- Iré mañana, madre.
- Te quiere antes de almorzar.
- Es la una, madre.
- Pues tú veras…
Subí al Albaicín a toda prisa y cuando llegué la vi a través del torno.
- Claro, ¿qué te esperabas? ¿qué me estuviera muriendo?
- No… -no sabía qué decir- era por la prisa que me traslado la Madre Abadesa.
- ¿Qué te crees? ¿Qué no tengo nada qué hacer? Y además, si estarías de juerga.
- No, no. Si… Dime.
- ¿Y no puedes hacerlo por teléfono?
- No, me apetece verlas.
- ¿Y por qué no las has llamado a ellas?
- Porque me apetecía verte.
-Mejor me callo, ¿no?
Y se volvió a su celda. Ella era así. Mandamás en grado superlativo y caprichosa cum laude, según tío Ramón que siempre acertaba en estas cosas. Al salir, me crucé con una señora de unos sesenta años, que salía al patio exterior del convento. Saludé.
- Niño. ¿Tú eres sobrino de sor Corazón?
Tía Cristina había profesado como Sor Corazón de Jesús. Así que contesté afirmativamente.
- Pues yo soy una de las niñas del «Perolillas». ¡Qué grande estás, “joío”!
- ¡Ah, encantado! Gracias
- Dale un beso muy fuerte a tus abuelos. De parte de toda la familia. De todos los «perolillas».
- Lo haré, señora.
- Adiós, niño.
Y se fue camino de San Nicolás a paso de trote, dejándome in albis, que diría mi abuelo.
- Jacobo, qué alegría, ¿por qué no llamas luego que estará tu abuela?
- Ni idea, nene.
- Pues parecía familia.
- Cosas de tu abuela y tía Cristina. Alguna locura.
- ¿Qué edad tendría la señora?
- Pues como mi madre, más o menos.
- Ni idea, nene.
- Nene, qué alegría. Dile a tía Cristina que mañana estamos allí.
- Díselo tú.
- No, que me regaña.
- Llevad a Otilia.
-Ella encantada, con lo que le gusta su Granada. Oye, ¿te has quedado con el número de la niña del «Perolillas».
- Hijo, claro. Mis ahijadas. Me haría tanta ilusión verlos a todos.
- ¡Ah!
- Cosas de tía Cristina.
Y me contó la historia. A la vuelta de su Viaje de Novios, a finales de 1934, pasaron por Granada para visitarla ciudad y ver a tía Cristina.
-Pues el abuelo no tenía ni idea.
- ¡Qué ilusión! No la veo desde su boda.
- ¿Fuiste a la boda de la hija?
- No
- Era la hija. Seguro. Tendrá unos sesenta años.
- Pues entonces no la veo desde su bautizo.
Y se quedó tan pancha
-Tus hermanas están locas, Ramón.
-Todas Luis, todas. Pero Cristina, más.
-Ramón, estás diciendo el Evangelio. ¿Otro whisky?
-Venga, que con una rueda no anda un carro.
Es que luego preguntan...