Aunque ese día a todos les faltaba algo. Lo mismo.
Una tragedia más que inició con los dark posts de Facebook.
La invitación se hizo pública.
Corrió de dispositivo en dispositivo. De pueblo en pueblo.
La hydra digital que repta de ojo en ojo, de dispositivo en dispositivo.
La hydra digital, el monstruo de mil cabezas, sin rostro, sin identidad, que es todos, pero no es nadie, que sale de la pantalla y tiene voz de boca en boca.
¿El calor y la ignición del motor de los carros que fueron acercados?
¿Una bala al aire producto de la euforia de la verbena?
¿Un fumador que en su adicción ignoró el riesgo donde y cuando menos debía?
Pocas veces hay testigos de primera mano de una matanza de tal magnitud, sin filtros, sin adornos.
"Todos lo están haciendo. Entonces, nadie es responsable."
"Ellos ya fueron. Entonces, yo no tengo la culpa."
"Hace falta. Es necesario. Porque no nos lo han dado."
Clama. Grita. Vocifera.
Arrebata la voz de los otros, de esos a los que toma en el sacrificio.
-¡Ruédate en el piso!
-¡Date vuelta, date vuelta!
-¡Tíralo al piso!
-¡¿Por qué güey?!
-Le echó lumbre, güey
-¡No manches!
-Sí, ¡qué poca madre!
La hydra digital gusta de los desplantes, de exhibir sus tributos. Los difunde, corren de pantalla en pantalla para quienes incrédulos están al pendiente.
Desde el primer teclazo dado para convocar a la verbena ahogada en gasolina.
Desde que el ente disforme "todos" perdió la razón.
La pira fúnebre en la que la hydra digital en sus miles de voces que son todos, pero no son nadie, ya había decidido cobrar su sacrificio.