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Este hilo se lo dedico a mi padre, por su cumpleaños.

¿Por qué los intelectuales tienden a sentirse tan atraídos por los regímenes totalitarios?
La respuesta hay que buscarla en los más íntimos resortes de la psique humana: la envidia, la soberbia, el deseo de seguridad.
Se trata de un fenómeno muy común. Basta con revisar la historia del siglo XX. Lenin, Stalin, Hitler, Mao, Pol Pot, Mussolini, Castro. No hubo tirano que no contara con su corte de intelectuales adoradores.
Muchos de esos intelectuales defendieron causas indefendibles sin estar obligados a ello, pues vivían en sociedades libres y democráticas: Sartre en Francia, Chomsky en los EEUU, Grass en Alemania.
Ni Sartre ni Chomsky ni Grass pueden ser acusados de estupidez, todo lo contrario. No es simple estupidez lo que explica su ignominiosa conducta. Es algo mucho más turbio, más complejo y más tenebroso.
En Venezuela también tenemos (y seguimos teniendo) nuestra cuota de intelectuales vendidos, de intelectuales adoradores de tiranos, y en nuestro país ocurre lo mismo que observamos en el resto de Occidente.
He aquí tres confesiones (todas recientes) de tres de nuestras más preclaras mentes:
Para doña Colette, pertenecemos a la plebe (ella pertenece al patriciado y desciende por línea materna de Apolo, supongo); para Peñalver somos una jauría de recién llegados (insertar risa aquí); Pino Iturrieta hubiera sido feliz en un colegio que prohibiera el juego de pelota.
Nota para los analfabetos funcionales: mi crítica no se dirige al hecho de que le guste o no jugar a la pelota, sino a que idealice la prohibición de lo que a él no le gusta. ¿Sí se entiende? Sigamos.
¿Por qué sucede eso? Imaginemos a una de estas intimidantes lumbreras durante sus años de infancia. Imaginemos a Coleto Iturrieta o a Isnardo Mires o cualquier otro nombre peregrino y sonoro y significativo que nos trasmita la idea de aristocracia intelectual.
Especulando un poco, imaginemos a Coleto Iturrieta durante la primaria y la secundaria: una niña aplicada, buena estudiante, sentada siempre en primera fila, tomando apuntes con una letra pulcra, los cuadernos siempre ordenados, una de las mejores (si no la mejor) de su salón.
Por supuesto, sus padres le repetían constantemente cuán especial, cuán maravillosa, cuán inteligente era. Y ella comenzó a creerlo más allá de toda duda razonable. Después de todo, los padres son infalibles: ¿por qué la iban a convencer de algo que no era cierto?
Acompañemos ahora a Coleto Iturrieta en la universidad. Ya quedaron atrás los años en que sus compañeros la llamaban sapa, pajúa, ñoña, nerd, jalabolas de la maestra. Ya no tiene que correr en Educación Física ni lastimarse los dedos con el balón de básket.
Sigamos especulando: nuestra heroína está ahora en la universidad, donde acaso se gradúa con honores, lo cual es meritorio; puede que tenga un buen contacto que la enchufe en un periódico o en algún programa de radio o televisión.
“Mis padres siempre me dijeron que yo era especial, la gente en la calle me saluda, todos me respetan, acabo de publicar un libro que aunque mal redactado, se está vendiendo mucho…”
Y de pronto viene el boom de las redes sociales: Facebook, Twitter.
Y comienza el horror.
Y sucede acá como en el tenis: aunque seas número 1 del mundo (o top 10 o top 20 del ranking), debes ganar cada juego. Nadie se va a dejar ganar sólo porque seas top 20 (o porque tú te creas top 20).
La situación está clara. Cada vez que un ciudadano haga una pregunta, un cuestionamiento, formule una crítica, exprese una duda, tu deber es responder con solvencia.
