Un día, a mediados de 1930, ingresó un ciclista herido en el hospital donde trabajaba, la miró y le dijo: “¿Puede llamar a un médico de verdad?”.
Eugenia Sacerdote de Lustig nació el 9 de noviembre de 1910 y esta es su historia 👇
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Eugenia estaba muy segura de cuál quería que fuera su profesión pero no se animaba a contárselo a su mamá porque, para 1920, las mujeres no estudiaban medicina en Italia.
Es más, ni siquiera podía aspirar a ingresar a la Universidad: su formación en el Liceo femenino no la había preparado en matemática, química o biología sino en idiomas, historia y literatura. ¡Ah! También le habían enseñado a hacer ropa para bebé. No le salía muy bien.
Pero Eugenia no se daría por vencida sin dar pelea. Junto a su prima, Rita Levi-Montalcini, estaban convencidas de que serían médicas. Así que buscaron a un profesor particular que aceptó prepararlas.
Doce horas por día de estudio durante un año fueron necesarias para poder alcanzar el título del Liceo clásico. Lugo de rendir con éxito un examen que incluía griego y latín, ambas ingresaron a la Facultad de Medicina.
500 varones y 4 mujeres. Esa era la cantidad de estudiantes en la Facultad de Medicina de la Universidad de Turín en 1929.
- “¡Bienvenidas!”. Las recibieron, felices, sus compañeros.
- ¡¿En serio?!
- Naaaaaah. Mentira. Les hicieron la vida imposible.
Los estudiantes les ponían pedazos de cadáveres escondidos en los bolsillos del guardapolvo o se ubicaban en dos filas en la puerta de la facultad formando un pasillo que ellas debían atravesar mientras las empujaban, les robaban sombreros o abrigos y las golpeaban.
-¿Y nadie hizo nada?
- Sí, Eugenia y Rita. Le pagaron al portero de la facultad para que les permitiera entrar por una puerta de atrás y llegar al aula antes que el profesor.
Finalmente, en 1936, ambas se recibieron de médicas con las más altas calificaciones.
Tiempo después, las primas siguieron caminos separados. Rita se doctoró en Neurocirugía y Eugenia se mudó a Roma con su flamante marido, Maurizio Lustig, y empezó a ejercer su profesión en el hospital de la ciudad. Allí fue cuando se encontró con el ciclista herido.
Un día de junio de 1938, Eugenia abrió el diario y se encontró con una noticia terrible: Mussolini había dictado las leyes raciales y los judíos ya no eran más ciudadanos italianos. Tampoco podían trabajar en instituciones públicas.
Muchas personas consiguieron documentos falsos, otras se ocultaron. Rita Levi-Montalcini, su prima, montó un laboratorio en el dormitorio de su casa para poder seguir con sus investigaciones. Décadas más tarde, en 1986, recibiría el Nobel de Medicina.
Pirelli, la empresa para la que trabajaba Maurizio, estaba a punto de abrir una planta de fundición de cobre en Argentina. Para no despedirlo, le ofrecieron el traslado. Junto con Eugenia y su pequeña hija, en 1939, se subieron a un barco y zarparon.
Luego del nacimiento de su segundo hijo, Eugenia quiso volver a trabajar así que intentó que le reconocieran su título de Médica. No lo hicieron. Ni siquiera le reconocieron el título de escuela primaria. Lo único que le permitieron fue trabajar como técnica.
En la cátedra de Histología de la Facultad de Medicina le dijeron que no podían darle un cargo pero sí dejarla investigar sin un sueldo fijo: si no se rompía mucho material de vidrio en el laboratorio, ella podría cobrar lo que sobrara del fondo de reposición. ¡Trato hecho!
Para tener material para su trabajo, Eugenia iba al mercado, compraba una gallina, le sacaba sangre del ala, y con el suero investigaba. Fue pionera en nuestro país en el cultivo de células in vitro.
Tiempo después, ingresó al Instituto de Oncología Roffo para trabajar sobre el cultivo de células cancerosas. Unos años más tarde comenzó a trabajar simultáneamente en el Instituto Malbrán donde montó la Sección de Cultivos de Tejidos.
Como jefa del Departamento de Histología tras la partida de su director, todo parecía encaminarse.
Hasta que llegó la epidemia de poliomielitis.
Todavía no existía vacuna.
Eugenia trabajaba haciendo diagnósticos y tenía mucho miedo de contagiar a alguien. Por eso, todos los días, prendía fuego al material con el que habían trabajado en el Malbrán y se cambiaba completamente de ropa antes de irse.
La vacuna desarrollada por el virólogo Jonas Salk estaba comenzando a ser noticia cuando Eugenia recibió una beca de la OMS para ir a estudiar con él a Estados Unidos. Allí se convenció de su efectividad.
Por eso, a su vuelta a la Argentina, y aunque todavía no había sido aprobada por el Ministerio de Salud, decidió vacunarse ella y a sus tres hijos en público. Esta decisión impulsó la vacunación y salvó la vida de miles de personas.
Finalmente, Eugenia se convirtió en profesora universitaria por concurso (y le validaron por fin su título). También fue Investigadora del CONICET. Renunciaría a la docencia unos años más tarde, a raíz de la Noche de los Bastones Largos.
Siguió trabajando en el laboratorio hasta pasados sus 80 años, cuando comenzó a perder la vista. Finalmente, tuvo que dejar la investigación.
El 27 de noviembre de 2011, murió a los 101 años de edad.
Eugenia Sacerdote de Lustig.
Médica, investigadora, pionera y luchadora.
Contamos historias para conocer, para no olvidar y para inspirar.
Por las que fueron, las que somos y las que vendrán.
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