Imagina que es a tu sobrino.
O a tu hijo.
Imagina que los médicos te hablan de muchos tratamientos y un pronóstico malo.
Imagina a alguien ahí detrás, borroso, desconocido, que observa tu miedo y querrá aprovecharlo.
Eres su tío, su padre o su madre.
Y empieza el tratamiento y comienzan las esperas.
Y terminas en una unidad de cuidados intensivos acompañando a ese familiar recién operado.
Todo alrededor se tambalea.
Y la forma borrosa tiene ojos y cara y te sonríe.
Te entiende.
Y dice que puede ayudarte, dispone de algo que ellos, los médicos, te están ocultando.
Dudas.
Observas el teléfono que te ha dado.
Pasan unas horas y decides llamar porque no hay salida.
Hay que seguir hacia delante.
Avanzar.
Robarle tiempo a lo que está pasando.
Que tiene experiencia.
Y te presupuesta una máquina para el agua.
También el precio de los cartuchos.
Ella te los proporcionará.
Tú bajas al cajero, sacas el dinero y lo entregas.
Es como si lo tuviera todo listo.
Preparado.
Te enseña, sonriendo, cómo pasar el agua por los filtros.
Te dice que solo debes permitir que beba ese líquido.
Tu prometes hacerle caso.
No quieres que se den cuenta.
Les dices que quieres que beba agua embotellada y llenas tú esas botellas cuando estáis solos.
Pruebas el agua.
Sabe rara.
Seguro que está funcionando.
Seguro que las células de esa enfermedad están sufriendo las consecuencias.
Entonces se cae una botella al suelo y la auxiliar descubre lo que estabas haciendo.
Si te descubren te regañarán, te dijeron.
Pero nadie te regaña.
Has tenido que llamarla.
Te pide calma, en cuanto salgas de intensivos será más fácil.
Y entonces entra un médico y te saluda.
Hace un esfuerzo, sabe lo del agua y sabe quién es ella.
Al otro lado del cristal habían hecho su trabajo.
Después se tropieza sin querer con una de las botellas.
Y pregunta.
Y la imagen explica mientras tú escuchas.
Entonces el médico os pide algo.
Una muestra de agua alcalina.
Para analizar si es cierto que es distinta siendo tan igual.
Él se muestra tranquilo y comenta lo que está haciendo.
Tú permaneces de la mano de tu familiar.
Con un nudo en el estómago porque sabes qué está pasando.
Uno pertenece al agua purificada.
Otro es agua del grifo.
El agua del grifo es más alcalina que la de la máquina.
El hombre con el fonendo encoge los hombros y mira a la imagen borrosa.
Le dice que quizá se ha estropeado el aparato.
Enfermo, imagen borrosa y tú.
Ella recoge los cartuchos usados y te comenta que tendrá que ir a por otros porque a lo mejor están caducados.
Os deja de nuevo solos.
Y tú vuelves a coger su mano mientras observas, triste, una de las botellas medio vacías.
Llama por teléfono para decirte que no tiene más, que debe ir al almacén.
Aunque en realidad está regresando al hospital.
A la sala de espera en esa planta donde se llora.
A centímetros de ella se convierte en una imagen borrosa, y la señora se asusta y se da la vuelta.
Pero ella sonríe y la calma.
Está allí porque le entiende, porque quiere ayudarla.