Guardia explotada, como siempre. 15 hs. No hay dónde sentar a medio paciente. Llega una conocida de alguien de secretaría que está doblada para adelante de la lumbalgia. (+)
–Te vas a dar cuenta de quién hablo –le dice mi compañero con una sonrisa gigante.
–Para tanto? –interroga el enfermero con las cejas para arriba.
El otro asiente. Me dan ganas de cachetearlos.
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Veo a mi compañero que corre por el pasillo.
–¿Qué pasó? –le grito y me acerco.
Agarra gasas y vuelve a correr mientras responde “la chica”. Lo sigo. Me pide que consiga un camillero. Lo pido por altoparlante. Ni aparece. (+)
Le hago que sí con la cabeza y voy a buscar al camillero de nuevo. Me lo cruzo en el pasillo. Tiene una silla de ruedas vacía. Le reitero el pedido de que vaya a buscar a la paciente (+)
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–No te malacostumbres –agrega–. Y no vayas a perder nada que me prenden fuego. (+)
–¿No me podés derivar por mi prepaga? –pregunta.
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–¿Tenés prepaga? ¿Y por qué viniste acá? –interrogo con ganas de matar al que pidió el favorcito.
–Es que mi tía dijo que su amiga podía hacer que me vieran más rápido, porque en la clínica tardan como dos horas.
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La chica se deriva. (+)
Yo me alegro de no haber tenido que suturarla y me quedo embelesada, con la caja de instrumental que me quedó para usar. (+)
A la semana siguiente, mi compañero me cuenta que sigue sin poder dormir por miedo al juicio. (+)
PD: el tema todavía está en veremos.