la nena, los médicos y su mujer. Tiene las manos para adelante, sin saber bien qué hacer con ellas. Le tiemblan. (+)
(-) Le hago señas para que se acerque, le tomo las manos y se las apoyo en las piernas de su hija. Le muestro con mis manos que necesito que la sostenga para abajo. Asiente. La cara se le relaja unos milímetros.
El neurocirujano se acerca a la cabeza de la paciente. (+)
(-) Se queda en la cabecera de la camilla con el emergentólogo y el pediatra más grande. Yo me ubico al lado del cuerpo de la nena –del lado opuesto a la madre– y le agarro la otra mano intentando, por un lado, sostenerla para que no tire un manotazo, (+)
(-) pero, más que nada, que se le pase el susto. Noto que está despierta y parpadea. Me llama la atención que no llora –apenas moquea–; tampoco dice nada. Mira a su mamá y hasta le sonríe. El emergentólogo –antiparras puestas– va abriendo la toalla (+)
(-) que rodea la cabeza de la paciente. Todos los que estamos cerca miramos sin parpadear. Hay mucha sangre y no se ve de donde viene. La pediatra que interrogó a la familia entra y avisa que fue una bala perdida. Los enfermeros preparan sueros para ponerle una vía a la nena. (+)
(-) El emergentólogo les hace señas para que esperen. Tira solución fisiológica para limpiar el área y ahí sí que la nena empieza a llorar. Respiro. Llora pidiendo a su mamá. Largo todo el aire que almacené sin darme cuenta. (+)
(-) El pediatra sostiene la cabeza de la nena tratando de calmarla mientras el neurocirujano y el emergentólogo siguen con la evaluación. Veo que el primero se pone guantes estériles y –tras haber limpiado todo con iodopovidona– explora con su dedo índice. (+)
(-) La nena grita. Yo le aprieto la mano y no despego la vista del dedo en cuestión, evaluando si se hunde mucho. Aprieto las muelas. Se me tensan los músculos de los hombros, del cuello, de la frente, los labios, los gemelos. (+)
(-) Él debe haber notado la insistencia de mi mirada, porque me sonríe.
–No entró –larga.
Se me caen las lágrimas mientras tiro la cabeza para atrás y largo un montón de aire otra vez. Alguien aplaude. Los enfermeros abandonan los sueros. Dos de ellas se abrazan.
(+)
(-) Los padres ven las sonrisas y se miran entre sí con algo que parece una mezcla de miedo a preguntar con resignación ante las barreras de lenguaje. Hablan con señas entre ellos. No sé lo que dicen. (+)
(-) Suelto la mano de su hija, la levanto junto a la otra con las palmas extendidas y las sacudo para los costados delante mío a la altura de los ojos de esos padres que necesitan saber urgente que –dentro de lo que podría haber sido– las cosas van bien. Lo logro: me miran. (+)
(-) Levanto los pulgares de ambas manos tanto hacia ellos como hacia la nena. El padre me abraza. La mujer llora y envuelve la panza de su hija con sus brazos. La besa. La nena deja de gritar y se ríe.
–Mi trabajo acá ya está –dice el emergentólogo y se saca los guantes.
(+)
(-) Varios de mis compañeros van volviendo a sus puestos de trabajos. Yo me quedo para suturar. La pediatra cuenta que viven en la villa, que estaban por comer y entró una bala por la ventana, que los padres no la escucharon pero el nene sí, (+)
(-) que la nena cayó y se agarró la cabeza, que el nene buscó a los padres, llamó a la tía y a la ambulancia –tiene ocho años nomás– y que la toalla se la puso la mamá. Quiero abrazar a ese nene. La pediatra sale a contarles, a él y a la tía, las buenas noticias. (+)
(-) Yo preparo las cosas mientras el pediatra se ocupa de explicarles por señas a los padres que le tenemos que coser la cabeza a la nena. La bala atravesó el cuero cabelludo, hizo un trayecto por fuera del hueso y salió. (+)
(-) Además, tiene otra herida –encima de la ceja izquierda– que debe ser por el golpe. El neurocirujano se queda a dar una mano; suturar a un niño no suele ser fácil, y menos en circunstancias de tanto susto como éstas. La nena se porta como una reina (+)
(-) y apenas lloriquea con la anestesia. Me esmero lo más que puedo con su cara, aunque las agujas que tengo no sean lo más acorde. Todo sale bastante bien. Felicito a mi paciente estrella. Sonríe. Le pido un beso y abraza a su mamá con vergüenza. Le tiro uno yo. (+)
(-) Me devuelve el gesto.
