No soy economista, pero cometeré la imprudencia de decir algunas cuestiones desde lo que recuerdo de las clases de economía y desde la perspectiva de un ciudadano más o menos informado. Lo primero que quisiera decir es que la recesión económica es una realidad y el Estado deberá
endeudarse severamente para financiar la agenda social. Afortunadamente hay espacio suficiente para garantizar esa deuda, debido al ahorro acumulado por años, al porcentaje muy bajo de la deuda fiscal comparado con el PIB y una política fiscal seria y robusta. Sin embargo,
esta forma de proceder no puede mantenerse en el tiempo, ni puede ser la política fiscal permanente. Tenemos, entonces, dos años más o menos para cambiar lo necesario. Requerimos tres cosas urgentes: 1) hacer una reforma tributaria de verdad que se concentre, más que en subir
impuestos, en una estructura tributaria adecuada y que, por supuesto, ¡se paguen los impuestos sin trampas!; 2) modernizar el Estado, pero de verdad. Ello supone hacerlo mucho más eficiente, especialmente en el modo en que se administran y asignan los recursos para programas
sociales. Hoy tenemos mucha fragmentación, superposición de competencias que reducen mucho la capacidad de que esos programas sean exitosos (sobre esto he leído en esta red interesantes aportes de @Malvavisca y @pajarofelix por ejemplo); y 3) apostar por un modelo de desarrollo
distinto que nos permita dar el salto a una matriz productiva compleja, no extractivista. Es una tarea titánica pero insustituible. Sobre ello, podríamos fundar sólidamente un nuevo Chile que pueda, sin riesgos, asegurar derechos sociales para todos. Ahora, volviendo a nuestra
realidad inmediata, debemos ser conscientes que el Banco Central está comprometiendo mucha plata para intentar frenar el alza del dólar. Esto tampoco puede mantenerse en el tiempo y en algún momento se reflejará en la inflación y, paradojalmente, podrían esfumarse en ella el alza
de las pensiones y del ingreso mínimo. Por eso, es necesario comprender que la economía sí es relevante, no al punto del dogma que hemos padecido estas últimas décadas, pero tampoco de creer ilusamente que con voluntad y pura movilización vamos a mejorar mágicamente el país en el
que vivimos. Y una última cosa, a propósito de lo caro que es Chile, a pesar de que la gran mayoría del país tiene rentas bajas. Ese es otro efecto no deseado de la desigualdad extrema en nuestro país: hay un 5% más o menos de la población que puede pagar ese Chile tan caro y
tener una vida cómoda (yo mismo pertenezco a ese 5%), eso fuerza un costo de la vida muy alto y presiona a los demás chilenos a vivir endeudados para comer. Ese Chile que hemos construido es insostenible política, pero también económicamente. (Me disculpan los economistas por
esta aventura temeraria en un área que no es la mía). FIN.
