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Tuve el fin de semana más EXTRAÑO de mi vida y quisiera compartirlo en un hilo de Twitter para que quede para la posteridad. Siento que podría ser el principio de algo peculiar.
Advertencia: será un hilo largo, así que no se desesperen por favor y verán que pese a todo, uno todavía sigue encontrando a gente interesante en este país tan dividido.
Todo empezó el sábado. Una amiga me invitó a una fiesta privada en un antro de Santa Fe. Normalmente a mí no me van esos planes, y además este estaba fuera de mi liga, pero me pareció una buena ocasión para obligarme a ser más sociable.
Así que me puse mis mejores trapos (unos jeans (limpios), sueter y tenis) y fui. La fiesta no era en un antro, ni en Santa Fe, sino en un domicilio particular y en Las Lomas: un dúplex en lo alto de un edificio lujoso en un fraccionamiento cerrado.
El acceso a la fiesta empezaba desde antes de entrar al fraccionamiento. Los bouncers no eran bouncers del montón, ni siquiera vigilantes corrientes, sino unos tipos enormes con porte militar. Hablaban y se movían como soldados de élite de buena película de soldados de élite.
Ya puedes imaginarte lo que pensé y la mala espina que me dio. “A ver en dónde me estoy metiendo”, ¿Qué gente va a ser esta?”, “Me van a pedir pasaporte vigente y visa”, y tal. Y no. Dimos nuestros nombres y nos dejaron pasar. Así. Cómo si supieran perfecto quiénes éramos.
He sufrido más para entrar a una agencia de publicidad de 7 personas que a esta fiesta. Me empezó a entrar una ansiedad por saber adónde había llegado porque OBVIAMENTE habían usado reconocimiento facial sin siquiera darnos cuenta.
El dúplex era lujosísimo, un poco demasiado lujosísimo, pero decorado con mucho gusto. Minimalista sin ningunas merdes de nuevo rico. La fiesta era en la planta alta, calculo que unos 300 m2 diáfanos con vistas a un helipuerto en el tejado.
Y claro que había un helicóptero estacionado en la helipista. Sí, un helicóptero. Yo no sé mucho de esos trastos pero en un lado decía Airbus H145 y era moderno y nuevo.
Por desgracia, bien sabes lo que pensamos todos en México cuando vemos cosas así.
Sin embargo, los asistentes no eran la típica colección de riquillos con mucho dinero y poco cerebro. Mirreyes o mirreinas. Tampoco tipos patibularios con sus trophy-wives o deportistas con su entourage o seudo-intelectuales de poca monta.
Había pura gente “normal”. Sin ínfulas de nada. Y también sabemos que esto no suele funcionar así. Reconocí a algunos amiguetes del cine y a un periodista internacionalista.
Pero la gran mayoría eran jóvenes, estudiantes o lo parecían, hablando de temas interesantes.
Capté al vuelo un animado debate al calor de las copas sobre las posibilidades científicas de vida extraterrestre. Nada de ufología ni cosas así: chavos y chavas, juventud mexicana, hablando de ciencia especulativa, con argumentos astrofísicos, biológicos, geológicos.
"Claramente al anfitrión le gusta rodearse de gente con dos neuronas juntas y funcionando", pensé.
Enseguida mi amiga me lo presentó: Roberto A., empresario del Bajío; ya me perdonarán que no diga el apellido, pero no quiero balconear a nadie. Apellido común eso sí.
Un tipo de cuarenta y pocos, barba de 3 días, inmaculado. Luego mi amiga me dijo que vestía un saco francés Dormeuil Platinum, zapatos italianos , “Testoni, creo”, y reloj Patek Philippe “de los que no se venden: se subastan”.
Atractivo, diría yo, a tenor de cómo lo miraban las chavas a su alrededor, que bebían sus palabras como si hablara un gurú.
El tipo se puso en pie al momento diciendo:
“Ah, el de Dixo, ¿verdad?”
“W-T-F” me dije y lo dije en voz alta.
“Disculpe mi pregunta, pero de ¿dónde nos conoce?”
