Y sola siempre está.
No entiende nada de Estados de Alarma ni de virus. Solo que, últimamente, ve más ajetreo de lo normal.
HILO👇
#todosaldrabien
#TodoVaASalirBien
Tal vez sea por aquella guerra vivida que enfrentó a vecinos y dividió a miembros de una misma familia por pensar en rojo o en azul.
Aquello sí que fue una tragedia.
- Así aprovecho y me da el sol un poquito –dice a los que la saludan.
Cuando llega al supermercado lo ve diferente.
Agustina no sale de su asombro: baldas vacías, cartones y plásticos por el suelo, productos rotos…
«Ya no queda agua».
Bueno, da igual. Beberé del grifo.
La mujer se da cuenta, pero solo se gira y la mira de reojo.
...
- ¡Que te repito que la he cogido yo primero! – le dice un joven a una mujer.
- ¡Y una mierda para ti! – le contesta la mujer sosteniendo una botella de aceite.
Un carro a rebosar de paquetes de pasta y cajas de leche casi la atropella.
- ¡Señora! ¡Tenga cuidado! ¡Que no puedo frenar con todo lo que llevo! – le recrimina un hombre.
- Sí, perdón, joven, perdón.
Ve a los lejos dos botes de garbanzos en conserva. Se dirige hacia ellos.
Cuando está a punto de llegar, dos jóvenes se adelantan y los cogen.
Resignada sigue su camino.
- ¡Vamos, señora! ¡Que es para hoy! – le grita un joven que está a su espalda y que no puede adelantarla.
- Perdón – le contesta mientras se hace a un lado.
- ¿Cuándo vais a sacar más fruta? – le pregunta Agustina a un reponedor que pasa.
- ¡Uy! Pues no sé señora. Está la cosa mal – le contesta sin detenerse – Tal vez luego. O mañana.
«Tampoco queda productos de congelado».
Observa entonces las neveras de la carne y del pescado.
«Nada».
Está nerviosa. Se para a descansar.
«No queda de nada».
Casi no oye sus pensamientos con todo el ruido de la gente.
Saca su pañuelo y se seca las lágrimas.
La gente ni se percata de ella. Mucho menos de que está llorando.
Para ellos es un obstáculo más que tienen que esquivar para poder seguir comprando.
Se da media vuelta y se dirige a la salida.
Aquello es un caos.
«…aquella guerra…».
Tras unos segundos, Agustina responde:
- Pues no he podido. Ya no queda de nada.
La cajera se queda en silencio y Agustina, antes de que se le escapen las lágrimas, se da media vuelta hacia la puerta.
«Me apañaré como pueda...».
- ¡Espere!
Se gira y ve al hombre del carro que casi la atropella momentos antes.
La gente de las colas se queda en silencio, expectante.
El hombre coge del carro dos cajas de leche y un paquete de macarrones.
- Tome. Yo no necesito tanto.
Es la mujer que casi la tira cuando entró.
- Tome estas galletas. Tampoco me gustan tanto - le dice con una sonrisa en la boca.
Agustina no puede hablar de la emoción.
Algunos se los dan a ella. Otros, los devuelven a las estanterías para que aquellos que vengan detrás, como Agustina, puedan comprarlos.
Que todo pasará y que cuando pase, vivirán disfrutando más de aquellos pequeños momentos que tenían y que daba la vida.
Ella no entiende de Estados de Alarma ni de virus. Tan solo que hoy, ha vuelto a creer en las personas.
«Todo saldrá bien», piensa.