Mi sobrino me cuenta que recién inauguraron la sala de cuidados intensivos de Coronavirus en Hadassah, el hospital donde hace la residencia:
Este es el primero:
Es es el segundo: >
“-¿Buen chico…?” pregunté.
“-No, la verdad no”.
“-Oh sí. Y muchos otros, hay cosas por ahí que… ¡paqué te cuento! Pero este no. A ver, no quiero quitarle importancia, nos contagiaremos muchos, morirá gente, sobre todo gente mayor o delicada de salud… pero no es una plaga bíblica, ¿OK?"
Me interrumpió:
“Los gobiernos de aquí, este o los de antes, no harían más que pendejadas aunque regresara la peste negra".
"-Estarían demasiado ocupados mirando a ver a quién pueden culpar. Pero no creo que sea el caso. Además, te puedo decir que al virus no le gusta el calor”
“-Sí, algo he oído”, recordé. “Un virus de clima frío, ¿no?, como un resfriado…”
“Exacto. Y en la India debería haberse extendido como el viento… ya sabes por la cantidad de gente. Pero no lo ha hecho. Aquí en México mientras se mantenga el buen clima y si no muta…”
“Los rusos y los gringos saben de… ciertas cosas que no sabe nadie más.”
“Ajá. ¿Y por qué en EEUU sí hay muchos casos? ¿Es porque el gobierno de Trump está haciendo pura politiquería en vez de…?”
“¡Para nada, Dany!”, dijo ella y colgó con Feuer Frei! de banda sonora.
No sé si me quedé muy tranquilo pero decidí olvidarme de momento y me puse a leer Twitter.
“¡Dime, Rosalba!”
“Hey, Dany. ¿Quieres que te enseñe algo curioso?”
Casi me reí:
“¿Roberto y tú siempre me van a enseñar cosas curiosas?”
“Somos gente curiosa. ¿Te molesta o qué?”
“Para nada”
“OK. Entonces nos vemos en la Condesa dentro de… ¿media hora? Ahora te mando la dirección de un café que es como coworking y que tiene buen wifi”
“¿No te interesaba el coronavirus? Pues vas a ver algo que muy poca gente puede ver.”
Merde, ¿cómo negarse a algo así? Me puse guapo rápidamente y me fui caminando al café.
“A ver, ¿qué es eso tan curioso que vas a enseñarme?”
Rosalba señaló a la pantalla. No supe qué estaba viendo.
“¿Ese programa puede hacer eso?”
Rosalba se rió mientras seleccionaba parámetros en la aplicación:
“No te burles de mí”, le reproché de broma.
Ella volvió a reír, parametrizando sin parar. Sus dedos finos seleccionaban opciones y tecleaban datos como… bueno, pues... como una científica.
“Ese programa es muy completo, ¿no?”, dije, sirviendo mi cerveza.
“Sí, no está mal”, dijo ella, y siguió: “Uno se pone sintomático en Teotihuacán, lo llevan a este hospital de aquí… y… vamos a ver qué pasa.”
“¿Y los que van a la Riviera Maya no?”
“No, porque he programado que van solos. Como si fueran en coches rentados. La escala de tiempo es una hora por cada minuto de ejecución.”
Ella contestó: “Es una simulación bastante realista. No te diré que representa exactamente la realidad, pero la realidad debería caer dentro de sus rangos de probabilidad.”
“No. A este ritmo, estaríamos muy por debajo de lo de Italia, España…”
“¿Por el calor?”
“Probable. Mira, ahí va el que se puso sintomático en Teotihuacán. Ya lo llevan al hospital.”
“Oye, ¿esto tiene en cuenta a los ciento treinta y pico millones de mexicanos?”
“Ajá. ¿Y qué pasa si bajamos la temperatura 1.96 grados?”
“No importa. ¿Puedes bajarlo?”, insistí.
Rosalba se alzó de hombros mientras contestaba:
“Sss-sí. Sí, claro, no hay problema. ¿1.96 grados?”
Y lo bajó.