Capítulo II
Valentina seguía absorta en sus pensamientos cuando el retumbar del timbre le hizo sobresaltarse.
Dio tal respingo que derramó parte del humeante café sobre el suelo.
Valentina contestó al telefonillo. -¿Si, quién es?. -Guardia Civil, abra por favor, señorita.
Palideció inmediatamente, ¿Qué podría querer de ella la Guardia Civil a esas horas? Apresuradamente se puso un jersey sobre el pijama y adecento su cabello delante del espejo lo mejor que pudo.
Pegó la oreja contra la puerta mientras aguardaba la inesperada visita. Aquellas puertas y paredes de papel poco dejaban a la imaginación.
"toc toc toc" "¡Guardia Civil, abra!" escuchó desde el otro lado de la puerta. Menudo cliché, pensó.
Valentina acercó el ojo a la mirilla y acertó a ver dos figuras verdes desenfocadas.
Despacio entreabrió la puerta y encontró a la pareja de Guardias Civiles imponentes frente a sí.
Uno de ellos estaba ligeramente adelantado al otro y saltaba a la vista que era el "jefecillo" de ambos. Tendría a unos 50 años y un bigote poblado con alguna cana asomando.
Su compañero era joven, no más de 30 años, guapo, fuerte y con ciertos aires de grandeza. Aquellos dos hombres eran exactamente cómo ella se hubiera imaginado a una pareja de Guardias Civiles. "Otro cliché descarado" se dijo.
—Buenos días agentes, ¿Ocurre algo?—. preguntó con cautela. —Diganoslo usted, usted nos ha llamado...—. Valentina adoptó una expresión de sorpresa. Aquello no se lo esperaba.
—Creo que se equivoca... Agente—. Aquello último lo dijo cómo avergonzada. Pensó que eso de llamar "agente" a un policía había sonado demasiado hollywoodiense.
–No se asuste señorita, estamos aquí para ayudarle. Yo soy Güistremundo Torres y este es mi compañero Juan Carlos Toribio—. Aquello lo dijo el más joven. Valentina apretó un poco los dientes. ¿Acababa de decir que su nombre era Güistremundo? La mañana estaba llena de sorpresas.
—No estoy asustada—. respondió Valentina calmadamente—. Simplemente no entiendo que hacen en mi piso, yo no les he llamado y les aseguro que aquí no ocurre nada—. añadió con una sonrisa.
—Hemos recibido una llamada por un altercado doméstico.
—¿De eso no se encargan los municipales?—. preguntó Valentina desinteresada.
—¿De eso no se encargan los municipales?—. preguntó Valentina desinteresada.
El mayor miró de reojo al joven. —Eso no es asunto suyo—. añadió por toda respuesta—. Ahora diganos, cuál es el problema... —. Quedó pensativo mirando ligeramente al techo—. ¿No huele un poco a quemado?
¡Joder!— Exclamo Valentina, y salió corriendo ipsofacta hacia la cocina... La tostada...
La sacó con la punta de los dedos y la dejó sobre la mesa antes de volver a toda prisa a la puerta del apartamento.
Fue justo en el momento en que miro de nuevo a los Guardias Civiles cuando comenzaron a sonar golpes y gritos en el piso de al lado.