Me pidió que lo tuteara, y estuvo como 5 minutos elogiando a Dixo y lo que hacemos en Dixo como si nos conociera de toda la vida. Debo admitir que me lanzó el ego a la luna.
Así que cuando Roberto nos pidió que nos sentáramos con ellos —o, más que nada, ellas— ni lo pensé. Estaba seguro que había conocido finalmente a mi futuro inversionista.
Estaban hablando de Política. Sí, de Política con P mayúscula, no minúscula, no de politiqueo ni de partidismos. Decía en ese momento que el PIB per cápita de México es como el de China y sólo mil dólares inferior al de Rusia.
Que somos la 15ª economía del mundo, inmediatamente atrás de Australia y España. O la 11ª si ajustamos a los precios, entre Francia e Italia y por encima de España.
Y se preguntaba retóricamente en voz alta y clara por qué no somos ni una China, ni una Rusia, ni una España, y por qué gastamos más en librar la guerra contra las drogas para beneficio de Estados Unidos, de lo que España gasta en Salud y Servicios Sociales.
“- Y eso sin contar lo que nos roba la corrupción y la aportación oculta del narco a la economía”, añadió.
Se burló de los que creen de izquierdas al gobierno actual.
Sus palabras exactas fueron: “¿Qué gobierno de izquierdas empieza y sigue su mandato con un recorte salvaje en salud, educación, investigación, guarderías públicas y cancelación de un aeropuerto moderno?"
Insistió mucho en que México podría tener un sistema de protección social no igual pero parecido a los europeos, que además multiplicaría la productividad y la creación de riqueza como en el milagro alemán.
“- Alemania estaba mucho más jodida que nosotros cuando acabó la II Guerra Mundial, bombardeada y arrasada hasta los cimientos, asimilando a 15 millones de deportados de sus territorios históricos".
"Ahora mírenla: Mercedes, Siemens, Bayer, Volkswagen, Adidas, salud, educación, investigación, cifras ridículas de delincuencia, un mes de vacaciones pagadas al año…”,
La gente a su alrededor asentía.
A mí me pareció un socialdemócrata clásico de corte europeo, o un social-liberal con un fuerte componente socialdemócrata; cosa cero común en México para un tipo que lleva un Patek Philippe “de los que no se compran” y que bebía tequila Gran Patrón Burdeos Añejo.
Puedes estar a favor de esas ideas, o en contra, o todo lo contrario, pero me gustó la pasión, la convicción con que hablaba. Citaba a Przeworski, Pinker, Deutsch, Habermas, Bloom, Harari, Urbinati. Parecía un auténtico patriota con una idea para México en la cabeza.
[Joer, Twitter me limita la cantidad de tuits que puedo mandar en este hilo de golpe. Sigo más tarde (si me deja) pero créanme que se pone interesante.
Y no, NO es un hilo anti o pro 4T. Hay más mundo que eso].
[Ok. Sigo]
Y yo, que ya voy siendo perro viejo, quise saber si pone su dinero donde pone su boca o es otro salvapatrias de sofá y Twitter. Así que aprovechando una pausa le pregunté, así como que no quiere la cosa: "Por cierto, Roberto, ¿y tú a qué te dedicas?
Me captó al instante y contestó: "A las finanzas. Pero a través de las finanzas controlo algunas empresas y al menos ahí intento aplicar esto que digo. Mi pequeña república".
Una dijo: "Yo puedo estudiar gracias a Roberto".
"¿Qué estudias?", le pregunté esperando una respuesta cliché o típica.
"Biología molecular".
Confieso que quedé sorprendido.
Busqué en sus ojos algún indicio de connivencia, de apaño, de intercambio de favores. Ella me sostuvo la mirada con orgullo y dignidad.
Ni rastro.
Roberto también me miró, sardónico, reprochándome en silencio: “Dudabas de mí, ¿eh?”
Sólo acerté a decir, derrotando mi mirada:
"Impresionante".
Y al mirar casualmente para otro lado, vi un tablero de ajedrez armado en una mesita. Como todo en ese dúplex, era bellísimo, de madera exquisita. Por un momento pensé que era un adorno bonito más en ese lugar hermoso, pero entonces me fijé en la jugada que tenía montada.
