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Agustina es una mujer mayor que ronda los 90. A pesar de eso, aún se vale por sí misma para poder vivir sola.

Y sola siempre está.

No entiende nada de Estados de Alarma ni de virus. Solo que, últimamente, ve más ajetreo de lo normal.

HILO👇
#todosaldrabien
#TodoVaASalirBien
Tampoco entiende la actitud enfadada y preocupante de mucha gente con todo lo que está pasando.

Tal vez sea por aquella guerra vivida que enfrentó a vecinos y dividió a miembros de una misma familia por pensar en rojo o en azul.
Recuerda muerte y misera; el mojar trozos de pan duro en agua para poder masticarlos, o apartar los gusanos de fruta medio podrida para poder comérsela.

Aquello sí que fue una tragedia.
- ¡Ojalá nunca tengáis que vivir una guerra! – les suele decir a los vecinos más jóvenes con los que se para a hablar.
Cuando Agustina sale a comprar, por poco que sea, siempre lleva su carro de la compra. Lo lleva empujando, apoyándose en él a modo de andador, y con pasos cortos, camina lentamente hasta el supermercado más próximo.
Siempre compra por las mañanas.

- Así aprovecho y me da el sol un poquito –dice a los que la saludan.
Hoy, ve más gente de lo normal de camino al supermercado. La adelantan rápidamente por la acera llevando sus carros casi a volandas. Todos van cabizbajos, pensativos, con gestos de preocupación.

Cuando llega al supermercado lo ve diferente.
Aun siendo las primeras horas de la mañana, ya hay gente con los carros llenos haciendo cola en las cajas.
Agustina no sale de su asombro: baldas vacías, cartones y plásticos por el suelo, productos rotos…

«Ya no queda agua».

Bueno, da igual. Beberé del grifo.
Una mujer pasa por su lado rozándola. Casi la tira.
La mujer se da cuenta, pero solo se gira y la mira de reojo.
...

- ¡Que te repito que la he cogido yo primero! – le dice un joven a una mujer.
- ¡Y una mierda para ti! – le contesta la mujer sosteniendo una botella de aceite.
Agustina sigue caminando por los pasillos.

Un carro a rebosar de paquetes de pasta y cajas de leche casi la atropella.

- ¡Señora! ¡Tenga cuidado! ¡Que no puedo frenar con todo lo que llevo! – le recrimina un hombre.
- Sí, perdón, joven, perdón.
«Ya no hay harina. Bueno, veré cómo me apaño».

Ve a los lejos dos botes de garbanzos en conserva. Se dirige hacia ellos.
Cuando está a punto de llegar, dos jóvenes se adelantan y los cogen.

Resignada sigue su camino.
Tiene que dar la vuelta a dos pasillos debido a la cola de gente que hay en la sección de carnicería.

- ¡Vamos, señora! ¡Que es para hoy! – le grita un joven que está a su espalda y que no puede adelantarla.
- Perdón – le contesta mientras se hace a un lado.
«Nada de fruta ni de verdura»

- ¿Cuándo vais a sacar más fruta? – le pregunta Agustina a un reponedor que pasa.
- ¡Uy! Pues no sé señora. Está la cosa mal – le contesta sin detenerse – Tal vez luego. O mañana.
Sigue caminando.

«Tampoco queda productos de congelado».

Observa entonces las neveras de la carne y del pescado.

«Nada».
Le empiezan a temblar las manos.

Está nerviosa. Se para a descansar.

«No queda de nada».

Casi no oye sus pensamientos con todo el ruido de la gente.

Saca su pañuelo y se seca las lágrimas.
«¿Y qué voy a hacer?».

La gente ni se percata de ella. Mucho menos de que está llorando.

Para ellos es un obstáculo más que tienen que esquivar para poder seguir comprando.

Se da media vuelta y se dirige a la salida.
Las colas de las cajas llegan casi hasta la otra puerta.

Aquello es un caos.

«…aquella guerra…».
- ¿Ya ha comprado, Doña Agustina? – le pregunta la cajera.

Tras unos segundos, Agustina responde:

- Pues no he podido. Ya no queda de nada.

La cajera se queda en silencio y Agustina, antes de que se le escapen las lágrimas, se da media vuelta hacia la puerta.
Se va preocupada. No ha podido comprar nada.

«Me apañaré como pueda...».

- ¡Espere!
Una voz hace que se pare.
Se gira y ve al hombre del carro que casi la atropella momentos antes.

La gente de las colas se queda en silencio, expectante.

El hombre coge del carro dos cajas de leche y un paquete de macarrones.

- Tome. Yo no necesito tanto.
Una mujer se acerca.

Es la mujer que casi la tira cuando entró.

- Tome estas galletas. Tampoco me gustan tanto - le dice con una sonrisa en la boca.

Agustina no puede hablar de la emoción.
La gente de las colas comienza a sacar productos de sus carros.

Algunos se los dan a ella. Otros, los devuelven a las estanterías para que aquellos que vengan detrás, como Agustina, puedan comprarlos.
Se han dado cuenta que esto que les ha tocado vivir es una putada, pero también, que entre todos saldrán adelante.

Que todo pasará y que cuando pase, vivirán disfrutando más de aquellos pequeños momentos que tenían y que daba la vida.
Agustina, con el carro de la compra lleno, sale del supermercado con lágrimas en los ojos.

Ella no entiende de Estados de Alarma ni de virus. Tan solo que hoy, ha vuelto a creer en las personas.

«Todo saldrá bien», piensa.
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