Comunicarles a los padres cómo tienen que curarla y cuándo la tienen que llevar a sacarle los puntos resulta difícil, casi imposible. La pediatra se me anticipa y se acerca con la tía para que haga de intérprete. Al ver que ya terminé, la hace pasar.(+)
(-) Le explico todo varias veces y se lo doy por escrito. Cuando termino los pediatras llevan a la nena –con su turbante de venda en la cabeza–, a los padres, a la tía y al nene, a rayos. Yo salgo y cruzo al kiosco. (+)
(-) Elijo varias golosinas de las que le gustan a mis sobrinos y a mi ahijado y le pido al que atiende que me las separe en dos bolsitas. Contesta que no tiene y me las separa en dos cajas vacías de chocolates. Le agradezco. Vuelvo y voy para el consultorio de pediatría. (+)
(-) Los pediatras no están. En la puerta hay una mujer con un nene a upa. Él llora mientras se agarra el brazo. La madre tiene una placa en la mano. Me pregunta por los pediatras y los traumatólogos. (+)
(-) Le digo que los primeros están en rayos y ya vienen y que ahí le aviso a tráumato. Chusmeo la placa. El nene tiene una fractura de radio y cúbito que me duele de solo mirarla. Saco un par de golosinas de cada caja y se las doy. El nene frena un poco sus lágrimas. (+)
(-) Le digo a la madre que por las dudas no las coma hasta que lo evalúen (no vaya a ser que sea quirúrgico, aunque no parece).. Asiente y me agradece. Le deseo suerte. Le estoy mandando un mensaje al residente de traumatología cuando veo a los pediatras (+)
(-) que vuelven con toda la tropa acompañante de la nena. Ella están brazos de su mamá. El nene agarra con una mano la pierna de su hermanita y, con la otra, a su tía.
–Todo bien –me dice la pediatra.
(+)
(-) Su cara luce la misma sonrisa de felicidad plena que debo tener en la mía. Le muestro medio a escondidas el contenido de las cajas y lo sigo de un ¿puedo? Sacude la cabeza para arriba y para abajo con alegría. Me acerco a los nenes y les digo que tengo algo para ellos. (+)
(-)
–¿Qué es? –pregunta el nene poniéndose delante de su hermana.
–No sé, fijate –le contesto apoyando las cajas encima de la camilla sobre la que la pediatra lo ayudó a sentarse.
La nena espía desde los brazos de la mamá.
(+)
(-) Él levanta la tapa de la primera caja, despacito como si disfrutara el suspenso. Jamás pensé que un chico fuera a tener tal capacidad; mi ahijado ya la hubiera arrancado. Mira, abre grandes los ojos y se lleva las manos a la boca. Sigue con la otra. (+)
(-)
La nena, en cuanto ve el contenido, estira los brazos hacia la camilla. La madre la ayuda a sentarse.
–¿Vos creés que tu hermanita pueda comer algo de esto? ¿Qué opinás como hermano mayor? –le pregunto.
(+)
(-)
–Creo que se lo ganó –dice–. Pero un poquito para que no le haga mal y yo le guardo el resto.
–Me parece bien –le contesto.
La nena dice “dame” y manotea una caja. Los miro fascinada revolverlas y cambiar golosinas entre ellos.
(+)
(-) Giro hacia los padres y los saludo. La madre me agarra la mano entre las de ella y baja la cabeza. Hago lo mismo con la mía. Me despido con un beso en la mejilla. Saludo de la misma forma a la tía y al marido. Le tiro un beso a los chicos. (+)
(-) Estoy saliendo del consultorio cuando escucho:
–No te vayas, doctora –es la voz del nene.
Lo miro y voy para donde están.
–Mi hermana y yo le decimos gracias –me larga.
Les doy un beso en el cachete y –esta vez– a la nena no le da vergüenza. (+)
(-) Salgo, camino para donde dejé al EPOC y le cargo una nebulización nueva mientras sonrío y lloro a la vez.
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