Pregunté a Roberto:
"¿Ese no es el movimiento 23 de Rubinstein?"
La mirada de Roberto mutó del reproche sardónico a la sorpresa primero y al interés después.
Tampoco vayas a creer que yo sé TANTO de ajedrez: conozco a Akiba Rubinstein porque fue uno de los primeros Grandes Maestros modernos, un judío polaco al que sólo una guerra mundial impidió ganar el campeonato del mundo.
Murió loco de atar, no sin antes sobrevivir a los nazis de algún modo misterioso. Su enfrentamiento contra Georg Rotlewi en Lodz, 1907, se considera su partido inmortal. Y el movimiento 23 de ese partido, uno de los más diabólicos de toda la historia del ajedrez.
Roberto me preguntó:
"¿Juegas ajedrez?"
"Hace tiempo que no, pero… sí, estudiaba y jugaba bastante".
Él miró al elegante tablero y murmuró como con una pena honda:
"Debería haber sido el campeón del mundo. Le ganó hasta a Capablanca".
Y remató con una frase que aún resuena en mis oidos:
"A Rubinstein no lo vencieron los humanos. Lo vencieron los tiempos, la Historia y la locura".
WOW
"Tu también eres judío, ¿no?", preguntó.
"Sí".
"¿Jugarías conmigo, judío?"
Como yo seguía digiriendo su frase y como sentí que lo decía sin intención alguna, le contesté: "Claro".
"Juguemos. Pero no aquí; hay mucho ruido y no vamos a callar a la gente. Sígueme".
Lo seguí. Mi amiga y tres de las chavas que estuvieron escuchándolo, incluida la bióloga molecular, nos siguieron. Imagínate mi sorpresa cuando salimos a la terraza para subirnos al helicóptero. Como puedes suponer, pregunté: "¿Adónde vamos?"
"A un lugar tranquilo. Ahí podremos jugar y platicar sin que nos molesten. Además, me interesan tus podcasts y Dixo. ¿O tienes un plan mejor esta noche?"
Obviamente no lo tenía. Y aunque lo tuviera, yo necesito inversión en Dixo, vayamos a la aventura y WTH.
Una de las chavas se puso a los mandos. Otra, de copiloto. Mi amiga, la bióloga, Roberto y yo nos sentamos atrás. Por dentro, el helicóptero parecía una continuación del dúplex: tapicería de cuero fino, maderas nobles, un minibar con bebidas ultra-premium.
Mientras la piloto encendía todo para arrancar, Roberto sacó una botella de whisky Bowmore 38 años Single Malt con cuatro copas. Según miré ayer, costaba 30,000 USD la botella. La abrió, nos sirvió generosamente y brindó:
"Por Rubinstein".
Supongo que aquí quedaría bien decir que "bueno, el whisky no estaba mal pero tampoco era para tanto". No mamar. Era como una explosión de sabores, con matices ahumados de caramelo salado que recuerda de inmediato el mar de por allá por el gusto, el olfato y hasta los ojos.
Nos acabamos los tragos mientras las turbinas aceleraban y las palas comenzaban a tabletear. Ya me había subido antes en helicópteros y recuerdo que eran muy ruidosos por dentro. Este no. Se oía, por supuesto, pero no molestaba para platicar sin esfuerzo.
Despegamos enseguida como en un elevador que sube a las estrellas. Por las luces de la CDMX sé que tomamos rumbo oeste, pero en ese momento seguía sin saber hacia dónde. Era al mismo tiempo inquietante y apacible.
Pensé que un tipo como Roberto no tenía ningún motivo para hacerme mal o a mi amiga y me dejé llevar.
También ayudó el alcohol.
[Apenas vamos a la mitad de la historia. Sigo mañana]
[Volvamos al relato. Haré lo posible por acabarlo hoy. Lo prometo.]
Roberto volvía a hablar de Política con P mayúscula. Conforme abandonábamos la ciudad hacia Toluca (creo) me atreví a llevarle un poco la contraria:
"Roberto, tú tienes grandes ideas, pero… en este país no son muy realistas".
