Por desgracia, bien sabes lo que pensamos todos en México cuando vemos cosas así.
Pero la gran mayoría eran jóvenes, estudiantes o lo parecían, hablando de temas interesantes.
Enseguida mi amiga me lo presentó: Roberto A., empresario del Bajío; ya me perdonarán que no diga el apellido, pero no quiero balconear a nadie. Apellido común eso sí.
El tipo se puso en pie al momento diciendo:
“Ah, el de Dixo, ¿verdad?”
“W-T-F” me dije y lo dije en voz alta.
Me pidió que lo tuteara, y estuvo como 5 minutos elogiando a Dixo y lo que hacemos en Dixo como si nos conociera de toda la vida. Debo admitir que me lanzó el ego a la luna.
Se burló de los que creen de izquierdas al gobierno actual.
La gente a su alrededor asentía.
Y no, NO es un hilo anti o pro 4T. Hay más mundo que eso].
"¿Qué estudias?", le pregunté esperando una respuesta cliché o típica.
"Biología molecular".
Confieso que quedé sorprendido.
Ni rastro.
Sólo acerté a decir, derrotando mi mirada:
"Impresionante".
"¿Ese no es el movimiento 23 de Rubinstein?"
La mirada de Roberto mutó del reproche sardónico a la sorpresa primero y al interés después.
"¿Juegas ajedrez?"
"Hace tiempo que no, pero… sí, estudiaba y jugaba bastante".
Él miró al elegante tablero y murmuró como con una pena honda:
"Debería haber sido el campeón del mundo. Le ganó hasta a Capablanca".
"A Rubinstein no lo vencieron los humanos. Lo vencieron los tiempos, la Historia y la locura".
"Sí".
"¿Jugarías conmigo, judío?"
Como yo seguía digiriendo su frase y como sentí que lo decía sin intención alguna, le contesté: "Claro".
"Juguemos. Pero no aquí; hay mucho ruido y no vamos a callar a la gente. Sígueme".
Obviamente no lo tenía. Y aunque lo tuviera, yo necesito inversión en Dixo, vayamos a la aventura y WTH.
"Por Rubinstein".
También ayudó el alcohol.
"Roberto, tú tienes grandes ideas, pero… en este país no son muy realistas".
"-Porque aquí está todo demasiado envenenado. Es verdad que esos países europeos están muy bien, yo he vivido en Europa y soy francés y es admirable cómo lo tienen armado, pero es que… llevan generaciones armándolo".
Ahí ya no supe qué contestarle. O peor aún: lo supe demasiado bien, y él también.
Entonces dijo: "Mira, olvida por un momento esos países que puse de ejemplo. Hablemos de Rusia".
"- Ok,, pero eso era la Unión Soviética, eso era…", lo interrumpí.
"- En México hace falta un cambio. Un cambio radical. ¿Te has dado cuenta de que han convertido la palabra 'radical' en algo feo, peligroso? Pero viene del latín radix: la raíz, la base..."
"-Pffff. Ni de broma. Ni se me ocurriría. Meterse en política es meterse en el lodazal, hasta el cuello, en esa cultura podrida de la que hablábamos..."
"-Eso… eso es una utopía ahora mismo, Roberto".
"Estudié secundaria, prepa y universidad en Europa. Es difícil que no se te pegue algo".
"-¿Dónde?"
"-En España, Francia y Suecia. Economía y ciencias políticas. ¿Tú?"
"-En Nueva York. Matemáticas y cine".
"-Sí, pero al final me di cuenta de que se me daba mejor el cine, y luego contar historias con podcasts".
"-Interesante. Pero, ¿ves? Ocurre una cosa: México está demasiado saturado de influencia gringa, de pensamiento gringo..."
Debatiendo así, el vuelo de casi tres horas se me hizo corto.
"Así es".
"¿Ya nos vas a decir adónde vamos?"
"-Obvio, aunque un poco lejos para echar un partido de ajedrez… pero no está mal, no…", contesté tratando de ocultar mi preocupación, emoción y demás "...ción" que se te ocurran.
—¿Jugamos mañana, después del desayuno?
—Sí, mejor.
—Perfecto. Rosalba, ¿acompañas a Dany y su amiga al cuarto de invitados? El jade. Los veo mañana.
—Vaya mansión—comenté a mi amiga.
El cuarto jade de invitados se llamaba así por lo evidente: todo él estaba decorado con jade. Las paredes eran un único bajorrelieve de jade con glifos precolombinos.
“Eso de las ‘finanzas’ tiene que dejar lana”, pensé y me reí solo.
Lo primero que se me ocurrió fue sacar el celular para tomar unas fotos de tanta maravilla.
Recordaba perfectamente que estaba cargado al 100 antes de salir a la fiesta. Intenté encenderlo una, dos, tres veces. Nada. Tampoco el de mi amiga.
Como ya dije, que yo supiera, Roberto no tenía ningún motivo para hacernos el menor daño. Y si lo tenía, ya estaba en sus manos.
Saqué bourbon del minibar y nos tomamos otro trago para dormir mejor. O eso.
“El atrio” era un gran patio interior abierto por un extremo, con vistas al océano y una alberca en el centro.
Roberto colgó mientras yo me preparaba un bagel con salmón y dijo:
- Imposible dormir mal aquí. Pero no sé qué le pasó a mi celular.
- Ah sí. Les pasa a algunos cels. Es por el mineral del acantilado que hay aquí justo debajo de la casa, que genera un campo magnético. Pero luego vuelven a funcionar.
- ¿Reglas internacionales o gringas?
- Como prefieras —respondí. Apenas hay diferencias.
- Prefiero internacionales. Los gringos siempre tienen que ser especialitos.
- Venga.
- Es normal; acabas de despertarte. ¿Otro? Vas negras.
Abrió con el peón de dama. Ok. Le jugaré una tradicional defensa india de dama con variación Nimzovitch.
El peso de la pieza gigante de jade en mis pelotas desapareció súbitamente. Ahora fue Roberto quien frunció el ceño.
- ¿Qué carajos hiciste?
- ¿En qué? ¿Qué demonios es eso?
- Zugzwang. Del alemán ‘Obligación de mover’. Es una situación donde te convendría pasar, porque cualquier jugada que hagas, tu posición empeorará. ¿No la conocías?
"Brillante. Francamente brillante. Qué lúcido, qué puta belleza".
No me esperaba esa reacción tan intensa, la verdad.
- Tengo un par de libros en casa. Si quieres los busco y te los paso.
- ¿Sí? Sí, gracias, me interesa mucho.
"Eh gracias", balbucí. De inmediato pensé que probablemente lo había humillado. O que lo había avergonzado. O que lo había pisoteado. ¿Qué carajos pensaba, imbécil que soy,
-Estamos en contacto.
Y desapareció.
También tenía un mensaje de Roberto:
“No hagan planes el 15 y 16 de febrero. Les mandaré instrucciones. Trae los libros por favor”.