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Después de estos días de #confinamiento por el #COVID19 creo que todos debemos reconocer que en algo nos acaba afectando un encierro prolongado. Por eso, creo entender cosillas del carácter de tía Cristina que tantos años -hasta su muerte- vivió en clausura conventual. Va hilo 👇
Cuando tía Cristina decidió profesar como Clarisa en el Convento de Santa Isabel la Real de Granada, mi bisabuela y, sobre todo tía Adelita, dieron gracias al cielo y encargaron un Te Deum en San Andrés, aunque no creo yo que se celebrara algo así de modo tan magno.
Mi bisabuelo dio gracias a Dios e invitó a todo el club para celebrar que, en sus propias palabras, «se quitaba una carga de encima». Y es que tía Cristina, como siempre decía tío Ramón respondía a aquello de «mujer con toca, santa o loca». Y algo de locura tiene la santidad.
Tía Cristina era muy de inventar cosas. Esas ideas delirantes conocidas como «cristinadas» en la familia. Y si eso lo hacía de niña, imaginen lo que podía inventar de Madre Abadesa. Así que, estando yo estudiando en Granada porque así lo quiso mi padre, me llamaron del convento.
Estaba muy mayor y yo iba a verla dos o tres veces al mes. Me dijo la Abadesa que me quería allí a la mayor brevedad.
- Iré mañana, madre.
- Te quiere antes de almorzar.
- Es la una, madre.
- Pues tú veras…
Subí al Albaicín a toda prisa y cuando llegué la vi a través del torno.
- Tía, qué alegría. Estás divinamente, ¿no?
- Claro, ¿qué te esperabas? ¿qué me estuviera muriendo?
- No… -no sabía qué decir- era por la prisa que me traslado la Madre Abadesa.
- ¿Qué te crees? ¿Qué no tengo nada qué hacer? Y además, si estarías de juerga.
- No, no. Si… Dime.
- Cuándo hables con tu abuela, dile que vengan este sábado y que se traigan a Otilia que le quiero preguntar un par de cosas.
- ¿Y no puedes hacerlo por teléfono?
- No, me apetece verlas.
- ¿Y por qué no las has llamado a ellas?
- Porque me apetecía verte.
-Mejor me callo, ¿no?
- Pues sí. Ea, adiós.
Y se volvió a su celda. Ella era así. Mandamás en grado superlativo y caprichosa cum laude, según tío Ramón que siempre acertaba en estas cosas. Al salir, me crucé con una señora de unos sesenta años, que salía al patio exterior del convento. Saludé.
Me miró, me observó, me escudriñó… y me llamó.
- Niño. ¿Tú eres sobrino de sor Corazón?
Tía Cristina había profesado como Sor Corazón de Jesús. Así que contesté afirmativamente.
- Pues yo soy una de las niñas del «Perolillas». ¡Qué grande estás, “joío”!
- ¡Ah, encantado! Gracias
La señora me abrazó y me besó como si no hubiera un mañana.
- Dale un beso muy fuerte a tus abuelos. De parte de toda la familia. De todos los «perolillas».
- Lo haré, señora.
- Adiós, niño.
Y se fue camino de San Nicolás a paso de trote, dejándome in albis, que diría mi abuelo.
Al llegar a casa, llamé a la de mis abuelos. Cuatro o cinco veces y dejando pasar nosecuántos tonos. Señal de que mi abuela había salido y que mi abuelo estaba sólo. Cuando contestó al teléfono, me dijo:
- Jacobo, qué alegría, ¿por qué no llamas luego que estará tu abuela?
Odiaba el teléfono. Decía que era un incordio y de hecho, lo cogía cuando terminaba lo que estaba haciendo. Aquel día tuve suerte porque lo pillé leyendo la Tercera de ABC. Si estaba viendo una película, no cogía el teléfono hasta que viera el The End. Y sin inmutarse.
Me negué. Le trasladé la orden cristina y le comenté lo de la hija y la familia del «Perolillas»
- Ni idea, nene.
- Pues parecía familia.
- Cosas de tu abuela y tía Cristina. Alguna locura.
- ¿Qué edad tendría la señora?
- Pues como mi madre, más o menos.
- Ni idea, nene.
Un rato después llamó mi abuela.
- Nene, qué alegría. Dile a tía Cristina que mañana estamos allí.
- Díselo tú.
- No, que me regaña.
- Llevad a Otilia.
-Ella encantada, con lo que le gusta su Granada. Oye, ¿te has quedado con el número de la niña del «Perolillas».
- Pero, entonces, ¿sabes quienes son?
- Hijo, claro. Mis ahijadas. Me haría tanta ilusión verlos a todos.
- ¡Ah!
- Cosas de tía Cristina.
Y me contó la historia. A la vuelta de su Viaje de Novios, a finales de 1934, pasaron por Granada para visitarla ciudad y ver a tía Cristina.
Y allí que tía Cristina les tenía preparada una sorpresa. Bueno, ocho. Nada más llegar al convento, les hizo pasar a la Iglesia, una maravillosa muestra de arquitectura mudéjar con un artesonado impresionante. Y mientras mi abuelo admiraba el retablo y los techos,
un sacerdote casaba al «Perolillas» con la madre de sus hijos a los que bautizó a continuación. Tía Cristina no podía permitir que quien arreglaba las ollas y sartenes del convento viviera en pecado con su mujer y tuviera ocho hijos sin bautizar.
-Pues el abuelo no tenía ni idea.
- Normal, él estaba disfrutando de la arquitectura y ni se dio cuenta. El cura liquidó todo en diez minutos. Y cuando tía Cristina le pasó los papeles a la firma le dijo que era algo del convento y ni chistó. Imagino que por no discutir con ella. Igual que con el dinero.
- Pues la señora quería verte. Me hizo mucho hincapié. Se ve que te tiene mucho cariño.
- ¡Qué ilusión! No la veo desde su boda.
- ¿Fuiste a la boda de la hija?
- No
- Era la hija. Seguro. Tendrá unos sesenta años.
- Pues entonces no la veo desde su bautizo.
Y se quedó tan pancha
Así que mi abuelo se encontró con ocho ahijados de pronto y se tomó un whisky con tío Ramón para celebrarlo.
-Tus hermanas están locas, Ramón.
-Todas Luis, todas. Pero Cristina, más.
-Ramón, estás diciendo el Evangelio. ¿Otro whisky?
-Venga, que con una rueda no anda un carro.
Por cierto, se me olvidó contarles que al «Perolillas» lo llamaban así porque tenía la cabeza más bien esférica y las orejas circulares y muy salidas. Al ser calvo y llevar siempre boina, por detrás parecía tal que una perola. Es decir, una olla mediana.
Es que luego preguntan...
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