"-¿Y por qué no son realistas?", me preguntó desafiante.
"-Porque aquí está todo demasiado envenenado. Es verdad que esos países europeos están muy bien, yo he vivido en Europa y soy francés y es admirable cómo lo tienen armado, pero es que… llevan generaciones armándolo".
"Hay una determinada cultura, han mamado desde niños una forma de ser, de vivir, una visión del mundo… y aquí no estamos acostumbrados a eso, Roberto".
Y seguí: "Aquí llevamos no sé cuántas generaciones, creo que toda nuestra historia viviendo en la cultura de la corrupción, de la impunidad, de que no haya ley, del ahí-se-va, de mediocridad…"
"-¿Y qué hacemos? ¿Lo dejamos así? ¿Damos a México por perdido?", me reviró.
Ahí ya no supe qué contestarle. O peor aún: lo supe demasiado bien, y él también.
Entonces dijo: "Mira, olvida por un momento esos países que puse de ejemplo. Hablemos de Rusia".
"En 1945 la URSS estaba tan mal como Alemania. Habían ganado la guerra, sí, pero a un costo brutal. 27 millones de muertos. Medio país aniquilado. La economía, agotada. Ciudades importantísimas como Leningrado, Kiev o Minsk, prácticamente en ruinas y casi despobladas".
"Eso es como si ahora arrasaras Monterrey, Guadalajara, Puebla, Toluca… Y eso después de pasar por los zares, una revolución, una guerra civil, hambrunas, unas purgas cabronas. Miseria, corrupción, apparátchiki arrasando con todo, gulags".
"Y un mercado negro más grande que la economía legal y millones de huérfanos que atender".
"- Pero sólo 20 años después, en 1965, andaban mandando tipos al espacio, estaban aterrizando la primera nave en Venus, tenían bombas termonucleares, se enfrentaban de tú a tú con Estados Unidos y…"
"- Ok,, pero eso era la Unión Soviética, eso era…", lo interrumpí.
"¿Eso era qué?", me interrumpió ahora él - "¿Qué pasa, los soviéticos tenían un huevo más que nosotros o qué? Y los Israelíes? Quieres que te cuente, a ti, lo que ha logrado Israel en 70 años? No, Dany, no: en este mundo todos tenemos los mismos huevos y los mismos ovarios".
"La cuestión es cómo los usamos. Ya es hora de que en México empecemos a usarlos más que para comerlos en el desayuno".
Otra vez me impresionó su pasión, su convicción. Pregunté: "¿Y qué propones tú?"
"- En México hace falta un cambio. Un cambio radical. ¿Te has dado cuenta de que han convertido la palabra 'radical' en algo feo, peligroso? Pero viene del latín radix: la raíz, la base..."
"...A mí me parece que enfrentar los problemas desde la raíz es una buena idea. Cuando un médico te opera de cáncer, no te lo pela un poquito por fuera; si puede, te lo saca de raíz, desde la base, entero. Y México... tiene muchos cánceres".
Me costó conciliar esas palabras con el lujoso helicóptero en que sobrevolábamos la noche mexicana acompañado de un Single Malt de 30,000 USD, la verdad. Roberto se dio cuenta, sonrió y dijo:
"En mis sueños, cada mexicano tendría uno como este", mostrando el helicóptero '"Pero eso sería malísimo para el calentamiento global, así que me conformo con ver el día en que tengan lo mismo que tiene el europeo medio. No es descabellado. Si ellos pueden, nosotros también".
"-Déjame adivinar: quieres meterte en política y estás convenciéndome para que vote por ti", me atreví a decirle.
"-Pffff. Ni de broma. Ni se me ocurriría. Meterse en política es meterse en el lodazal, hasta el cuello, en esa cultura podrida de la que hablábamos..."
"...Yo prefiero trabajar… más discretamente. Me molestan los proyectores. Te deslumbran y pierdes el norte. Además, esto es algo que tiene que salir de abajo, de la gente, del pueblo, o no funcionará".
"-Eso… eso es una utopía ahora mismo, Roberto".
