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Iván Olano Duque @IvanOlanoDuque
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La tragedia social colombiana no es nueva; lo que sí es nuevo —y esperanzador— es la consciencia de esa tragedia, la fertilidad del momento, y la aspiración colectiva a una transformación real.

Pero ni Sergio Fajardo ni el “extremo centro” son una alternativa.

Sigo hilando...👇
Para empezar, hay que reconocer la legitimidad de sus simpatizantes:

en un país cruzado por mafias, donde la corrupción es estructural, y en el que las mayorías asocian la política a la ruindad y el expolio, las banderas de la decencia —o su apariencia— pueden ser muy poderosas.
También (puesto que vivimos décadas de guerras civiles no declaradas, y el relato nacional es una superposición de violencias) es comprensible la acogida de un discurso según el cual nuestro problema radicaría en el rencor, la división y la excesiva confrontación.
Pero esto no sólo es engañoso: es una estafa.

Me explico: cuando un banco se queda con la casa de una familia humilde, el problema no es “la división” o la “excesiva confrontación”, sino que la sociedad permita la ley del más fuerte, subordinando la justicia al poder económico.
Cuando un mafioso local financia un ejército privado para aterrorizar, asesinar, desplazar y robarle la tierra a los campesinos, el problema no es “la confrontación y el rencor”, sino la falta de un Estado que frene las arbitrariedades y garantice los derechos fundamentales.
Cuando —como en el caso colombiano— un puñado de familias se reparten el poder durante 200 años, el problema no es “la polarización”...

El problema es que la gente de a pie no ha sido capaz de organizarse y disputarle el poder (el Estado) a ese régimen premoderno.
Lo malo no es la confrontación ni los intereses antagónicos (pues estos son propios de toda sociedad), sino la falta de consciencia de las mayorías sociales de la existencia de esa confrontación.

Quien oculta la tensión entre débiles y poderosos está al servicio de estos últimos
Así que ese discurso político que propone la no-política, la no-confrontación, ese “océano de mermelada sagrada” es una estafa.

En ningún país los derechos son el resultado de la generosidad de las élites: los derechos se conquistan, se ejercen y se defienden, siempre.
Por otro lado, Sergio Fajardo y el autodenominado “centro" representan eso que Nancy Fraser llama “neoliberalismo progresista”: algunas reivindicaciones identitarias (aire juvenil, reconocimiento de minorías) al tiempo que someten el Estado a los dictámenes del sector financiero.
Eso es justo lo que encarna Emmanuel Macron en Francia: un banquero autoritario que se pronuncia contra el cambio climático al tiempo que beneficia las grandes fortunas y recorta derechos sociales y laborales.
Es justo a lo que aspira Albert Rivera en España: la nueva apuesta de la élite económica y mediática, capaz de cambiar día a día su discurso en virtud de los titulares, y cuyo esfuerzo por presentarse como la renovación política no es capaz de disimular que apesta a franquismo.
Y es justo el lugar que se están disputando la mayoría de candidatos de estas elecciones en Colombia. Como la derecha parece ya tener un dueño casi mitológico (mafioso y paramilitar), todos quieren ser el centro:

El uribista y De la Calle, Fajardo y Vargas Lleras.
Lo que demuestra esencialmente que el centro no es una posición política, sino un discurso. Y que simboliza lo peor (sí, lo peor) del mundo de hoy:

La promoción de una idea antidemocrática de la política, indiferente, cómplice; el dogma de la tecnocracia, la hegemonía neoliberal
Ese “extremo centro”, tan disputado en Colombia, es el fortín discursivo del nuevo orden, el posicionamiento por excelencia de este momento histórico, el producto más acabado del marketing político al servicio de los poderes establecidos: el gran capital y la industria financiera
Y es claro: lo que ha impedido la unidad de Fajardo y Petro no son tonterías de carácter, sino la posición respecto a intereses económicos concretos: las EPS, el latifundio, la banca pública, las pensiones, los derechos fundamentales.

Dime quién te financia y te diré quién eres.
Esto no quiere decir que un proyecto progresista no pueda eventualmente pactar alianzas con otros sectores. Claro que sí es posible, e incluso deseable, pero siempre en relación a un programa o a acuerdos puntuales.

Lo inadmisible es firmarle un cheque en blanco a un neoliberal
Finalmente, anoto que la virtud política, condición de un verdadero proyecto democrático, implica asumir las contradicciones, los intereses contrapuestos de toda sociedad, y comprender nuestro deber de trabajar día a día para inclinar la balanza del lado de la gente de a pie.
Debemos hacer todo lo posible para ponerle punto final a la tragedia social colombiana, disputarle el poder a las mafias y a la oligarquía bicentenaria, e iniciar eso que un candidato llama “una nueva era de paz en Colombia”.

Sí, su nombre es Gustavo Petro.
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