Una duda lo lleva consumiendo por dentro todo el día.
“¿Será capaz mi hijo?”, piensa.
Francisco, está a punto de comprobarlo.
HILO 👇
Eran tiempos difíciles, no como ahora.
La suya, es de esa “generación perdida”, la que trabajó para sus padres y después para sus hijos.
Él, lo dio todo por el suyo: Santiago
Y nunca lo hizo.
Reme…
¡Cuánto la echaba de menos!
Sin ella, su vida se tambaleaba.
Poco a poco, esa pregunta comenzó a repetirse en los cumpleaños, en Navidad…
- Bien papá. Bien. Muy ocupado
- Podríamos ir algún día a pescar si quieres…
- Sí, papá, buena idea. Te llamaré un día y te pasaré a buscar.
Lo volvió a ver dos años después.
Santiago fue para convencerlo que vendiera la casa y se fuera a vivir con él.
Y un año después, Francisco estaba llorando frente al espejo de un cuarto de baño de una gasolinera.
- Venga, papá. Vístete que nos vamos
- ¿Tan pronto? ¿A dónde vamos?
- Tengo que ir a un sitio. Venga.
Notaba a Santiago raro. Enfadado, pero a la vez avergonzado. Triste, pero decidido.
- Papá, baja a mear
- Si no tengo ganas
- Pero el viaje es largo. Es mejor que vayas.
- Sí, ya voy... – le dijo aguantando las ganas de llorar.
La convivencia había sido dura, y su hijo, en momentos de enfado, le decía que si tuviera más dinero lo acabaría llevando a una residencia.
Vuelve a llorar.
Sus manos tiemblan un poco por los nervios; y otro poco por la edad.
La incertidumbre, le come por dentro.
“¿Se habrá ido sin él?”
Mira la puerta del cuarto de baño
“¿Estará su hijo esperándole?”
Quiere salir de dudas; saberlo ya.
Sale del cuarto de baño.
Se dirige a la puerta de salida.
Camina todo lo rápido que puede.
Sale.
La luz del sol le hace daño en los ojos todavía llorosos y no le deja ver bien.
Observa.
Busca...
Dos mujeres hablan al lado de Francisco. Una de ellas prepara un vaso con medicación.
Él no habla, ni siquiera las mira.
Su mirada está vacía, perdida.
- Pues desde que vino, ya va para seis meses. Lo encontraron desorientado en una gasolinera. No habla y mover, lo que se dice mover, se mueve poco.
- No lo sé. Nunca contó cómo llegó ahí, si se perdió o si lo dejaron ahí. Nada. Solo repetía una frase:
"Nunca te fallaré".
Francisco, sin pestañear, mira al frente.