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Cuando olvidamos algo, ¿ha desaparecido de nuestra memoria para siempre o simplemente ya no somos capaces de encontrarlo en ella? ¿Todo lo que hemos vivido sigue en algún rincón de nuestra memoria? Abro hilo.
Nuestro cerebro aprende en todo momento, lo queramos o no. Por eso, aunque no hayamos tenido ninguna intención de recordarlo, podemos evocar lo que desayunamos esta mañana.
Otra cosa es que la mayoría de nuestras experiencias resulten irrelevantes para nuestra supervivencia o bienestar, y acaben por olvidarse, antes o después (¿recuerda usted lo que cenó hace cuatro días?).
En el contexto escolar, el olvido resulta un problema grave. Lo es porque no solo actúa sobre las cosas que no nos importa olvidar, sino también sobre aquellas que se supone que querríamos conservar para el resto de la vida o, por lo menos, por unos años.
Pero ¿qué sucede con todo lo que olvidamos? O dicho de otra forma, ¿por qué olvidamos? Seguramente estaremos todos de acuerdo con que el olvido no es siempre un hecho consumado.
Es decir, a veces no conseguimos recordar una información, pero unas horas más tarde nos viene a la mente como si nada.
En este sentido, lo primero que nos podemos preguntar es: ¿el olvido se produce porque la información que aprendimos ya no está en nuestra memoria o lo que sucede realmente es que no conseguimos encontrarla en ella y evocarla?
Esta pregunta precisamente ha protagonizado (y lo sigue haciendo) algunos de los debates más intensos en la comunidad científica sobre el proceso del olvido.
En efecto, muchos investigadores creen q todas nuestras experiencias dejan trazas en nuestra memoria q perduran para siempre, pero q la mayoría son tan débiles q su "poder de evocación" es demasiado bajo para poderlas recuperar espontáneamente.
En su opinión, esto significa que todo lo que una vez aprendimos, aunque creamos que lo hemos olvidado, sigue en algún lugar (o lugares) de nuestra memoria.
La primera persona que investigó mediante métodos científicos la memoria y el olvido fue el psicólogo alemán Hermann Ebbinghaus, a finales del siglo XIX. En sus estudios constató que tan pronto como hemos aprendido algo empezamos a olvidarlo a un ritmo exponencial.
Pero además, Ebbinghaus comprobó que, en muchas ocasiones, aquello que parece completamente olvidado debe dejar algún tipo de huella en la memoria, pues reaprenderlo cuesta significativamente menos que si nunca antes lo hubiéramos aprendido.
Estos resultados han sido replicados en diversas ocasiones y son más relevantes cuando lo aprendido formó parte de algún esquema q lo dotara de sentido. Es decir, cuando los aprendizajes fueron con comprensión y se vincularon a otros muchos conocimientos o recuerdos (Arzi 1986).
A nivel neurológico, se han obtenido evidencias de q las conexiones entre neuronas (sinapsis) generadas durante un proceso de aprendizaje se conservan a pesar de q dejen de usarse (Hofer 2009), lo cual podría explicar la mayor facilidad para reaprender algo aprendido previamente.
Actualmente, el consenso sobre el olvido es que, a la práctica, no podemos saber si absolutamente todo lo que ha estado en nuestra memoria sigue ahí.
Se asume que hay cosas que se pueden olvidar por interferencia con otros aprendizajes, por medio de la formación de conexiones alternativas más fuertes y con mayor poder de evocación.
Por supuesto, también se cree que el desuso de lo aprendido debilita su poder de evocación, lo que en resumidas cuentas lleva a la incapacidad de recuperarlo. Si el desuso puede incluso llevar a la desaparición completa de los aprendizajes es un asunto más cuestionable.
Finalmente, en el caso de los aprendizajes escolares, su fragilidad depende en muchas ocasiones del hecho que los alumnos suelen vincularlos a muy pocos esquemas, es decir, a muy pocos contextos.
Fuera de ese contexto, los alumnos no encuentran sus conocimientos porque las pistas que reciben no se relacionan con las que tienen: no ven la relación entre lo que saben y lo que se les pregunta o el contexto en que se les pregunta.
Además, las estrategias de estudio masificado (no espaciado en el tiempo) y basadas en la repetición que usan gran parte de los alumnos conllevan un olvido mayor y más inmediato, como ya he comentado en hilos anteriores. FIN.
Referencias:

Arzi, H., Ben-Zvi, R., y Ganiel, U. (1986). Forgetting versus savings: The many facets of long-term retention. Science Education, 70(2), 171-188.

Ebbinghaus, H. (2013). Memory: A contribution to experimental psychology. Annals of Neurosciences, 20(4), 155-156.
Hofer, S., Mrsic-Flogel, T., Bonhoeffer, T., y Hübener, M. (2009). Experience leaves a lasting structural trace in cortical circuits. Nature, 457, 313-317.
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