"-Utopía. Bonita palabra. Esa viene más que nada del griego, ¿sabes? Desde los tiempos de Tomás Moro hasta ahora que la has dicho tú, suele entenderse que viene de ou-topós; o sea, 'no-lugar', un lugar imaginario que no existe. Pero resulta que sí hay lugares así..."
"...Por eso yo prefiero la etimología alternativa eu-topós: Eutopía: 'un buen lugar.' Entendida así, una utopía no es una quimera. Es un buen lugar, como muchos que ya existen", me dijo con un sonrisa.
"Estudiaste mucha cultura clásica, ¿no?", le pregunté.
"Estudié secundaria, prepa y universidad en Europa. Es difícil que no se te pegue algo".
"-¿Dónde?"
"-En España, Francia y Suecia. Economía y ciencias políticas. ¿Tú?"
"-En Nueva York. Matemáticas y cine".
"-¡Ah! ¿Eres matemático?"
"-Sí, pero al final me di cuenta de que se me daba mejor el cine, y luego contar historias con podcasts".
"-Interesante. Pero, ¿ves? Ocurre una cosa: México está demasiado saturado de influencia gringa, de pensamiento gringo..."
"...Es normal, viviendo ahí pegados al gigante, pero a los mexicanos nos convendría más pensar en clave europea. Menos individualismo y más bienestar. ¿Más whisky?"
Debatiendo así, el vuelo de casi tres horas se me hizo corto.
Sobrevolamos las grandes telarañas de luz que forman ciudades y carreteras, pero también regiones de lucecitas tenebrosas esparcidas aquí y allá. No tenía ni idea de dónde estaba y me pareció de mala educación sacar el celular para checar el GPS.
Cuando bordeamos la última telaraña y viramos a la derecha, por la izquierda sólo se apreciaba una inmensa oscuridad. Como (creo) que habíamos ido todo el rato hacia el oeste, pregunté: "¿Eso es el Pacífico?"
"Así es".
"¿Ya nos vas a decir adónde vamos?"
[Hasta aqui me permite subir Twitter. Preparo el siguiente y lo mando en unos minutos]
"-A Punta Mita. ¿Te parece bien?"
"-Obvio, aunque un poco lejos para echar un partido de ajedrez… pero no está mal, no…", contesté tratando de ocultar mi preocupación, emoción y demás "...ción" que se te ocurran.
Enseguida descendimos hasta posarnos en el tejado de una casa. Como te imaginarás a estas alturas, tampoco era una casa cualquiera, sino una mansión alucinante al borde mismo de una especie de acantilado. Salió a recibirnos una pareja mayor, quizá los guardianes.
Como pasaban de las dos de la madrugada y tanto Roberto como yo estábamos ya un tanto tomados, me propuso:
—¿Jugamos mañana, después del desayuno?
—Sí, mejor.
—Perfecto. Rosalba, ¿acompañas a Dany y su amiga al cuarto de invitados? El jade. Los veo mañana.
Así supe que la bióloga molecular se llamaba Rosalba. Saltó del helicóptero, me ayudó a bajar —sí, quizá iba un poco demasiado borracho— y nos señaló el camino.
Si el dúplex de las Lomas era espectacular, esta mansión podía ser la visión del paraíso de un gran tlatoani.
Por momentos te parecía estar en la selva, dentro de una pirámide precolombina o en un palacio tolteca, todo ello suavemente integrado con mucha electrónica moderna, desde grandes pantallas LED hasta sistemas de audio Bose.
La luz, indirecta, era esmeralda y crema, muy cálida y acogedora. No tenía la distribución de una casa normal; era más bien laberíntica y compleja a múltiples niveles de un modo que, no sé por qué, me recordó a los hometrees de Avatar.
De fondo, el océano rompiendo contra el acantilado.
—Vaya mansión—comenté a mi amiga.
El cuarto jade de invitados se llamaba así por lo evidente: todo él estaba decorado con jade. Las paredes eran un único bajorrelieve de jade con glifos precolombinos.
