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#AbroHilo para un #MartesDeHistorias heavy. Están avisados. Con ustedes, "Un Peluche Para Mi Hijo".

Me acuerdo como si fuese hoy, pero gracias al cielo esto no está pasando hoy. No había empezado el verano, pero ya hacía calor.
Cada vez que vuelve este clima a la ciudad me acuerdo y se me vienen algunas imágenes a la cabeza. Mi abuela, mamá, mi hermano. Ellos. Ella.
Ese día estábamos en el hospital. Ella y yo. En la sala de espera, mi hermanito, mi mamá y mi abuela. Estaban preocupados.
Les había mandado un mensaje de texto pidiéndoles que viniesen urgente, que había pasado algo con Estefanía, mi novia en ese momento.
Yo animaba fiestas infantiles. Era Winnie Pooh. Era Winnie Pooh sin un pie, una oreja caída y parte del brazo derecho quemado por el sol. Era Winnie Poo, pero era todo lo que Winnie Pooh no debía ser.
Animaba fiestas infantiles porque podía renunciar cuando quisiera, pero mientras mantuviera eso de ponerme el disfraz cada tarde, podría seguir comprando cigarrillos. Fueron meses, no era un trabajo estable, ni ayudaba a la economía del país.
Me acuerdo como si fuese hoy. Habían pasado siete meses. Llegué del trabajo. Sí, dije trabajo. Llegué del trabajo y la vi sentada en el living con la cabeza gacha. Miraba el suelo de parquet, pero yo sabía que no estaba mirando el suelo de parquet.
Me dijo que la lleve al hospital y rompió en llanto. Lloraba con lágrimas, pero con el llanto de la desesperación, con el llanto de un refugiado en un país extranjero, en un país con otro idioma.
Estefanía es su nombre hoy. En ese momento yo le decía Steffy. Le había dicho por mensaje a mamá que no diera demasiada información a mi hermanito. Él era el que más esperaba el día en que nazca mi hijo. Su sobrino.
Cuando le conté a mamá que Steffy estaba embarazada, me preguntó si era verdad, si estaba seguro. Me preguntó si ella no quería mantenerme aferrado a la relación. No era así. Nos queríamos. No era una relación fuerte, pero nos queríamos.
No éramos los más sólidos, pero vivíamos cerca. Mamá me abrazó y me dijo que íbamos a poder, que todo iba a salir bien. Siempre son las madres. Papá no estaba. Digo, estaba, pero estaba en otro lado. Todo va a salir bien. Nada más.
Al otro día empezamos las obras, le dijimos a Steffy que podía mudarse con nosotros y redistribuímos la casa. Claro. La ligó la abuela. Ella tenía la habitación más grande, así que la dividimos en dos para que hubiese espacio para el cuarto del bebé.
Yo tenía mi propia habitación porque era, según mamá, el hombre de la casa, y debía tener mi espacio. Nunca supe bien qué significaba ser el "hombre de la casa". Eran palabras que diría mi padre, en otra parte del mundo, fundando otra familia como si fuese una franquicia.
Eran palabras de mi padre, pero no de mamá. Yo tenía mi propia habitación y no podía resignarla, después de todo Steffy ocuparía el cuarto conmigo. Mamá y mi hermano dormían en la misma habitación.
Unos meses y la casa había quedado lista. Era perfecta. La habitación de mi hijo, del hijo del hombre de la casa. El bebé de la casa. Moisés. Sonajeros. Un móvil que se sostenía sobre uno de los barrales de la cuna. Sobre la cabecera, un peluche con forma de un mono bebé.
Un bebé para un bebé. Ese peluche lo había comprado mi hermanito con las monedas y billetes que mamá y mis tíos y mi abuela le fueron dando desde que tengo memoria.
Guardaba esas monedas como si fueran un tesoro. Los peluches siempre fueron caros, pero a él no le importó. Iba a ser tío. El resto era secundario.
Me acuerdo como si fuese hoy. Estefanía. Steffy. Siete meses de embarazo. El living y ella llorando. Me pidió que la lleve al hospital. Llamé un remise y le pregunté al conductor si sabía volar. Steffy no me habló en todo el trayecto.
Solo lloraba con lágrimas, lloraba con el pecho y con la espalda. Lloraba con el diafragma y temblaba.
La sala de espera y yo hablando con la recepcionista. Me imagino que Steffy, entre el llanto y la gente y el blanco del hospital y las camillas y tubos de oxígeno, vivió todo en cámara lenta y sin sonido. Grité. Señalé. Rogué.
Yo era joven, más joven que ahora. Era joven, inexperto y tenía miedo. Estefanía tenía unos años más que yo, dos o tres, pero no vienen al caso. Ella tampoco estaba preparada. No estaba preparada y le temblaban las manos.
Disimulaba cerrando los puños y sosteniéndose la pollera con fuerza. El médico entró e hizo un chequeo de rutina. Boca, nariz. Un estetoscopio. Nos había dicho que esperáramos.
En la sala de espera, mi hermanito, mi mamá y mi abuela. Les había mandado un mensaje de texto pidiéndoles que viniesen urgente.
El médico volvió e hizo un segundo chequeo con el ecógrafo. Tuvo que pedirle a Estefania que parase de temblar. Le dio un vaso de agua. Como me vio inquieto, me pidió que tome asiento, pero no le hice caso. Me quedé de pie a un lado de la silla.
Estefanía tomó el vaso de agua de un trago. Todavía lloraba, pero sin temblar. El médico se acercó y repitió el proceso. Gel. Ecógrafo. La pantalla en blanco y negro. Se detuvo. Miró la pantalla y me miró, directo, a los ojos.
Ojos negros, ojos de ecografía. Sostuvo la mirada y negó con la cabeza. Ojos negros. Ojos de ecografía. La miró a Estefanía y puso voz de médico. Voz de ecografía.
No había movimiento en el útero. El scanner no registraba latidos. Sabía lo que pasaba adentro mío. Sabía lo que pasaba adentro de Steffy. Éramos jóvenes, pero no podíamos evitar estar destrozados. No habíamos estado preparados para ser padres, pero tampoco para dejar de serlo.
El dolor. Se me aflojaron las piernas y me dejé caer sobre la silla. Steffy no hablaba. El dolor. Un dolor al que se le suman varios más. Era volver a ver todas esas cosas que esperaban en el moisés, en la habitación que teníamos destinada a nuestro hijo. Era mi abuela. Era mamá.
Era acercarme a mi hermanito, arrodillarme hasta ponerme a su altura y explicarle que su sobrino no iba a poder venir y que no vendría por mucho tiempo.
No existe la forma correcta de decirle a un nene de cinco años que lo que espera no va a poder ser, que su sobrino no iba a llegar a tiempo, que mi hijo no iba a nacer.
No encuentro hoy la forma correcta de mirar al peluche con forma de monito que descansa en el cajón de mi mesa de luz y decirle a nadie absolutamente nada. Nada. Porque vacío es lo único que queda.

FIN.
Un nuevo #MartesDeHistorias. Un nuevo final que llega.
Como siempre, quiero agradecerles por bancar la parada, por leer, por compartir, por recomendar y por contarme qué les pareció. Gracias también por seguir dándome la oportunidad de narrar para ustedes ;)
Ya pueden leer "Un Peluche Para Mi Hijo" en #Medium! Sin cortes, hilos ni puntadas: medium.com/@Urieldesimoni…
Si solo andan por acá de paso, les cuento que también pueden leer los #MartesDeHistorias en mis Destacadas de Instagram ☺️
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Se agradece toda vuelta por ahí también!
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