Decir “soy mejor que tú”, “eres un plebeyo sediento de sangre”, “he escrito cuatro libros y tú no”, “llevo veinte años en esto y tú no”, nada de eso denota solvencia, todo lo contrario: necedad intelectual y bajeza moral
Todo eso no es más que barbarie, barbarie en estado puro
Esto nos da la clave para comprender por qué los intelectuales (no todos, pero sí muchos de ellos) se sienten atraídos por los regímenes tiránicos. Aunque se trata de un fenómeno complejo, voy a tratar de reducirlo a sus aspectos esenciales:
1. Seguridad económica. A muchos de los palangristas les pagan, así de simple. Pero eso no agota, ni de lejos, el asunto.
2. Seguridad académica. Cortejar al chafarote o al mandamás de turno me garantiza cátedras universitarias y otro tipo de ventajas: prebendas, publicaciones.
3. Temor a la competencia. Acá me voy a detener un poco.
En una sociedad libre, la gente decide si compra o no mi libro (o mi cuadro o mi música). Y puede que la gente decida que no le gusta lo que yo hago.
Así como los fabricantes de zapatos o de quesos deben competir,
...los creadores artísticos e intelectuales también deben hacerlo. Desgraciadamente, no es una cuestión de calidad (o no solo de calidad): Daddy Yankee vende más que Thelonious Monk (hasta risa da compararlos), Paulo Coelho vende más que José Donoso,
...Beethoven murió en la miseria y Katy Perry nada en la opulencia, “Avengers” vende más que “El séptimo sello”.
¿Es una situación irritante? Sí, puede ser una situación irritante y molesta. Usted puede pensar que es injusto.
Injusto o no, la realidad es lo que es.
A lo mejor usted es un genio literario y acaba de publicar un libro extraordinario, pero al vecino esa vaina no le interesa: él va seguir con su “Crepúsculo” y con su “Juan Salvador Gaviota”, si es que lee. Es una cuestión de libertad.
¿Que se puede educar a la gente para que lea Shakespeare en lugar de las “Cincuenta sombras de Grey”? Sí, se puede y se debería hacer. Pero sigue existiendo la posibilidad de que, luego de años de educación, Fulano vaya a la librería a comprar literatura mala.
Yo conozco gente que, a pesar de haber recibido educación musical, escucha reguetón. ¿Qué vas a hacer? ¿Los vas a fusilar? ¿Los vas a obligar a que compren tu producto sí o sí (como si tu libro fuera una ayudita humanitaria cualquiera)?
Es una cuestión de libertad, así de simple.
Usted que me lee y que a lo mejor está pensando que eso no debería ser así. ¿Quiere que yo me aparezca en este momento en su casa y le obligue a cerrar Twitter para poner en YouTube un video educativo que usted en estos momentos no tiene deseos de ver?
¿Qué sucede en los regímenes totalitarios? Que hay poetas oficiales, escritores, académicos, historiadores oficiales, y sus libros son en algunos casos de venta y difusión obligatoria, hay que citarlos en los periódicos,
…hay que leerlos en las escuelas, hay que colocar citas suyas en las paredes de los organismos públicos (como los profundos pensamientos de Chávez en los ministerios venezolanos).
Para una persona como Coleto Iturrieta, se trata del paraíso:
a) Ya no tengo que competir con nadie (ni con el mediocre que vive al lado ni con un Vargas Llosa); b) ¿Y por qué tendría yo que competir, si yo soy brillante, única, especial, inteligentísima? (My mom told me so);
c) Tampoco es justo que mi obra maestra no se venda mientras que los Condoritos del quiosco de la esquina se venden como pan caliente; d) Si no quieren rendirse ante mi superioridad intelectual, peor para ellos, hay que obligarlos a apreciar las cosas valiosas, es por su bien…
…(obsérvese que se trata del mismo pretexto que usan los tiranos comunistas para justificar sus atropellos).
