Se querían como dos puntos y seguidos.
Inseparables habían convertido el deporte de pasar los segundos en un ejercicio de felicidad.
Pequeñas crisis que se resolvían solas hasta que un día dejaron de hacerlo y la ambulancia llegó a casa para hacer su trabajo hasta el hospital.
Aquel abdomen daba señales de tener un secreto.
Comenzaron multitud de pruebas y una incertidumbre que hacía de hilo conductor.
Finalmente tenían un diagnóstico: diverticulosis.
En la salud se construye la sonrisa y en la enfermedad la fe en saber que no estarás solo.
Poco a poco fue llegando la gota que colma hasta que se llenó el vaso.
El abdomen infectado y dolor en el dolor con cada movimiento.
Todos los tratamientos hasta la fecha habían sido sintomáticos, no la curaron.
Quedaba tomar una última decisión.
Fuera la avenida.
Fuera los callejones sin salida.
Fuera la obstrucción.
Y se hizo con María tomando antibióticos y muy débil.
Creyeron que con eso terminaba el viaje, pero otro empezó.
Capaz de resistir en forma de espora y aprovechar una oportunidad para proliferar en nuestro interior.
María era un cliente perfecto.
Así que hizo lo que sabía.
La bacteria se multiplicó.
Parecía derretirse por dentro mientras el equipo médico la rehidrataba y administraba antibióticos.
Emil observaba aquello sin entender qué era lo que convertía el sueño en pesadilla, vivían la más terrible transformación.
Su médicos descubrieron la causa.
Y cambiaron los antibióticos para acabar con la infección.
María mejoró.
Y retiraron lo fármacos.
Pero de nuevo la infección regresó.
La espora que espera.
Una vez suspendían los antibióticos el difficile hacia su trabajo.
Regresaba de entre las cenizas para hacer que todo ardiera alrededor.
Pasó dos veces.
Pasó tres veces.
Cada vez menos María y más debilidad.
Cada vez menos María y más desnutrición.
Cade vez menos María y más punto y final.
María estaba condenada pero aquella propuesta era extraña, novedosa y estaba liderada por una idea peculiar.
Sin duda debería funcionar.
¿Quién sería el donante?
La doctora tenía claro el nombre.
Se levantó para llamar a Emil.
Emil regresó a la habitación y cogió de nuevo la mano de María, como un náufrago busca una brújula.
Y respiró.
Se observó en el espejo.
Introdujo el vaso bajo su cuerpo y apretó mientras cerraba los ojos.
Después entregó la muestra a los médicos.
Nadie lo había hecho antes y no querían esperar demasiado tiempo.
Se hizo dos veces separadas tres días.
María no se dio cuenta del procedimiento.
Les dejaron solos y Emil les dio las gracias para centrarse en el reloj.
Sin darse cuenta cayó dormido y se despertó por un golpe en el hombro.
Emil abrió los ojos pensando en tener delante a uno de los médicos.
Pero era María.
Observándole como si acabara de llegar a puerto.
Desaparecieron las deposiciones diarreicas y los dolores.
Los doctores se mantuvieron escépticos hasta pasados unos días.
Se curó.
Emil la tomó de la mano y ella se levantó.
Observó lentamente aquel cuarto y se miró en el espejo.
Salió de allí y cogió las bolsas.
Abandonaron la habitación.
Y él sonrió.
Seguían siendo dos.
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No os voy a decir cómo la tengo y cómo lo sé porque uno tiene sus secretos.
O algo.