A petición popular, vamos a realizar un hilo sobre la palabra BRUJA. Este hilo se dividira en dos partes: en la primera parte que realizaremos hoy, hablaremos sobre el origen y la etimología. En la segunda parte de mañana, sobre la figura de las HECHICERAS en la historia. 
BRUJA es una palabra de origen desconocido. Se documenta por primera vez en siglo XIII, y hay quien le atribuye un origen celta o íbero prerromano. Se documenta en el ámbito peninsular, en un principio con "x" palatal: "bruxa" en gallegoportugés, "bruixa" en catalán.
Hay hipótesis que otorgan un origen latino a la palabra. Así, algunos lo hace derivar del latín "*volucula", "bicha que vuela", o "volucra", "voladora", aunque la evolución fonética resulte muy forzada. Otros la relacionan, con el catalán "bruc", el brezo, por ser esta planta
a la que se atribuían poderes brujeriles. En castellano hay otros términos para referirse a las mujeres con poderes mágicos: tenemos HECHICERA, derivado del latín "*factitiaria", que lanza HECHIZOS, del latín "factitius", "cosa fingida, artificiosa", es decir, "sortilegio".
JORGUÍN es otro término que se emplea para denominar a las brujas, y que proviene del euskera "sorgin" (pronúnciese /sorguin/), "hechicera". "Sorgin" proviene a su vez de la raíz "sor", "crear", y "gin", sufijo agente, es decir, "creadora", y se cree que en un principio se
aplicaba a las matronas que ayudaban a parir. Como estas solían además ser curanderas y manejaban las hierbas y brebajes, se las asoción con la brujería. La palabra se documenta por primera vez en forma de topónimo en 1258: "ad locum qui vocatur Sorguinariçaga".
Terminos equivalentes, con un matiz u otro, son WITCH en inglés (del inglés antiguo "wicca", que tiene raíz celtas) y HAG, al igual que el alemán HEXE, del protogermánico "*hagatusjǭ", y este de "*tusjǭ", "bruja", del indoeuropeo "*dʰewes", "desaparecer".
En italiano se las llama STREGA, del latín "striga", "espríritu maligno", "bruja", a su vez de "strix", "buho", del griego "στρίγξ", "strinx". En francés se las llama SORCIÈRE, del latín "sortirarius", "echadora de suertes", "adivina".
Establecida la etimolgía de la palabra BRUJA, pasamos a hacer un breve repaso de su historia. Durante la Antigüedad Clásica, las brujas eran temidas por sus poderes mágicos, encantamientos, males de ojo y envenenamientos, y la brujería y la hechicería fueron prohibidas a menudo.
Plinio el Viejo, por ejemplo, alude a que la Ley de las Doce Tablas, prohibía la práctica de la brujería y la hechizería en general. Aún así, se sabe que los romanos recurrían a la brujería y la astrología con frecuencia. Bajo los auspicios de Hécate, diosa de la brujería,
la magia y los encantamientos, las brujas realizaban diversos rituales de elaboración de pócimas, males de ojo y rituales necrománticos. Su presencia en la literatura es recurrente: así, en la "Farsalia" de Lucano, Sexto Pompeyo se encuentra con la bruja adivinadora Erichto,
que hace hablar a un muerto para anunciar el resultado de la batalla que se celebrará al día siguiente. En el "Asno de Oro" de Apuleyo, la bruja Pánfila de apodera de todos los jóvenes que ve, convirtiéndolos en piedra o animales si se resisten. Horacio, por su parte,
evoca en sus Épodos a la bruja Canidia y otras brujas, que en la colina del Esquilino "hizo correr la sangre de los muertos y hablaron con ellos". En la literatura griega, el ejemplo más señero de bruja (y mujer de fuerte carácter) sea probablemente Medea, quien ayuda, con sus
pócimas, a que Jasón consiga el vellocino de oro. Tras volver con este a su tierra, dejando atrás la Cólquide natal, Medea es engañada por Jasón con la hija de Creonte, el rey local, con la que decide casarse. Furiosa, Medea elabroa una pócima que mata a Creonte y su hija de
una manera cruel, haciendo que su carne se desprenda, y luego mata a sus hijos en venganza contra Jasón, antes de escapar en el carro del dios Sol. En resumen, vemos que el estereotipo de bruja en la Edad Antigua era más bien negativo. Esto se ve en la manera que se representaba
a las brujas: Lucano descibe a su Erictho como "delgada y fea, sus cabellos negros desordenados tienen forma de serpientes". En este mosaico de la villa Cicerone de Pompeya, se las representa como feas e histriónicas mujeres.