Para resumir este largo punto 3, debemos de nuevo volver a Popper: sociedad abierta, democracia liberal, respeto por la libertad del otro, por el libre mercado.
A algunos les podrá sonar fuerte lo de libre mercado: “¿o sea que para ti una zanahoria es lo mismo que un cuadro de van Gogh?”
No, no es lo mismo. Lo que sí es invariable es la libertad humana: así como no te puedo obligar a comprar la zanahoria,
...tampoco te puedo obligar a comprar el van Gogh.

Hablábamos entonces de
1. Seguridad económica.
2. Seguridad académica.
3. Temor al mercado (a la libre competencia).
Pero hay más:
4. Soberbia intelectual. La soberbia intelectual va de la mano con el punto 3: en una sociedad organizada racionalmente (una universidad, por ejemplo), usted debe rendir cuenta de sus acciones, no importa su rango.
(Obsérvese que el fabricante que mete la pata con un producto, también rinde cuentas: o bien porque disminuye sus ventas, o bien porque en ocasiones tiene que pagar reparaciones civiles o penales.)
Decíamos que en una universidad, por citar un caso, usted debe rendir cuentas, no importa su rango.
Un ejemplo muy sencillo.
Intelectual: “La dictadura de Venezuela sale con votos…” Ciudadano: “No lo creo, ellos trafican droga, están en las listas de la DEA, tienen vínculos con grupos terroristas, se han robado muchas elecciones, controlan el sistema electoral, y además han dicho que nunca entregarán
...nunca entregarán el poder aunque pierdan las elecciones…”

Si el intelectual es un tipo racional (y razonable), debería tomar nota de la objeción, considerarla, analizarla, y eventualmente revisar su postura.
Nuestros genios criollos no, nunca lo hacen, ellos no se equivocan, ellos no ven lo que todos vemos. Para usted y para mí lo blanco es blanco y lo negro es negro.
Ellos no, ellos ven claves ocultas detrás de todo, ellos ven cosas que ni usted ni yo (ciegos e ignaros que somos) podemos ver. Donde usted ve a un grupo de malandros con las manos llenas de sangre, ellos ven “chavistas originarios” (o “críticos”, que suena más intelectual),
…donde usted ve a un sinvergüenza hundido hasta el cuello en corruptelas y que es además corresponsable del desastre eléctrico, ellos ven a un habilidísimo estadista (todo un pico de oro, por añadidura) que se dobla para no partirse;
…donde usted ve a un pusilánime que se deja ningunear de un milico semianalfabeto, a un tipo indigno de sentarse en la silla que alguna vez ocuparon Santos Michelena y Fermín Toro, ellos ven virilidad civil.
Donde usted ve show, patraña, circo, payasada; ellos ven campañas napoleónicas.
Como ellos son más inteligentes y más cultos (y como nosotros somos plebeyos y recién llegados), ellos ven lo que nosotros no podemos ver.
Por supuesto, usted les hace preguntas que ellos no contestan, pero no porque vayan a quedar con el culo al aire (ellos ni siquiera tienen culo, son espiritualidad e inteligencia pura), sino porque no van a perder tiempo educando a gañanes.
Por eso insisto tanto (y lo seguiré haciendo) en la necesidad de discusión racional, donde estemos en pie de igualdad. Por supuesto que hay gente más preparada, pero precisamente por estar más preparadas, esas personas deberían ser capaces de persuadir con argumentos.
Sólo el respeto por el otro, por la racionalidad del otro, nos va a salvar.
Se entiende que prefieran el totalitarismo (¿rojo, azul?, para el caso da lo mismo), se entiende. Mucho más cómodo es que obliguen a los demás a escucharme y a aplaudirme.
Difícil es ganarme a diario el aplauso, tengo que esforzarme todos los días, me arriesgo a caer, a perder mi posición, a que me pierdan al respeto, me arriesgo a perder mis prebendas.
Como en el tenis.
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