La base de la enorme cama, o al menos lo que se veia de ella, era de jade. Las mesillas, las lámparas y hasta los pomos de las puertas eran de jade.
Y el techo es del que llaman 'oro galáctico': un jade negro con inserciones naturales de oro, plata y platino que brillan como estrellitas cuando les da la luz.
“Eso de las ‘finanzas’ tiene que dejar lana”, pensé y me reí solo.
Había un armario. Dentro tenía pijamas, toallas, pantuflas, de todas las tallas. Había un minibar con cosas de picar y bebidas.
Lo primero que se me ocurrió fue sacar el celular para tomar unas fotos de tanta maravilla.
No funcionaba. No, NO es que faltara cobertura: no funcionaba en absoluto. Estaba apagado. Como si no tuviera pila.
Recordaba perfectamente que estaba cargado al 100 antes de salir a la fiesta. Intenté encenderlo una, dos, tres veces. Nada. Tampoco el de mi amiga.
Nos asustamos un poco, bastante, la verdad. Aunque, por otro lado, pensé que un lugar excepcional como ese contaría probablemente con medidas de seguridad excepcionales. Quizá haya maneras de tomar el control de tu celular y apagarlo.
Claro, tampoco podíamos llamar a la recepción y decir: “Oigan, nuestros celulares no sirven y no podemos tomar fotos para subirlas a Instagram.”
Decidí que no arreglaba nada preocupándome.
Como ya dije, que yo supiera, Roberto no tenía ningún motivo para hacernos el menor daño. Y si lo tenía, ya estaba en sus manos.
Saqué bourbon del minibar y nos tomamos otro trago para dormir mejor. O eso.
[No me odien, PEEEERO hasta aqui llego hoy. Mañana JURO terminar la historia. Repito: NO ME ODIEN POR FAVOR]
[Y continuamos]
La luz y unas gaviotas me despertaron bien entrada la mañana. El mar seguía rugiendo contra el acantilado. Por la ventana de cristales polarizados, y creo que blindados, entraba un sol apacible de domingo matutino que parecía convertir al jade en algo vivo.
La noche anterior no me di cuenta —cosas del alcohol y otras cosas— pero la temperatura estaba perfecta: ni calor ni frío, ni húmeda ni seca. Mejor aún: no tenía resaca. Cero cruda. Suele pasar cuando tomas bebidas que cuestan varios sueldos anuales de mucha gente.
Saqué del armario un albornoz de mi talla y me di una ducha en el baño que, como ya te supondrás, también era de jade. Incluido el inodoro. Tiene su aquello hacer tus cosas en un excusado que podría venderse como pieza de joyería de gran tamaño.
Dejé a mi amiga dormir y salí del cuarto en busca de Roberto, o quien fuera. Me encontré con la guardiana. Me dijo que Roberto nos esperaba en “el atrio.”
“El atrio” era un gran patio interior abierto por un extremo, con vistas al océano y una alberca en el centro.
A un lado había una mesa con de todo para desayunar y sentado en la mesa estaba Roberto. Hablaba por un teléfono satelital en un idioma que no reconocí. ¿Dijo que estudió en Suecia? Igual era sueco. Vete a saber.
En cuanto me vio, me indicó por señas que tomara asiento y me sirviera de desayunar a mi gusto. Entre tanto jugo, fruta, café, té, mermelada, pan tostado, huevos, chilaquiles ya habían preparado un tablero de ajedrez con su correspondiente reloj al lado.
Este no era de madera exquisita, sino de madera normal, bastante usado pero con piezas de peso perfecto.
Roberto colgó mientras yo me preparaba un bagel con salmón y dijo:
- Buenos días, Dixo. ¿Dormiste bien?
- Imposible dormir mal aquí. Pero no sé qué le pasó a mi celular.
- Ah sí. Les pasa a algunos cels. Es por el mineral del acantilado que hay aquí justo debajo de la casa, que genera un campo magnético. Pero luego vuelven a funcionar.
Por supuesto, no me creí ni una sola palabra ni él realmente pretendía que me la creyera. Era sólo una manera civilizada de zanjar la cuestión sin dar más explicaciones.