Vemos que el esterotipo de bruja como mujer fea y malvada ya estaba bastante establecido en la Antigüedad. Para el segundo aspecto de la imagen tópica que tenemos hoy, la de mujer maléfica que deriva sus poderes del pacto demoníaco, tendremos que esperar hasta la Alta Edad Media.
Durante la Alta Edad Media, sin embargo, la posición oficial de la Iglesia fue denegar la existencia de las brujas. Las autoridades laicas llevaron a cabo una persecución no muy dura. Justiniano, en su códice, prohíbe recurrir a la "baja profesión" de las "adivinadoras". El rey
El rey franco Clodoveo I (c. 500) estableción en su "Lex Salica" una serie de multas como castigo a la brujería, y su sucesor Carlomagno, dos siglos después, decretaba penas de prisión para las hechiceras. El miedo a la supuesta acción maléfica de las brujas, sin embargo,
se dispara en el siglo XIV. Es esta una época de crisis. La hambruna, las guerras y revueltas sociales y, sobre todo, la Peste Negra causan estragos entre la población de Europa. La muerte campa a sus anchas. Ante tantas desgracias, el pueblo busca diversos chivos expiatorios:
judíos, homosexuales (sodomitas, en el lenguaje de la época), leprosos, enfermos y tullidos sirven de cabezas de turco. El pueblo los acusa de estar malditos y de atraer sobre ellos la desgracia. Pero, ante la magnitud del desastre que asola Europa, los más catastrofistas
hablan de una conspiración, de una verdadera obra del Demonio que conspira para acabar con la Cristiandad: son las brujas, que han hecho un pacto con el demonio y celebran malignos rituales en los que conspiran contra los buenos cristianos, los llamados "Sabath" o "Aquelarres".
La narrativa toma fuerza, y, para la década de 1420-1430, la imagen de la bruja fea, malvada y demoníaca que nosotros conocemos se encuentra bien enraizada en el imaginario cristiano occidental. Las persecuciones de brujas empiezan a darse a nivel popular: se recurre
a diversas ordalías o pruebas de fuego para establecer si alguien es bruja: a la mujer acusada de brujería se le hace caminar sobre hierros candentes, o se la sumerge en un pozo. Si se quema o si flota, resulta culpable, pues se cree que las brujas, debido a su capacidad de
volar, no se hunden en las aguas, y que, debido a su capacidad mágica, no se queman. Si es hallada culpable, la bruja es linchada, mediante ahorcamiento o quema. Al principio, las autoridades laicas y eclesiásticas no se inmiscuyen en este tipo de procesos. Sin embargo, la cosa
cambia a partir del establecimiento de la Inquisición. En 1486, el Inquisidor alemán Hans Krammer escribe una obra, el "Malleum Maleficarum", "el Martillo de las Brujas", donde describe de manera minuciosa y enciclopédica todas las leyendas sobre las brujas habidas y por haber,
clamando que las hechicería es real y que quien no cree en las brujas es un hereje. Antes de la publicación del libro, Krammer había acudido al Papa Inocencio VIII pidiéndole autorización para perseguir la brujería. El Papa promulga la bula "Summis desiderantes affectibus",
en la que condenaba la práctica de la brujería como demoníaca e instaba a la población a colaborar con la Inquisición en sus procesos sobre la brujería so pena de excomunión. El Papa otorgó igualmente autorización plena a los Inquisidores para perseguir brujas.