Luego señaló al tablero, preguntando:
- ¿Reglas internacionales o gringas?
- Como prefieras —respondí. Apenas hay diferencias.
- Prefiero internacionales. Los gringos siempre tienen que ser especialitos.
- Venga.
Me tocaron blancas y abrí con el movimiento más clásico: el de peón de rey. Cuando no conoces ni el nivel ni la técnica de tu contrincante, abre con el peón de rey y observa cómo se desenvuelve. Pues siguió con el Alfil Dama. Defensa Siciliana. Ok. Sabe más de lo que creí.
Opté por la variación Dragón y Roberto la conocía así que llegamos al juego medio en menos de 3 minutos. Durante el juego medio, y yo creo que por mi oxidación, Roberto me ganó el centro y empezó a atacar mi flanco de rey. El cabrón sabe jugar.
Al cabo de 20 jugadas, tuve que rendirme. Tiré mi rey y, con lo me dolió, fue como una pieza de jade gigante cayéndome en las pelotas. Roberto sonrió levemente. Hasta se permitió el lujo de disculparme, el muy cabrón:
- Es normal; acabas de despertarte. ¿Otro? Vas negras.
Por supuesto que quería otro. El único defecto que le encuentro al ajedrez es que te transforma en una persona enfermiza, obsesiva y demasiado competitiva.
Abrió con el peón de dama. Ok. Le jugaré una tradicional defensa india de dama con variación Nimzovitch.
Igual que el partido anterior, jugamos las primeras jugadas en menos de 3 minutos pero a diferencia del partido anterior, mi estrategia fue esperar y contraatacar. Hacerle creer que iba por la posición 4AR (c4). Y funcionó.
Luego le tendí una bella trampa, un sacrificio de caballo que picó.
El peso de la pieza gigante de jade en mis pelotas desapareció súbitamente. Ahora fue Roberto quien frunció el ceño.
- ¿Qué carajos hiciste?
- Te puse en 'zugzwang' —respondí, con un agradable calorcito en las tripas.
- ¿En qué? ¿Qué demonios es eso?
- Zugzwang. Del alemán ‘Obligación de mover’. Es una situación donde te convendría pasar, porque cualquier jugada que hagas, tu posición empeorará. ¿No la conocías?
"Para nada" —murmuró, concentrándose en el tablero como si quisiera perforarlo con rayos láser en los ojos.
"Brillante. Francamente brillante. Qué lúcido, qué puta belleza".
No me esperaba esa reacción tan intensa, la verdad.
Como dije, el ajedrez engancha mucho, pero era como si Roberto se hubiera tomado el zugzwang a título personal. Supongo que por eso le dije:
- Tengo un par de libros en casa. Si quieres los busco y te los paso.
- ¿Sí? Sí, gracias, me interesa mucho.
Todavía jugamos un par de partidos más y le gané los dos, porque era como si tuviera la cabeza en otro lugar. Como si llevara procesos paralelos en su cerebro. De repente y de la nada, se levantó y me dijo:
-Dany, tengo cosas que hacer. Ha sido un placer. Te quedas en tu casa.
"Eh gracias", balbucí. De inmediato pensé que probablemente lo había humillado. O que lo había avergonzado. O que lo había pisoteado. ¿Qué carajos pensaba, imbécil que soy,
-Estamos en contacto.
Y desapareció.
Fui a despertar a mi amiga y nos quedamos hasta la tarde. Yo estaba un poco descolocado. ¿Se habrá enojado por algo? No tenía ni idea y eso me consumía.
Nos regresó a la CDMX la misma piloto de la noche anterior. Esta vez ocupé el asiento de copiloto, porque mi amiga prefirió irse atrás. De día México y en las alturas es un país muy distinto: un país bello, luminoso, de bosques y montañas. "Lástima que abajo esté tan mal", pensé.
Ah, sí, nuestros celulares funcionaban otra vez y así me enteré que había muerto Kobe Bryant y su hija Gigi.
También tenía un mensaje de Roberto:
“No hagan planes el 15 y 16 de febrero. Les mandaré instrucciones. Trae los libros por favor”.
To be continued.
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